Capítulo 1. El tatuaje de un hombre.

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13 de septiembre, 2015, 22:00 hrs. 

Al abrir los ojos me di cuenta que mi cuerpo estaba cubierto de pequeños trozos de vidrio. Pequeños y punzantes pedazos de parabrisas se habían incrustado en mis manos y cara. Podía sentir mi sangre como sudor en mi frente, pero estaba fría; llevaba un rato ahí. 

Traté de sacudir los vidrios de mi regazo y volteé hacia atrás. Tenía los ojos cerrados, parecía que estaba durmiendo. Un río de sangre le recorría desde la frente hasta el cuello, y sus brazos estaban cruzados sobre sus piernas. Me impulsé con ayuda del sillón del copiloto y estiré mi brazo para sentirle el pulso; no había nada. No había vida. Su cabello castaño se enredó entre mis dedos y un escalofrío me recorrió la espalda de abajo hacia arriba. 

Tenía que salir de ahí. 

Al reincorporarme en mi asiento sentí una pulsada de dolor tan fuerte que me hizo doblarme por la mitad. Todo me dolía. 

Logré abrir la puerta del coche a pesar del golpe que tenía, y salí. Era una carretera sumergida entre árboles y lluvia. Estaba oscuro y no se veía nada, ni nadie. Pasé los siguientes 20 minutos esperando por unas luces que pudieran detenerse a ayudar, pero mi dolor y culpa no me permitieron tener paciencia. 

Volteé por última vez a ver la camioneta negra que iba manejando; estaba doblada por la mitad, abrazando un árbol. 

De pronto, al fijarme mejor, alcancé a ver el rostro frío de la joven que estaba dentro. Pensé en mi familia, en mis hijas, en mi esposa. Le rogué que me perdonara, que esto no había sido mi culpa. Solo estaba tratando de ayudarla. Él la iba a matar, y yo no me podía quedar con los brazos cruzados. 

Pero la he matado yo. 

Y luego, en un impulso de pánico, me aproximé a la camioneta y abrí la puerta como pude. Tomé a la joven y la apreté contra mi pecho para poder sacarla. Traté de no pensar en el frío de su piel, ni en su pelo enredado entre sangre y lluvia. La llevé al bosque, la solté delicadamente junto al árbol más bonito que encontré, con mi camiseta le limpié la sangre y, pidiéndole perdón una vez más, la enterré. 

No lo hice por miedo a que la encontraran, no la enterré tan profundo. Lo hice porque no quería que la encontraran en la camioneta, sola. 

Me levanté llorando. Este era mi fin.  De pronto mis pies empezaron a moverse por sí solos. Me llevaban dentro del bosque, lejos del hoyo que hice. No sé a dónde me llevaban, pero decidí obedecerlos, decidí quedarme callado. 


"Las leyendas, para ella, se volvían en su realidad".


MÍA.

Me despierta el sonido de mi teléfono avisándome que tengo un nuevo mensaje. Sacando mi brazo de entre mis cómodas sábanas, alcanzo mi teléfono y leo la pantalla. Es mi mamá diciendo que tuvo que salir temprano, que el desayuno estaba abajo, y que llevara a Alexia a la escuela. 

-¡Mía!- me grita mi hermana menor con un tono que me provoca fruncir el ceño, como si me hubiera taladrado el cerebro. 

Ella tiene catorce años. Siempre ha sido una niña extraña pero divertida al mismo tiempo. Alta, tan delgada que cuando corre parece que se romperán sus largas piernas. Tiene un mechón de pelo café en la frente que le estorba siempre, mismo que brilla perfecto a cualquier tipo de luz. Ojos grandes color miel que cuando te ven directamente, parece que pueden tocar tu alma. Es bastante parecida a mi padre. Mientras que yo soy una réplica de mi madre.

LimerenciaWhere stories live. Discover now