CAPITULO 6

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Camila se ruborizó. Había olvidado lo criticón que era su hermano. Su mujer, Alexandra, era profesora de gimnasia y tenía un cuerpo moldeado.

Aunque hacía algún tiempo que Camila no se atrevía a acercase a una báscula, sabía perfectamente que había engordado un poco en los últimos meses, aunque su hermano podría haberse ahorrado el desagradable comentario.

«Pensé que estabas embarazada». ¿Cómo podía ser tan grosero? ¿De verdad estaba tan gorda? Camila tuvo que controlar las lágrimas.

—Yo creo que ya es hora de que empieces a cuidarte —siguió Jesse, sin darse ni cuenta de que estaba siendo un auténtico patán— Una buena dieta y mucho ejercicio te convertirían en otra mujer. ¿Te he dicho que Alex ha abierto un gimnasio?

—No.

—La verdad es que las cosas nos van bastante bien. Le diré a mi mujer que te envíe un libro de recetas bajas en calorías.

Embarazada.

Camila no estaba escuchando a su hermano. Pensaba en los nuevos sujetadores que había tenido que comprar y en el tamaño de su vientre. Había engordado, pero de una forma que no era la habitual. Ella nunca había tenido tripa. Y esas ganas de comer aceitunas... ¿no tenían antojos las mujeres embarazadas? ¿Y qué había sido de su menstruación en los últimos meses?

—Mi empresa marcha estupendamente —seguía contando Jesse, ajeno a su inquietud— La vida me va muy bien.

—Me alegro por ti —dijo Camila con el corazón en un puño.

No podía recordar cuándo fue la última vez que tuvo el periodo. No era algo que anotase todos los meses o a lo que prestase atención, pero su ciclo siempre había sido un poco irregular y durante los últimos meses.

¿Habría alguna posibilidad de que estuviese embarazada?

—Siempre te agradeceré que tuvieras la generosidad de no pedirme nada de la herencia de mamá —estaba diciendo Jesse— En ese momento me hacía mucha falta el dinero y pude usarlo para sacar mi empresa adelante.

Camila intentaba seguir la conversación, pero le costaba trabajo. Tenía que reconocer que existía la posibilidad de haber quedado embarazada mientras estaba con Lauren.

—Mila...

—¿Sí? Ah, perdona, es que estoy un poco despistada —se disculpó ella— Pero te estaba escuchando. Sé que has usado el dinero para sacar a flote tu empresa.

—Pero ha pesado en mi conciencia desde entonces. Es justo que tú tengas la misma oportunidad, Camila. Después de todo, tú cuidaste de mamá durante muchos años, sacrificando tus estudios, tus sueños.

Con un gesto de orgullo, Jesse sacó un cheque del bolsillo y lo dejó sobre la mesa.

—Ahora puedo darte tu parte de la herencia. Si sigues queriendo abrir tu propio negocio, una inyección de dinero te vendría muy bien.

Camila miró el cheque, boquiabierta.

Por debajo de la mesa se tocaba el vientre, intentando apartar de su mente la idea de que podría estar esperando un hijo. Pero ahora tenía que concentrarse en aquel cheque. Y en lo que significaba para ella.

—Dios mío...

—Si quieres abrir un negocio, tendrás que trabajar muchas horas al día —le advirtió Jesse— Y sigo pensando que ponerte a dieta debería ser lo primero.

Lo primero que llamó la atención de Lauren fue una artística fotografía de tres bolsos de diseño.

Era parte de un artículo en una revista, dedicado a una exposición de Dinah Hansen. En la costura de uno de los bolsos había una etiqueta con el nombre de Camila, estaban colocados frente a un muro de piedra, como si fueran obras de arte.

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