Capítulo 4

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No estaba dispuesto a perderte, pero no quería que todo ese amor que guardabas en tu interior para mí, se convirtiera en un gran odio. Entonces me dediqué a buscarte un nuevo amor, una persona que te tratara bien, que te respetara aunque jamás te pudiera amar como yo, hallar a una persona de la que te pudieras enamorar.

La búsqueda no fue fácil conocí muchos hombres y siempre creí que era el ideal para ti, algo en él, me hacía retroceder. Los días pasaban y no recordabas, se había convertido en un proceso largo y abrumador, todo se hacía más difícil conforme pasaba el tiempo, tus padres eran como aves carroñeras que atacaban con mucha fuerza, su objetivo era separarme de ti, recuerdo que me di casi por vencido, pero ratoncita me dijo que debía luchar por ti, que no debía desistir.

Caí en una profunda depresión, mientras tú vivías con tus padres, yo me ahogaba en el alcohol. Recuerdo que pasé muchos días durmiendo en lugares de puta mierda, en donde la pobreza no era el problema, si no la naturaleza de la sociedad egoísta e ignorante en la que vivimos, una fiel enemiga. Todo el mundo se sacudía ante mis ojos, las alucinaciones eran muy frecuentes y muchas veces venían acompañadas de recuerdos de una infancia llena de dolor, los cuales deseché en aquel vacío que causó una vez mi padre, tenía que llenarlo con algo, o ¿me estaba justificando?; Anita sabes, nunca te lo conté pero creo que debo confesarlo, odie a mi padre ni siquiera fui a su funeral.

Esos días en los cuales perdí por completo la razón, no podía dejar de verlo en las caras de esos ancianos que dormían en las calles y que sin temor a ser despojados de su mundo surreal, dejaban que durmiera en algún rincón, maloliente a orine de perro, en medio de mi delirio, pronunciaba tu nombre, boca arriba mirando el firmamento y cuando por fin las lágrimas habían mojado cual lluvia del alma mi lugar, el sol ya besaba las ventanas de aquellos edificios viejos a mi alrededor.

A veces incluso llegué a sentirme una persona nocturna, cuando despertaba, las nubes ya habían matizado por completo, me ponía de pie y siempre regresaba descalzo a mi casa. ¿Te acuerdas de ratoncita? María, tu mejor amiga. Fue a visitarme un día a aquella que ya hace mucho tiempo llamamos hogar, y no le gustó para nada mi estado, estuvo hablando largas horas conmigo, durante un mes, rogándome asistir a un lugar en donde pudieran atenderme y ayudarme con mi adicción.

Cuando decidí ir, ya había tocado fondo y entendí que así jamás te recuperarían. Días antes de marcharme fui a visitarte a casa de tus padres, pero lo único que encontré fue un montón de insultos, me prohibieron verte y juraron ante mí que nunca volveríamos a estar juntos.

Los días eran tan largos, como las charlas a las que estaba obligado a asistir, muchos como yo habían tomado valor y decidieron arrancar el alcohol de sus vidas. Las historias que ahí escuché fueron extraordinarias, la nostalgia era amiga de todos nosotros, y el dolor terminó por ser nuestro más grande aliado, para vencer las dificultades que tiene la vida.

Durante estuve en el centro de rehabilitación. Recibí muchas cartas de María, donde me contaba todo lo que hacías, para que estuviera tranquilo; muchas veces las leí bajo el oscuro cielo, mirando la luna brillar y reflejarse sobre una fuente y sobre mi taza de té, lloré tantas veces, creo que en mi vida nadie se ha merecido tanto que las derrame como tú. El papel mojé una y otra vez trataba de contenerme, la emoción de saber de ti eran tan fuertes que muchas veces grité. Los enfermeros acudían a mí pensando que algo malo me sucedía, para luego entrar a mi habitación y descubrir que gritaba de felicidad gracias a ratoncita que siempre me complacía con cartas llenas de ilusión. Leon era un enfermero muy atento y servicial, era muy paciente lleno de vida, nos hicimos muy amigos, el me dejaba quedarme hasta tarde sentado en la fuente que quedaba en el parque. Me regaló un cuaderno, para que te escribiera cartas y poemas Anita, mi corazón y mi mente siempre estuvieron contigo.

Leon y yo pasábamos largas horas, escribiendo poesía, él le escribía a un amor que estaba allí en algún lugar del mundo, yo le escribía a un amor que fue nublado, perturbado por un obstáculo que no sabía cómo derrumbar. Y así paso un año...

Cuando salí, me propuse buscarte, volver a verte, estaba nervioso no sabía que iba a decir, pero esta vez no iba dar marcha atrás. Estaba ahí frente a la casa de tus padres, mi corazón latía muy rápido sudaba, era tan emocionante volver a verte que imaginé te besaba apasionadamente hasta ya no respirar. Toqué a tu puerta, esperé, nadie abrió, insistí varias veces, sólo respondía el eco, la lluvia no se hizo esperar y cayó sobre la soleada ciudad, sólo el viento escuchó mis lágrimas caer sobre el asfalto en el que me senté a llorar.

Las personas que pasaban a mi alrededor, no entendían por qué me sentaría a recibir el frio aguacero de aquel 20 de abril, todo en mi moría, en un momento, que se hizo eterno sólo un grito de mi alma cortó la lluvia que caía. Entonces llegó el frio anochecer, me encontré de pronto caminando a un lado y al otro de la calle en donde solías vivir con tus padres, después de gritar por mucho tiempo, el ruido de una sirena me asustó y me retiré. Corrí por los lugares en donde un día caminamos tomados de la mano, como los enamorados que éramos Anita ¡recuérdame por favor!, ¡no me olvides!, en algún lugar de ese fría mente estoy esperando que puedas recordarme.

Intenté contactar a tu amiga, fui inútil, parecía te había tragado la tierra, un ruido ensordecedor irrumpía mi mente en calma y la convertía en un caos del que sólo tú podías salvarme, al menos eso era lo que yo pensaba y un día deje de morir por tu ausencia y decidí emprender un largo viaje sin olvidarte. ¿Te acuerdas de aquella bahía en la que crecí? regresé. No había cambiado mucho, aunque el viejo Faro y la cantina habían despertado de un hermoso sueño, todo aparte de eso, seguía igual.

Los pequeños barcosde pescadores, permanecían sujetos al puerto, el mar estaba en completa paz, elsol arropaba cada parte de mí, la brisa que soplaba traía consigo un olordiferente para mí, ya no olía a podrido de pescado, era limpio. Cuando llegué a la casita en la que había crecido, recordélos días en que la tormenta nos tomó de rehenes y nos puso de cabeza, aquellavieja escuelita, aún existía fuerte pese a la falta de fondos y la deserciónestudiantil. Y a mi vieja como olvidarla, mi abuela Flor que aunque me cascómás de una vez, nunca dejó de quererme y educarme como todo niño merece.    

Recuérdame AnitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora