Sinceridad Involuntaria

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David faltó a sus clases. Se quedó en la parada del autobus toda la mañana buscando a Beatriz entre los transeúntes anónimos. Hizo lo mismo el día siguiente. Confundido, nervioso y frustrado, David intentaba empatizar con aquella misteriosa mujer desconocida, especulando cuáles deberían ser los motivos por los que ella aún no aparecía. Quizás ella no podía acudir a la parada del autobús por trabajo o compromisos. Tampoco se podía decir que estuvieran citados y, de hecho, el que salió corriendo fue él. No había urgencia en tomar ese autobús, pero su impulso instintivo le empujó a huir.

Pero ahora no quería huir. Pasó la tarde meditando su brinco de pánico. Se sintió desnudo y tenía miedo a volver a encontrarla, pero quizás ella también podría sentirse igual. En esas, uno ya no siente la vulnerabilidad del desnudo si la otra persona también lo está. Una persona se siente desnuda si los demás la ven en traje de baño en una biblioteca, o en la facultad, pero se siente cómoda en una playa donde todos visten del mismo modo.

Estamos igual.

Beatriz apareció la semana siguiente a la misma hora, en la acera de enfrente de la parada del autobús donde David esperaba. Cuando él la vió, ella le estaba mirando. A esa distancia ninguno podía leer los pensamientos del otro. Ella sonrió y saludó tímida. Él sonrió y le indicó que iba a cruzar, pero ella le dijo que esperara, como último brote de cobardía. Pasaron unos coches y Beatriz le señaló el paso de peatones que se encontraba a unos metros. David asintió. Ambos andaron hasta el cruce y, cuando el semáforo se puso en verde, David andó hacia ella.

La avalancha de pensamientos y sus ecos acoplaron en sus mentes. En sus rostros crecía la confusión. En tan sólo unos segundos el eco se hizo insoportable.

Estás muy guapa

Estás muy guapa

Estás muy guapo

Estás muy guapa

Estás muy guapo

Quiero follarte

Quiero follarte

Oh, Dios, no

Oh, Dios, no, quiero follarte

Oh, Dios, sí, si quiero follarte, no, no puedo pensar eso

Estás muy guapo, Oh, Dios

Yo también quiero follarte

Yo también quiero follarte

Yo también quiero follarte

Ven

Ven

Ven

Ven

Ven


Beatriz le tomó de la mano para escaper de ese instante. Puso la mente en blanco dirigida a su apartamento. Avergonzada por sus pensamientos y arropada por la vergûenza que David sentía sentir por los suyos, oía los ecos de David, describiendo las imágenes que Beatriz pensaba en su mente sin formar frases.

Vamos a tu apartamento. Es bonito.

Ya sabes que puedo leer tus imágenes.

Yo también quiero que me chupes la verga, que me beses, besarte.

No, no es así. Tampoco tiene esa forma. Es más bien así.


Liberó su mente a responder, para agradecer la imagen visual de su verga.

Una buena polla.

El eco en sus miradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora