Prólogo.

27 2 0
                                    

Un trueno retumbó en el cielo.

Abrió los ojos de golpe, con el corazón martilleándole en el pecho. Esperó. Uno, dos, tres. Otro trueno. Maldijo al tiempo que se levantaba a toda prisa. Se calzó unas botas de montaña y recogió la bolsa a los pies de la cama. Cuatro, cinco, seis. Un trueno más. Para el momento en que salió corriendo de la pequeña cabaña y se adentró en el bosque, el cuarto trueno retumbó en el cielo. No podía seguir el sendero, demasiado fácil para que la alcanzaran cuando estuvieran en tierra. Solo había una salida, una muy imprudente y temeraria salida.

No le importó los rasguños que le causaban las ramas, no le importó el frío de la noche contra su piel expuesta. El tiempo valía su vida. Era una soga que colgaba alrededor de su cuello en cada tormenta, esperando.

Siguió corriendo, consciente de que cada segundo que pasaba ellos estaban más cerca. No quería hacerlo, pero se obligó a si misma a mirar el cielo. El manto azul oscuro que veía cada noche desde que se mudó a esa pequeña cabaña había desaparecido, reemplazado por una capa gris. Si observaba con más atención, casi podía ver las siluetas cabalgando sobre las nubes. Estaba tan absorta vigilando las sombras detrás de esas nubes que no vio la raíz sobresaliendo del suelo. No sintió el golpe de la caída, solo era consciente de la fresca tierra bajo ella. Cerró los ojos. Estaba cansada de correr. De huir. Durante seis años no había hecho más que huir de las tormentas, de las personas cabalgando sobre ellas. Aquellos que la buscaban como buitres. Quería quedarse recostada allí para siempre, descansar de una vez por todas, pero no podía. No tenía ese lujo. Así que se levantó, y siguió corriendo.

Pudo oír la corriente a unos metros, su corazón martilleaba en sus oídos, tenía unos preciosos segundos antes de que el cielo retumbara de nuevo. Entonces, a solo dos metros de la orilla del río, lo sintió. El aire se volvió más frío, más...muerto. Su cuerpo reaccionó al peligro que la acechaba. Era siempre en este momento cuando el miedo la golpeaba. Cuando sentía el cambio en el aire que no tenía nada que ver con la tormenta sobre su cabeza. No, no se debía a la tormenta, sino a los que cabalgaban con ella. Podía escucharlos ahora, el sonido hueco de los cascos, los ladridos, los gritos de guerra que aullaban por más. Más muerte, más dolor, más miedo. Las aclamaciones que aullaban por su alma.

Con un último esfuerzo, con el miedo en sus venas, corrió los últimos pasos y saltó. Saltó al río justo cuando el quinto trueno retumbó en el cielo.

El río la reclamó y la arrastró lejos. Incluso bajo el agua pudo oír los gritos de frustración de los jinetes. Oh, ella había escapado una vez más. Había logrado zafarse una vez más de los Jinetes de la Muerte. Pero mientras la corriente la arrastraba y la llevaba a la inconsciencia, no pudo evitar preguntarse si esta vez, en lugar de escapar de su muerte, había saltado a ella...

«Vientos de Tormenta»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora