Soy el narrador de esta historia, y, para que el lector me identifique, mi nombre es John Koilzewich. Al enterarme de la muerte de Langstrom, que es el hombre asesinado, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y vine, enormemente alarmado, a la universidad, queriendo saber todo acerca de la noticia.
Según me contaron los agentes, a regañadientes, John Langstrom había salido del centro universitario, después de la comida, corriendo como si le persiguiera la muerte, (y eso que era un hombre mayor), y en la mitad del trayecto, había recibido un disparo. Quise saber con quién había hablado el hombre por última vez, pues podía ser un dato importante, y la respuesta era un alumno suyo. Eso fue todo lo que saqué de los policías tras una hora de conversación. Me dieron el nombre y la apariencia de ese chico, era alto, delgado, con el pelo negro y corto, y su nombre era Michael Harris.
Al día siguiente, decidí dirigirme a la universidad de nuevo para averiguar un poco más del caso. El Profesor Langstrom enseñaba matemáticas algebraicas en primero de carrera, por lo que cada año estaba acostumbrado a tener muchos alumnos nuevos. Asistí a esta clase, en la cual, todos los estudiantes se preguntaban dónde estaba el profesor. Me coloqué en el centro de la clase y les anuncié:
—¡Atentos todos! Hoy su profesor de matemáticas no ha venido. Se ha detectado droga rondando por el centro, y en esta clase están los principales sospechosos. Las puertas están cerradas con llave. Voy a llevarme a uno de vosotros, y, si no sale, nadie se irá de aquí. Ahora diré su nombre: Michael Harris.
Nadie salió en los primeros 10 segundos.
—¡Michael Harris!—pero nadie contestó
Está bien, hasta luego. Entonces me dirigí a la puerta y salí de la clase. Con esa treta, ya me había asegurado de que Michael Harris no se encontraba en el centro, y, al mismo tiempo, había evitado desvelar información acerca de la investigación. El tema se complicaba por momentos, pues este alumno era la única fuente de información posible para aclarar el misterio.
Estaba saliendo del aula cuando, un profesor, el Sr. Masterton, otro amigo de mi padre me llamó. Era un hombre mayor, de unos cincuenta años, y siempre llevaba una bata blanca, pues acostumbraba a trabajar con experimentos de química. Su pelo estaba un tanto desaliñado, pero la gente ya se había acostumbrado a ello.
—¡John!, ¡John!—gritaba el maestro
Yo me giré repentinamente.
—¡Sr. Masterton!, hacía mucho tiempo que no le veía
—Sí, lo mismo digo. Quería darte el pésame por la muerte de tu padre, era un gran compañero.
—Gracias
—Por cierto, ¿Has visto a John?—por un momento pensé si debía decírselo
—Verá, Sr. Masterton, el Prof. Langstrom ha fallecido
—¿De verdad?, ¿Cuándo?—dijo sorprendido
—Murió, al parecer ayer, y se sospecha que fue por homicidio. Estoy investigándolo, pero manténgalo en secreto
—Está bien—el Prof. Masterton suspiró profundamente y después, dijo:—Era una gran persona, estaba un poco loco, pero era buen compañero, este está siendo un año de funerales, por lo que veo
—¿A qué se refiere con que estaba un poco loco?
—Nada, un tema sin importancia.
—No, cuéntemelo—tras unos instantes en los que se quedó pensando, habló:
—La semana pasada, estábamos comiendo, cuando me dijo que había conseguido encontrar la forma de viajar en el tiempoSiguieron a continuación unas fuetes carcajadas por arte del profesor. Entonces, nos despedimos y yo salí de la universidad, bajando por las mismas escaleras en las que, hace menos de 20 h, él hombre que me salvó la vida había recibido un balazo entre los omóplatos y había caído, muerto.
Subí en el coche, y salí del recinto. El edificio estaba situado a las afueras de Beach City, por lo que el trayecto desde el centro, que era donde yo vivía, hasta allí era un tanto largo. Estaba conduciendo por la interminable carretera, inmerso en mis pensamientos, dándole vueltas a lo que me había dicho el Sr. Masterton acerca de Langstrom. Parecía, como creerá ahora el lector seguramente, una real tontería, y una simple broma sin importancia de un viejo profesor universitario. Sin embargo, hay algo que me intrigó en las palabras de Bill Masterton.
La amistad entre mi padre y Langstrom había sido corta pero intensa. John Langstrom empezó a trabajar en la universidad hace dos años. Al enseñarle clases de francés, se hicieron amigos. Un día, John nos salvó la vida a mi padre y a mí en un incidente, y, de ese modo, nuestros lazos se fortalecieron muy notablemente.
Paré en un restaurante-cafetería que se encontraba en medio de la carretera, el Jackson Twist, era un establecimiento retro típico de los años 80, donde todas las camareras iban en patines, y las bombillas son todas de colores, solo que este, no tenía nada de esas dos cosas. Era, al fin y al cabo, un simple restaurante de carretera.
Entré, tenía el aspecto típico que me imaginaba. Las camareras aburridas, unas 10 mesas de las cuales 3 estaban ocupadas y, conmigo, 4. Me senté, y pedí un batido de café de 5$ y un donut. Estaba tranquilamente degustando este magnífico manjar cuando, repentinamente, un hombre se levantó y dijo, gritando:—¡Todos quietos!
A continuación, por lo que pude escuchar, el hombre se levantó, y, tras haber empuñado una pistola y cogido una bolsa, empezó a recoger todo el dinero de la caja. Después, fue yendo de mesa en mesa recogiendo el dinero que contenían las carteras de los clientes. Empezó con la primera mesa nada más entrar, y tras sacarle el dinero y unos objetos de valor a la señora que se encontraba en la mesa uno, se acercó a la segunda, en la cual estaba sentado una familia, hubieron unos ruegos por parte del padre. Los pasos se iban acercando cada vez más, y no me atrevía a girarme, por si disparaba, nunca me había encontrado en una situación parecida. Iba escuchando, a cada minuto que pasaba, el sonido de sus pasos acercándoseme. Hasta que, lo oí
— ¡Dame tu cartera y tu reloj!—Entonces, al escuchar estas fuertes palabras, me giré
Resultó ser que el delincuente tenía un pasamontañas, y ahí estaba, apuntándome con una magnum calibre 44. Por su voz y aspecto físico se podía deducir que tenía unos 19-20 años. Entonces, tras unos momentos en lo que, según creo, el delincuente mostró asombro ante mí cara, me preguntó:—¿Eres John Koilzewich?
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Guggabesh
Science-FictionEl cine y la literatura nos han contado cosas sobre los viajes en el tiempo, pero el único atisbo de verdad que podemos tener sobre estos está en el Guggabesh. He pensado en llevar esta historia a alguna editorial que la publique, pero tras meditarl...