IX

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Aquellos cuervos ya se habían marchado. Ya estaban a salvo. Tora ordenó a esconderse en las pocas cabañas que llevaban construidas. Y él y su cuadrilla alejaron a los animales lanzándoles piedras. Después de conseguir que se alejasen, todos lo aclamaron y fueron a darle las gracias. Doce personas habían resultado heridas. Para Olympia demasiadas, quien no supo como reaccionar ante tal amenaza. Un sentimiento de culpa invadía su interior. Estaba sentada sobre un tronco en la entrada de su tienda, mirando el cielo que  tantos años había ignorado. Desde el bosque este parecía más azul. Acariciaba su pelo con nerviosismo, que le caía sobre el pecho. Por detrás apareció Tora. Este se rascó la cabeza, y se sentó a su lado en la hierba. Olympia no reaccionó, o no quiso hacerlo, pues su relación no había empezado con buen pie, y no quería escuchar nada que el pudiera decirle.  La joven  siguió observando aquel cielo azul.

-¿Te ocurre algo?-preguntó Tora preocupado.

Ella no contestó.

-Vale.-respondió el joven molesto. Y se puso en pie.

-¿A dónde vas?-preguntó Olympia con su insinuante sonrisa habitual.

-No tengo tiempo para tonterías.-le dijo divertido levantando las cejas.-Solo quería saber como estabas, pero veo que estás tan bien como siempre.

 Ella tornó los ojos y lo miró alejarse. Pero antes de que estuviese muy lejos lo llamó:

-Tora, espera!

El chico se giró extrañado.

-Gracias.-dijo Olympia observándole los oscuros ojos.

Más tarde se pasó por la cabaña de curas para ver como estaban los heridos. Allí estaba Apolline. Trabajando atareada. Al tiempo que le caían  desmesuradas gotas de sudor por la frente a causa del insoportable calor que hacía durante el día, y que en la noche se tornaba un frío penetrante. Apolline  se giró al oírla entrar y la recibió con un fuerte abrazo.

-Me alegro tanto de que estés bien.-le dijo Olympia cogiéndola de las manos. Su amiga volvió a abrazarla y la dirigió a una esquina de la habitación hecha con ramas, donde un joven agonizaba, con la frente cubierta por una venda y la piel atestada de heridas. Olympia se sentó colocándose sus mechones canela detrás de las orejas. Y acarició la mejilla del herido para tranquilizarlo. Él calló, mirando fijamente a la joven, que comenzó a cantar una especie de nana. Apolline los observaba desde delante de la cama con las manos cogidas sobre la falda, admirando como el muchacho cerraba los ojos. Cuando su respiración se calmó Olympia se puso en pie y se acercó a Apolline que barría el suelo con una escoba hecha de ramas, que iba dejando trocitos de brotes ensuciando así, más que limpiando.

-Hay que intentar mantenerlo todo limpio si queremos que esto parezca un hospital.-dijo Apolline con una sonrisa. Y después susurró con una voz profunda.-No se recuperará.

-¿Cómo lo sabes?-preguntó Olympia sentándose en un matojo de hierbas.

-Me lo han dicho ellas.

Olympia se disponía a preguntar que quienes eran ellas cuando en ese instante entraron por la puerta Keneth y Sirena, riendo y hablando. Olympia se reincorporó y se alegró al reconocer a su hermano que no había vuelto a ver desde que la ayudó hacía unos días. Aunque no pareció saber quien era esa chica menuda de pelo rizado . La pelirroja se secó el sudor que mojaba la constelación de pecas que tenía sobre su nariz y la saludó con la mano sonriente. Keneth miró a Apolline que se acercaba a él muy decidida. Este la esperó con entusiasmo, pero cuando la tubo delante, ella se agachó un poco y comenzó a limpiarle a golpecitos la tierra que tenía por toda su ropa. El joven se quejó incómodo mientras intentaba esquivar sus manos y acabó cogiéndola por los brazos. Apolline cesó sus efusivos intentos de eliminar hasta el último resto de tierra e inició una reprimenda contra el joven, argumentando y reargumentando porque no debía entrar suciedad a la cabaña.

Sirena se apartó entre risas y se sentó al lado de Olympia, dejando un huequecito entre ambas. Olympia inspiraba superioridad solo con mirarla, pero en ese momento parecía afectada por algo. Sirena cruzó las piernas sobre las hierbas donde estaban sentadas, y le dijo a Olympia dulcemente mientras le acariciaba los claros mechones:

-No estés triste.

-No quiero estarlo.-respondió con una mirada sincera, y suspiró apretando los labios.

-Nadie más tiene hambre?-preguntó Tora frunciendo el ceño. Apolline y Sirena asintieron cruzando miradas.

-Venid, creo que puedo conseguir algo para comer.-dijo Olympia dirigiéndose a la entrada.


Cenaron los restos que habían robado a escondidas de la enorme despensa. No había respeto y por tanto tampoco autoridad, sin embargo nadie notaría la desaparición de un poco de carne y unas bayas, lo único que podrían echar en falta era el vino. Tora y Olympia se encargaron de entrar a por  la comida, se colaron cuando todos ya dormían. Apolline esperó fuera con Sirena, quien no dejó de reírse en ningún momento por la emoción, para controlar que no fueran vistos. Más tarde hicieron un fuego cerca del bosque, donde nadie podía descubrirlos.

A la mañana siguiente, se despertó en la hierba, sentía un picor insoportable por toda la cara. Se incorporó comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, tenía algo que le recorría todo el rostro.  Pero por más que agitaba la cabeza el hormigueo no cesaba.


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Espero que os esté encantando. Decidme qué os parece, y algún consejito. También si queréis que pase algo en especial. Cuál es vuestro personaje favorito y vuestra pareja😘?

Muchas gracias por comentar y no os olvidéis de votar😘😘😘.
XOXO

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⏰ Última actualización: Jun 14, 2017 ⏰

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