Desperté algo mareado sobre una cama de aspecto desconocido, con la boca vendada y las manos amarradas. Totalmente inmóvil, y a simple vista sin ninguna compañía.
Me sentía confundido, no recordaba nada, ni como llegué a esta refinada habitación.
Apenas recordaba cuando caminaba a media noche por ese extraño callejón en dirección hacía mi casa.
Era todo realmente confuso, no podía recordar nada más que eso.
Ya que mi vista se había nublado luego de dar unos cuántos pasos hacía adelante por un tóxico aroma.
Y no se trataba de cualquiera, este era bien distinguido, extravagante, y por sobretodo potente. De hecho, seguía impregnado en mis fosas nasales.
De tan sólo olerlo sentía cansancio, pero no como para caer rendido en los brazos de morfeo, no ahí, teniendo en cuenta de que estaba postrado en una casa ajena, con una persona que quizá hasta quiere quitarme la vida.
O tal vez, se trataba de un ninfomano el responsable de este misterioso secuestro.
Quién sabe. Estaban las luces apagadas, y había un inmenso silencio. No se percibía la presencia de nadie.
Era de suponerse que aquel desconocido/a, estaba elaborando a la perfección su plan, o mejor dicho, ataque.
Obvio, no planeaba quedarme de brazos cruzados allí.
Aunque no podía hacer nada, mis manos estaban amarradas a la perfección, y el hecho de no poder desatarlas me hacía desesperarme. Así que me dispuse a gritar a pesar de tener mi boca cubierta con cinta adhesiva.
La cual fue arrebatada de un solo tirón por una tersa mano huesuda.
— Calma cariño, estás conmigo. No tienes porque pedir ayuda.