• Capítulo 2 •

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A la mañana siguiente, me desperté más fría de lo normal

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A la mañana siguiente, me desperté más fría de lo normal. La cabaña era pequeña, así que generalmente alcanzaba con un poco de fuego en la chimenea para calentarla. 

Me levanto somnolienta y voy hacia la cocina para observar, sin sorpresa, que el fuego se ha apagado. Debo subir al techo y limpiar un poco la chimenea; claro que debo hacerlo antes de irme.

Mi padre no había querido comentarme mucho sobre hoy. Ni a donde iríamos, ni a quién nos veríamos, y mucho menos con quien íbamos a hablar sobre el asunto "mágico". Se ha quedado callado el resto de la noche, observando el ahora apagado fuego arder y consumir la leña.

Camino hacia la casi carbonizada leña, y coloco mis manos sobre ella manteniendo distancia. Entonces de pronto el fuego se enciende. Sonrío satisfecha conmigo misma, y me levanto de mi posición en cuclillas.

He tenido estos poderes desde siempre, y a veces parecen resultar útiles. Soy capaz de controlar el fuego, hacer arder lo que deseo inmediatamente. También puedo mover las cosas, aunque no suele ser muy útil; la mayor parte del tiempo que cazo, debo arrastrar la presa, ya que de lo contrario alguien podría verme.

Pero ahora todo cambiará.

Ya nada volverá a ser lo mismo luego de hoy, y mucho menos si me convierto en alguien del castillo. Ser parte de la corte de Celevir no me haría demasiada gracia, y mucho menos ver al Rey allí junto a sus dos hijos.

Muy pocas personas han visitado el castillo, y se pueden contar con los dedos de la mano aquellas que viven para contarlo. Sin embargo, todos ellos dicen que al Rey ha tenido su primer hijo "impuro".

Se le dice así a las personas que poseen poder, pero no absoluto, como yo. Pero no sólo eso, sino que su primogénito poseía magia oscura de la cuál se le hacía imposible librarse. 

Se rumorea que luego la Reina dió a luz a un segundo bebé, el cuál será Rey de Celevir muy pronto. Por otro lado, su primer hijo es el Rey de una pequeña aldea junto a la nuestra, Chesmir. Fui con mi padre un par de veces a vender algún artículo hecho con barro, o para vender el cuero de los animales.

Es extraño que las pequeñas cosas que eran una rutina, podrían no llegar a serlo más. 

Observo el fuego crepitar junto a mí, sus llamas pequeñas a causa de la leña. Me pregunto como será vivir allí, si seré aceptada, o simplemente al enterarse de mi existencia deciden asesinarme. Quiero cumplir con la promesa que le hecho a Maxin y volver a casa sana y salva.

  — ¿Rory?

Sonrío al oír ese apodo. Siempre deteste mi nombre completo, Lorelai, y todo el mundo me llama Leyre. Mi madre comenzó a decirme así, y ya jamás se me quitó. Sin embargo, hay veces en las que Maxin me llama por un apodo cariñoso.  

  — Te despertaste.— respondo girando mi cabeza hacia ella.

Baja su mirada hacia sus pies descalzos y, sin embargo, sonríe. Es una de las pocas personas a las cuales siempre encuentro con una sonrisa pintada en el rostro. Camina hacia mí con lentitud y se sienta a observar el fuego nuevamente.

  — Hace frío aquí.— frota sus manos.— Quisiera poder encender fuego al igual que tú.

Suspiro:— Créeme, no quieres. 

  — Leyre, tus poderes son geniales.— me contradice.— Creo que lo que haces es increíble, me encantaría...

Un golpe nos hace saltar. Ambas dirigimos nuestra mirada hacia la ventana, la cuál se encuentra entreabierta. Por aquel espacio, se asoma un cuervo negro. Observa todo el lugar, pero parece que sus ojos se quedan posados en mi finalmente.

— ¡Vete!— gritami hermanita.

El cuervo lanza un grito y luego se larga. Aquel sonido queda vibrando en mi cabeza como un disco rayado. Maxin y yo simplemente nos quedamos la ventana sorprendidas. No me gustan ni un poco los cuervos, es decir, en Celevir son señal de mal presagio.

De pronto tocan la puerta. Giramos nuestras cabeza y conectamos miradas durante un par de segundos. Son las nueve de la mañana, y en verdad no esperaba a nadie. Me levanto y me encamino a la puerta con sigilo.

Tomo el cuchillo de sobre la mesa y abro la puerta de golpe. Una anciana me observa asustada en cuánto la apunto con ella. Sus ojos y abrigo negro son algo escalofriantes, aún más cuando un cuervo acaba de estar aquí.

  — Parece que las chicas de ahora saben defenderse mejor que antes.— suelta en un tono divertido.

— ¿Puedo... ayudarla?— pregunto nerviosa.

— Oh si, querida, de eso no cabe duda.— señalo la mujer sonriendo. Luego me observó de arriba a abajo.— Eres mas hermosa de lo que recordaba.

— ¿Nos conocemos?— comento sin mucha convicción.

— Claro que sí.— se ríe.— Tenias seis años, tal vez no me recuerdes con claridad pero... yo a tí si.

— Leyre...— mi hermana aparece detrás de mí.— ¿Todo está bien?

— Sí...— observo a la anciana.— Sólo estamos hablando.

Ella asiente con entusiasmo. Sus ojos celestes son increíbles, y aunque su rostro esté lleno de arrugas, puedo notar que en algún momento fue hermosa. Sin embargo, hay algo inquietante en ella, como si una aura oscura girara entorno a ella.

— Lorelai, escucha con atención porque no lo repetiré otra vez.—se acerca a nosotras con cuidado.— Hay una maldición, hecha con algo más poderoso que la magia que posees. 

Niego con la cabeza:— Escuche señora, no necesitamos qué...

  — Ahora te irás al castillo, pero existen fuerzas que querrán destruirte.— abro la boca anonada, pero ella no se sorprende.— Fuerzas que detestan la línea de poder de las Nix, la descendencia de tu madre.

  — No tengo idea de lo que está hablando, yo no...

— Debes confiar en ti Leyre.— se acerca a mí y con su dedo toca mi pecho.— No uses esto.— me da un golpecito en la cabeza.— Usa esto.

Quiero decirle que no tengo idea de lo que habla. Que mi madre simplemente descendía de algo de poder , y yo contengo algo de ella en mí. Si, soy la última en la línea de sangre con poder, y se qué existen miles como yo viviendo en los castillos; descendientes impuros que son parte de la corte para casarse con más de su tipo y continuar la línea de sangre.

Las únicas personas que conozco con un poder tan grande son los reyes y princesas que gobiernan los diferentes pueblos vecinos a Celevir.

  — No puedes decirle a nadie que estuve aquí.— coloca uno de sus dedos sobre sus labios finos y secos.— Es un secreto.

— ¡Leyre!— grita mi padre. — ¡Niñas! ¿Donde están?

La anciana sonríe por una última vez y, de un movimiento rápido pero limpio, se envuelve en su capa negra. Esta se disuelve al instante, formando una especie de humo negro, y se transforma en un cuervo que sale volando para perderse en la inmensidad del bosque.

Doy un paso fuera de la cabaña y miro hacia ambos lados, buscando alguna señal de la mujer. Pero parece que mis ojos no me jugaron una mala pasada, y aquello que acabo de observar es cierto.

— ¿Niñas?— pregunta mi padre y ambos nos giramos hacia él.— ¿Quién era?

No se que decir. Me quedo estupefacta durante unos instantes y lo observo asustada. Quiero decirle a mi padre lo que hemos visto, pero el miedo a ponerlo en peligro es mayor a todo.

— Una señora pidiendo limosna.— responde Maxin por mí.— Sólo... le dimos un trozo de pan.

 Mi padre, aunque poco convencido, asiente:— Prepara tus cosas para irnos Leyre, ya es hora.

Niebla de FuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora