• Prólogo •

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No recordaba con exactitud  aquella noche

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No recordaba con exactitud aquella noche. A decir verdad, si lo hacía, solamente que nadie creía en ello.

La noche que asesinaron a mi madre parecía un agujero en mi mente, algo que había sido modificado con intención.

Mi padre dice que era muy pequeña para recordarlo completamente. Solía decirme que los niños cuando sufren una situación traumatica, suelen olvidar o modificar lo que han visto; pues en mi caso no fue la excepción.

Recuerdo que tenía siete años, y que estaba recostada sobre mi cama. Me revolvía en ella como solía hacer; siempre me había costado dormir, y la única forma era dando un par de vueltas sobre el duro colchón de mi habitación.

Maxin se encontraba allí conmigo, un bebé de apenas unos pocos días, mi nueva hermanita. Mi madre venía a vernos durante la noche, sobre todo a la pequeña, y observaba como dormíamos. Era una costumbre que siempre tuvo, y que repetía cada una de las noches. Claro que casi siempre yo estaba despierta, y fingía que no.

Pero esa noche no vino a la habitación. Me levanté de mi pequeña cama y camine hacia la cuna de Maxin. Dormía con tranquilidad, su pecho subía y bajaba lentamente. Me la quedé observando un momento, intentando ver que era lo que mi madre encontraba atractivo en aquello.

Entonces oí un ruido. Sé que lo hice, porque no pudo haber sido más claro. Alguien había tirado un objeto de vidrio al suelo, y este había generado un estruendo.

Camine a hurtadillas hacia la puerta, no quería despertar a mi irritable hermanita, y mucho menos asustar a mi madre. Tome la vela que se encontraba en el suelo, y comencé a recorrer el estrecho y sencillo corredor de nuestra casa.

Escuché unos pasos en la cocina, y me apresuré hacia allí.

Fue cuando lo ví.

Un hombre parado en el medio de la sala con una capa roja, observándome fijamente. Se me quedó viendo, con sus ojos azules profundos. Lo reconocí al instante: lo había visto dar su discurso frente a todo el pueblo de Celevir.

El Rey me observó con repugnancia y corrió su larga capa, destapando el cuerpo de mi madre en el suelo. Ahogué una exclamación en mi garganta, y comencé a llorar. Las lágrimas caían silenciosas por mis mejillas mientras observaba el cuerpo inmóvil de mi madre.

Entonces llegó mi padre, sorprendiendome por detrás. Pero en cuánto señale la escena, mi minusculo dedo quedó apuntando al vacío. La cocina se veía como debía, y mi madre ya no estaba.

Jamás la volvimos a ver.

Mi padre aún tiene la esperanza de volverla a ver, caminando por el pueblo, o tarareando canciones mientras cocinaba aquello que él había cazado. Yo sabía que jamás sucedería, que todo era una mentira cruel hacia mi pobre padre.

Me encontraba muy segura de lo que había visto y, con el tiempo, lo convencí a él también. La memoria de nuestra madre debía ser preservada, eso lo sabíamos con certeza. Ambos queríamos algo en común:

Venganza

Pero no se trataba de cualquier venganza, sino de una muy importante: aquella que definiría mi futuro, y el de todo Celevir.

Si mi madre me había dejado como legado la magia, sé que debo aprovecharla al máximo. Debo usarla en su honor, y jamás perder de vista mi objetivo.

El único problema era, ¿Que precio tendría que pagar por ello?

Niebla de FuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora