Capítulo 1

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Llegaba tarde. Malditamente tarde. En cinco minutos iba a pasar frente a la construcción y yo seguía con la misma ropa y si me cambio no alcanzo a verla. Decidí esperarla recostado detrás de uno de los pilares de la planta baja, no es que fuera a verme, ella nunca voltea. Jamás mira hacia acá.

—¡Estás más buena que un pan de pueblo!

Me erguí al escuchar el intento de piropo. Agucé mi mirada y distinguí los pasos enérgicos que se acercaban a la construcción.

—Si Adán se comió la manzana ¡yo por ti me comía la frutería!

Vi como apretaba el paso, otro poco más y estaría corriendo. Estaba por llegar frente al pilar donde me escondía, quiero decir donde me recostaba, que está justo donde cruza la calle. Estoy seguro que si el restaurante de enfrente no invadiera la banqueta con sus mesas pasaría por la otra acera. Afortunadamente para mí no tiene otra opción.

—¡Pantorrillas de marfil! —gritaron a pocos metros de mí. Me giré y le lancé al infractor tal mirada que tomó sus herramientas y se internó en el edificio a medio hacer. Cuando volví a mirar reconocí que tenía razón.

Cuando finalmente se detuvo frente a la columna echó una rápida ojeada al cielo, el sol brillaba fuerte y en la acera de enfrente pegaba con fuerza. Tomó su paraguas y lo abrió. Comenzó a cruzar la calle y fue ahí que le grité.

—¡Señorita, no camine bajo el sol, con este calor los bombones se derriten!

Trastabilló un poco como si quisiera detenerse pero continuó caminando. La seguí con la mirada hasta que su cabeza no fue más que un punto amarillo cruzando las puertas del edificio en que trabaja. Me retiré del pilar y me dirigí al área donde se congregaban todos para desayunar y escuchar los trabajos a realizar durante el día.

A medio día, el bullicio de cortadoras, martillos y taladros era tal que tuve que salirme del edificio para poder realizar la llamada. Al segundo timbrazo respondieron y dejé que dijeran el speech de siempre antes de realizar mi pedido. Quería que fuera hermoso, sencillo, delicado y fuerte. Todo a la vez. Media hr más tarde el repartidor pasó a recoger la tarjeta, pude ver como reviró los ojos cuando leyó la frase de hoy.

Después de eso el día pasó demasiado lento y la construcción era un caos de escombros y herramientas. Estaba ansioso por dar el tercer paso hacia la conquista de mi chica. Obvio que aún no es mi chica pero la confianza es muy importante. Ella es para mí, así de simple. Todavía no lo sabe pero es mía.

El ruido de la obra se apagó y me dirigí hacia mi pilar. Tiene la mejor vista cuando viene de la acera de enfrente. Es la hora, todos están esperando a que llegue y me observan. Miran cada movimiento que hago mientras la veo venir.

Está riendo y yo sonrió. Mueve la cabeza y manotea mientras habla por su móvil. Está a punto de cruzar la calle y mira para ambos lados sin dejar de hablar. Cuando llega frente a mi columna doy un paso adelante. Siento las miradas de todos los trabajadores pero continúo. Si fallo seré causa de burla de por vida pero no me importa. Nunca me ha importado lo que digan los demás.

—¿Me permites utilizar tu teléfono? —la vi sobresaltarse, ¡Mierda!, ¡La asusté!, ¡Soy un idiota!, Se supone que iba a presentarme. Agarró con fuerza su paraguas y por un momento pensé que era la katana de un samurái.

No respondió, igual que la semana pasada cuando intenté hablar con Ella. Pero esta vez no pensaba darme por vencido tan fácil. Antes de que intentara esquivarme repetí la pregunta.

—¿Disculpa?—¡su voz! ¡dios, su voz! Suave y dulce con un ligero vibrato, aunque éste último posiblemente sea a causa de los nervios.

—Quiero llamar a mi madre para decirle que he conocido a la chica de mis sueños—respondí sonriendo. ¡Era el rey de los idiotas!

Me miró. Y en ese momento supe dos cosas.

Sus ojos son verdes.

Estoy innegablemente enamorado.

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Gracias por su lectura.

Entre Flores y PiroposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora