Algo horrible va a suceder hoy.
Ni siquiera sé por qué pienso eso, pero he tenido aquella sensación desde que me levanté por la mañana. Me desperté gracias a mi padre, quien me sacudió en la cama y comentó que necesitábamos comida. Había estado intentando cazar algo durante tres días, pero su deteriorado estado físico no se lo permitía.
En cuánto mis ojos abrieron, el presentimiento me inundó, metiéndose en mi mente y dejándolo allí. Ha estado torturándome todo el día, y no he logrado concentrarme. Cada vez que encontraba algún venado para cazar, el pensamiento me impedía ver con claridad, y este terminaba oyéndome para desaparecer nuevamente en el bosque.
Doy un nuevo paso entre la nieve, arrastrando mis pies helados en ella. Tomo mi arco una vez más, y apunto hacia mi objetivo: un ciervo intentando encontrar restos de césped fresco entre la profunda escarcha.
Respiro profundo, y mi estómago gruñe, alentándome a que siga. Debo cenar hoy, y mi padre cuenta conmigo para ello. Mi hermana Maxin probablemente también esté ansiosa; la niña ha estado comiendo pan durante toda la semana, y hoy por la mañana cuando me fui, se encontraba algo inquieta.
Debo hacerlo por mi familia, y esta vez debo hacerlo bien. Cualquier paso en falso, y el animal se iría. O tal vez peor, desperdiciaría una flecha cuando es evidente que no es necesario. La última vez que utilice una flecha mal, tuve que vender un jarrón para comprar comida.
Posiciono el arco y coloco la flecha en su lugar. Lo tenso, y apunto justo en la cabeza. Doy un suspiro profundo, y disparo. En cuánto la flecha da donde deseaba, el venado cae al suelo muerto. Sonrío y me adentro en el bosque aún más para llegar a mi presa. Aquel animal que sería mi cena de hoy por la noche.
Pero en el instante donde pienso como voy a cocinarlo, la misma sensación pasa por mi cabeza. Ni siquiera sé describirla, pero un escalofrío me recorre la espalda, y pronto mi caza se torna insignificante.
Tomo al venado de las patas y se las amarro rápidamente con una soga. Quito la flecha de su cabeza, y la limpio en mi atuendo, para luego volver a colocarla en el carcaj de mi espalda. Comienzo a arrastrar el cuerpo por le bosque, haciendo toda la fuerza posible en ello.
Lo arrastro lo suficientemente lejos como para salir del bosque, y giro mi cabeza para ver mi casa. Es pequeña, rudimentaria, con los tejados de choza y las puertas de madera. Es pequeña, pero aún así perfecta para nosotros.
En cuánto abro la puerta de la casa, Maxin aparece delante de mí como un resorte y sonríe. La pequeña rubia de diez años esta muy emocionada. Se pone en puntas de pies, e intenta ver que animal traigo conmigo. Sus ojos celestes se abren de sorpresa al ver aquel gran venado junto a mí.
— ¡Viniste!— chilla emocionada.— ¡Papa, Leyre ha llegado!
Mi padre se asoma del pasillo y me sonríe. Se acerca a mi cojeando y observa el cadáver junto a mí.
— Bien hecho Leyre.— dice con orgullo, e infla su pecho.— Eres una excelente cazadora.
— Gracias papá.— respondo con alegría.
— Leyre, ¿Crees que algún día sea tan buena como tú?— pregunta Maxin con inseguridad.
— Claro que si.— digo revolviendo su rubio cabello.— Serás incluso mejor.
Maxin asiente con la cabeza, y se va corriendo hacia la cocina, para preparar el fuego. La observo hacerlo con tanta dedicación, que me da pena decirle como yo lo haría en tan sólo un segundo.
Mi padre me ayuda a subir el ciervo a la mesa y lo observa satisfecho. Toma un cuchillo, y comienza a quitarle la piel. Se detiene durante un segundo, y sus ojos van directamente a el cuadro de mi madre colgado en la pared. Su cabello rojizo, sus ojos celestes y el bebé que sostiene en sus brazos: yo.
— Te pareces mucho a tu madre, ¿Lo sabes?— suelta de pronto.— No sólo en apariencia, sino también en tu forma de ser.
— ¿A ella también le gustaba cazar animales en invierno y enfriarse los pies?— pregunto con ironía.
Se le escapa la risa:— Ella era valiente, astuta, y una chica muy fuerte Leyre. Eres igual a ella en todas esas cosas.
Sus ojos me miran fijo y puedo distinguir la culpa en ellos.
— ¿Que sucede?— exclamo preocupada.
— Leyre, debes entender, que esto que voy a hacer tiene un propósito.— dice avergonzado.— Todo lo que hago, lo hago por ti, y por Maxin.
— ¿De que estas hablando?— su tono está empezando a preocuparme.
— Quiero dejarles un mundo en donde las cosas sean más justas, en donde no debas esconder tu poderes por miedo a ser enviada al castillo o asesinada.— explica.— Y por eso debo enviarte, para protegerte.
— ¿Para protegerme? Yo puedo...
— No contra esto Leyre.— me interrumpe.— Esto es mas grande que cualquier otra cosa que nos haya pasado.
Niego con la cabeza confundida:—¿A dónde vas a enviarme?
— Voy a enviarte al castillo...— dice para mi sorpresa.— Pero te entregaré para que todos sepan que eres.
Mi cerebro no llega a procesar las palabras que salen de su boca, a pesar de que no sean a gran velocidad.
— Si no lo hago ahora, te enviarán a la guerra, o terminarás siendo una sirvienta de algún rico del pueblo de Celevir.
Suspiro resignada. Sabía que esto sucedería en algún momento, no sabía que ahora, pero sí muy pronto. Voy a cumplir dieciocho años, y con la mayoría de edad pero pocos estudios, no obtendría un buen trabajo. Las cosas eran complicadas en la aldea, y ambos lo sabíamos.
— Papá.— murmura Maxin junto a mí.— ¿Leyre se irá a la guerra?
La mirada de mi padre pasa de mí, a ella, y luego nuevamente a mí. Toma una silla del respaldo, y la corre para sentarse. Con una señal, llama a Maxin junto a ella. Mi hermanita se para justo delante de él y noto como sus ojos se tornan vidriosos.
— Leyre se irá por un tiempo, pero no a la guerra.— levanta su vista un poco y sonríe.— Se irá al castillo, para reclamar lo que es suyo.
— ¿Que cosa va a reclamar?— pregunta con curiosidad.
— Pues... hay algunas personas que nos deben cosas, pero tu no te preocupes.— sonríe con calidez.— Tu hermana volverá.
Maxin gira su cabeza hacia mi y asiento. Si todo sale bien, sé que volveré junto a ellos, las cosas cambiarán, eso sin lugar a dudas, pero podré estar con ellos de nuevo.
— Está bien.— sentencia la rubia.— Pero sólo con una condición.
— ¿Y esa cuál es?— pregunto sorprendida.
Se acerca a mí y sonríe con picardía:— Que te cases con un príncipe, y que todos vivamos en el castillo.
No puedo evitar reírme ante su pedido:— Sabes que eso no nunca sucederá Maxin.
Sin embargo, mi hermanita, dibuja una mueca sinistera en su rostro y, sin decirme nada, sé lo que dirá.
— Nunca digas nunca, hermana.
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Niebla de Furia
FantasyLa inteligente cazadora y ladronzuela Leyre, ha vivido en el Reino de Celevir durante toda su vida. Allí, reinan los hombres que poseen poderes extraordinarios, pero sólo aquellos que son puros. Ella forma parte de la ultima familia con rastros de p...