III

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Sirena acabó medio dormida recostada en la enorme raíz, ni siquiera el alboroto que provocaron los jóvenes que volvían con la comida fue capaz de moverla de allí. Sentía la cabeza pesada y estaba demasiado mareada para levantarse. Se dijo a si misma que nunca volvería a fumar. Tenía frio y su camisa verde no le proporcionaba abrigo. Esperó a que alguno de sus nuevos amigos la tapara con alguna manta. Pero vio que esto no ocurría, así que golpeó a Anieli que estaba tumbado a sus pies. Este estaba en peor estado que ella, en el suelo retorciéndose bocarriba. El chico le cogió de los zapatos para evitar que siguiera empujándolo y acabo quitándole uno. No parecía consciente de lo que hacía. Keneth, también tumbado en el suelo, reía sin parar mascullando algo inteligible. Ajax estaba sumido en pleno llanto, ya no parecía tan atractivo entre tanto gimoteo. Y el cuarto chico estaba inconsciente. Ninguno de ellos sabía que demonios había fumado.

El efecto de la hierba desapareció por completo a la mañana siguiente. Sirena se levantó con cuidado para no despertar al resto y se dirigió a la tienda donde guardaban la comida. Su hambre había augmentado y se maldijo por no haber cenado nada la noche anterior. Apartó la manta que cubría la puerta. Dentro un chico moreno, alto y fuerte, se peleaba hostilmente con Olympia, que quería construir una muralla. A él no parecía hacerle mucha gracia la idea, porque decía que era una perdida de tiempo y que en lugar de eso tendrían primero que construir tiendas para todos, que ya harían la muralla después. Olympia estaba apunto de estallar furiosa, cuando se giró y vio a la menuda chica en la puerta.

-¿Qué quieres?-preguntó el chico serio. Sirena se dio cuanta de que era el joven que había puesto orden la noche anterior cuando no tenían nada que comer.

-Soy Sirena.Vengo a por algo que comer.-respondió ella bien recta.

-Me llamo Tora. Aquí tienes.-dijo el joven con conformidad. Y le dio una bolsita. Después resopló mirando a Olympia, que le dedicó su sonrisa maliciosa habitual, y salió de la tienda.

Sirena se quedó contemplando la escena con indiferencia, hasta que la jefa la fulminó con la mirada.

En el momento en el que el calor del sol ya penetraba en la piel, todos se pusieron manos a la obra. Cada uno en su puesto. Funcionaban como una máquina perfecta. Unos cazaban, otros fabricaban tiendas, otros labraban la tierra, con las manos, pues no tenían herramientas; otros trepaban a los árboles para examinar la zona, etc. Y Sirena... Sirena simplemente anotaba la cantidad de frutas, semillas y animalillos que iban llegando. El aburrimiento le causó que empezara a hacer dibujos en la libreta. Siempre dibujaba pájaros, cualquier tipo de pájaro. Esto le recordó a cuando esperaba en la ventana de su habitación a que uno apareciese, podía permanecer horas sin moverse; pero ahora solo tenía que mirar a los árboles y aguardar a que uno se dejase ver. Se dio cuenta de que en aquella zona los pájaros eran azules como las turquesas. Y pertenecían a una raza que no recordaba haber visto en el libro que le regaló su abuelita sobre estos animales. 

Estaba inmersa en sus dibujos cuando dos personas discutiendo a gritos la desconcentraron. Eran Ajax y una chica de pelo negro carbón.

-¡A mi no me engañas!-gritó ella rabiosa.-¿Crees que por estar en medio de la nada ya puedes liarte con cualquiera? Ya he soportado bastante.

-¡Solo le estaba arreglando el botón de la camisa!-se excusó penosamente Ajax.

-¡Estoy harta! ¡Me oyes, harta!-chilló de nuevo. Y le lanzó al joven una lechuga con agresividad, la cual estaba en la mesa donde Sirena trabajaba. La pelirroja retrocedió por miedo a que la golpeara a ella también. La novia de Ajax se dio la vuelta y se metió en una tienda.

-Alala, por favor!-rogó el chico siguiéndola. Y se quedó delante de la tienda toda la mañana sin dejar de disculparse. Pero la discusión no pareció durarles mucho porque esa misma tarde ya se estaban comiendo a besos entre risitas y caricias, sentados en uno de los troncos que hacían de bancos delante del fuego. A esa misma hora Sirena volvió a dirigirse a la fila donde Olympia asignaba las tareas. Se apresuró a llegar la primera, con la esperanza de que le asignaran salir a cazar o buscar agua. Sin embargo esta vez la jefa solo se dispuso a pararse enfrente de todos y a anunciar:

-Mantendréis los puestos que os asigné ayer.

Sirena suspiró poniendo los ojos en blanco.

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