Capítulo 7

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Es un sueño. Un sueño maravilloso. Estoy en la proa de un barco que se mece al ritmo de la marea. Mi espalda está recostada sobre su pecho. Su pecho es fuerte y cálido, igual que sus manos que descansan entrelazadas en mi cintura. Mis ojos están cerrados, adormecidos por el susurrar del agua y del viento. Sentí un roce en la sien y mis labios se extendieron en una sonrisa. Suspiré con contento.

Hoy hace un mes que venimos a este crucero por primera vez. Era nuestra primera cita y estaba siendo un desastre. Terry se había puesto gruñón de repente y yo me encapsulé en mi misma. Creí que se había arrepentido respecto a mí.

"No hay otro lugar en el que desee estar si tú no estás". Había dicho viéndome a los ojos.

Creo que en ese momento me enamoré. A lo mejor ya lo estaba pero no sabía.

Esa noche hablamos, hablamos mucho. Comenzamos a conocernos realmente, profundizamos en lo poco que sabíamos del otro. Ahí supe que sus padres se separaron cuando él tenía cinco años y que él se quedó con su padre.

También supe que, de no ser por los piropos que me gritaron los trabajadores de la obra, él no habría volteado a la acera de enfrente y no me habría visto. De no ser porque todos los días, mañana y tarde, recibía halagos de sus obreros, no habría estado esperando verme aparecer.

Días después me confesó que de no ser por su influencia, jamás me habría enviado esas frases con las flores.

—Por supuesto que te habría mandado flores —rezongó ofendido cuando le dije que no tenía iniciativa—,  sólo que sin esas frases cursis, de un modo u otro, habría llegado a ti Candy —aseguró acariciando mi mejilla.

Adoraba que me dijera Candy. En casa siempre me habían llamado Candice, sin diminutivo. No sé en qué momento dejamos de ser Terrence y Candice para ser Candy y Terry.

—Amo esas frases cursis. —Besé la mano con que tocaba mi cara.

—Yo quería invitarte a cenar desde la primera nota que te envié. —Agitó la cabeza riendo.

—¿Qué te detuvo? —pregunté curiosa. Ahora lo conocía un poco más y sabía que su carácter no era tan paciente.

—Tuve miedo —confesó sin mirarme.

— ¿Miedo? —No podía imaginarlo teniendo miedo. Por alguna razón, no imaginaba las palabras miedo y Terry en el mismo enunciado.

—De perder mi oportunidad —me miró a los ojos—, tuve miedo que no aceptaras y te cerraras a mí —me tomó de la barbilla y puso su boca sobre la mía.

Esa noche fue nuestro segundo beso. El tercero si cuento el besito de nada de después de los chocolates. Las otras veces que habíamos salido no lo había besado, no por falta de ganas, sino porque cuando terminó la primera cita le dije que quería ir despacio. Habíamos avanzado mucho pero no iba a correr. Lo que estaba sintiendo era grande. Grande y perturbador. No quería echarlo a perder.

El día siguiente a la primera cita, a pesar que le dije que fuéramos despacio, me envió una frase que aún ahora me provoca escalofríos.

Me gustas para nuera de mi madre

Me retorcí un poco. Terry percibió mi movimiento por lo que apretó el abrazo y agachó la cabeza.

— ¿Quieres entrar? Está enfriando un poco —su dulce tono me impulsó a despegar la cabeza de su hombro y besarle la mandíbula. Me encanta hacerlo.

—Un rato más, por favor —le pedí dando un pequeño beso en su cuello.

Murmuró un "de acuerdo" y besó mi sien. Suspiré sintiéndome querida. Era perfecto. Tan perfecto que me daba miedo.

Una semana después supe que la perfección no existe y que los sueños, son solo eso, sueños.

***

Gracias por su lectura.

Entre Flores y PiroposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora