Acople

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Aunque la finca no tenía ascensor, ninguno de los dos tuvo la sensación de subir los tres pisos que llevaban al apartamento alquilado de Beatriz. Sin ningún detalle personal, prácticamente sin decoración, aquel apartamento lleno estaba vacío, para llenarse de momentos clandestinos. Ninguna pista de identidad.

Quizás por la proximidad, no solamente los pensamientos fluían entre David y Beatriz sinó también las sensaciones. En cada beso ambos notaban la lengua propia meterse en su misma boca, saboreaban mezclada la saliva del otro con la suya en una combustión de deseo que crecía contenida dentro de sus mejillas. Empezaron a acariciarse la cara, entre besos. Pudieron notar las yemas de sus dedos tocarse mientras tocaban al otro.

David pudo sentir el volumen de los pechos de Beatriz como propio, y sus pezones se endurecieron cuando alcanzó a manosear fuertemente sus tetas, llevándoselas a la boca y sintiendo como su lengua se mezclaba entre saborear el perfume de mujer que Beatriz perfumó horas antes, y la sensación de humedad en sus músculos pectorales.

Beatriz alcanzó el pene de David con firmeza, deslizando su mano entre sus pantalones, y un hormigueo electrizante estalló entre sus piernas. David también empezó a lubricar en su erección, empapando la mano de Beatriz y sintiendo sus dedos calientes. Empezó a masturbar a beatriz y a sentir que las caricias entre su verga y sus testículos de pronto le penetraban en una cavidad inexistente que estallaba en un placer prostático.

Beatriz introdujo el pene de David en su boca, abierta en deseo enfermizo de devorar su sexo, que igualmente David también sentía en esa sensación de estar llevándose a su boca su propia polla, que le ahogaba la garganta por momentos. Abrió con fuerza las piernas de Beatriz, casi con brutalidad la medio desnudó de sus bragas, mientras levantaba la falda de su traje chaqueta. La agarró fuerte de los muslos y con la fuerza de una bestia acercó la vulva de Beatriz a su boca. Beatriz nunca había tenido un coño tan cerca, ni notado el olor de su propio flujo a través de la respiración entrecortada de un hombre. David lo devoró con tanta sed que Beatriz no pudo evitar correrse, y más aún cuando David eyaculaba dentro de su boca.

Inmersos en el placer no dejaban de chuparse con un cúmulo de orgasmos en eco, insanos y enfermizos. Cada vez les resultaba más difícil identificar los deseos propios de los ajenos, pues se entremezclaban y transformaban a merced y placer del otro. Les resultaba confuso sólo al primer instante. Luego, ya sentían ese deseo como propio, como si toda la vida hubieran contenido una fantasía reprimida y desconocida, disparada a la conciencia por otra persona.

Sentir el orgásmo más estremecedor de sus vidas no hizo más que aumentar su deseo. Siguieron desnudándose la poca ropa que quedaba y no dejaron de devorarse en las siguientes horas. En sus mentes sólo predominaba una exclamación "Sí" repetida en un bucle infinito.

Empapados en sudor finalmente descansaron, respirando profundamente, despacio, saboreando el instante y descansando los orgasmos que llegaron a sentirse insoportables.

Ambos tenían la mente en blanco y no hicieron más que disfrutar ese instante de paz.

El eco en sus miradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora