Pitty

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La verdad de las cosas, es que ni siquiera puedo llorar. Muchas veces he sentido que no valgo nada y, sin embargo, el auto aprecio resulta ser una buena máscara. Hasta yo mismo siento que es real.

Una parte de mi que odio es lo sentimental que puedo llegar a ser. Desde la forma en que miran algo que yo creé con mi alma en ello, hasta la más horrible blasfemia, logran en mi el dolor que jamás desearía para nadie.

¿Por qué, si muchas veces estuve solo, me duele más cuando no me lo espero? ¿No debería estar ya acostumbrado a ello? ¿No debería doler menos? Y si esta sensación tiene una razón de ser, ¿No debería al menos lograr derramar lágrimas por ello? ¿No debería ahorrarme ese dolor seco, que raspa en los más profundo de mi garganta, que quema, que pincha y que clava?.

Hundido en estos pensamientos, camino buscando una cara amigable con un café cargado sin azúcar en la mano, y la otra escondida buscando calidez en lo profundo de mi bolsillo, tanteando algunos papeles sueltos en él, adivinando sin éxito la procedencia de estos.

Muchas caras son amigables, me saludan con sonrisas, y les respondo de la misma forma pero, aunque éstas personas no tienen malas intenciones, me hacen sentir lejano, aislado, solo... Así que sigo caminando, hasta llegar al lugar más alejado del calor humano posible, decidiendo si es correcto tomarme el brebaje de una vez, y dejar de tener algo caliente para sentirme, de alguna forma, vivo. Lo siento, sólo te estoy utilizando sin llevar a cabo tu debido uso.

Está amargo, y quema aún más en aquellos lugares en donde el sufrimiento quedó atorado, vertiéndose en las yagas abiertas de un dolor palpitante, que sigue ahí, haciéndome burlas y carcajeándose de la imposibilidad que tengo de sacarlo todo y sanar.

Al final del camino de rocas, encuentro una fuente, te aspecto tan pálido y vacío como en las profundidades de mis orbes. No así, sus aguas: Llenas de vida y color, contrastando con su apariencia superficial. Me acerco y dejo mi café entre mis piernas, tomando asiento en su orilla contemplando las esculturas, y a lo lejos diviso a mis compañeros, arrugando sus frentes intentando hacer sus tareas incluso cuando están distraídos mirando el paisaje. Se ríen, se empujan, discuten... Es una escena muy cotidiana, común, en la que puede entrar cualquier persona, también común, y no variar la fotografía que se logra captar... Pero si yo entrara en esta imagen, aún si soy ordinario igual que ellos, no sentiría que logro encajar, sería igual que el photoshop barato que hacíamos aún jóvenes... Inconcluso, irrelevante.

Decido no seguir mirando, y desvio la vista hacia los árboles, los pequeños peces amarillos del estanque, el cielo gris... Incluso en un marco en el que estoy sólo yo, no alcanzo a cuadrar, como si mi presencia se viera, por cada cosa con masa, rechazada y repelida, como si no debiera estar en ningún lugar... Que egocéntrico me he vuelto.

Mi café se acaba, entumece todo por lo que pasa y ya no siento dolor. Camino, ya listo y fingiendo que logro entrar en la escena sin que parezca un recorte hecho con tijera para niños, dirigiéndome al lado de los personajes comunes y ordinarios, y por unos momentos la sonrisa cálida con la que me reciben me hace olvidar mi irrelevancia continua, y me repito a mi mismo que a estas personas aún les importo lo suficiente como para no permitir que el dolor sórdido de la soledad vuelva a atacarme... De verdad trato de convencerme, lo juro.

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⏰ Última actualización: Oct 13, 2018 ⏰

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