‒Eres bueno esquivando, muchacho. Utilízalo a tu favor.
El guardia le mostró cómo sostener la daga, le enseñó cómo atacar, defenderse, los golpes que podía dar. Estuvieron practicando cada tarde durante los siguientes seis días, practicaron hasta la última hora del día en que partieron. Ivar jamás volvió a ver a aquellos guardias, sin embargo, jamás los olvidaría. Le habían enseñado como defenderse, incluso lo habían alentado a que se alistara para formar parte de la guardia real, ser un soldado. Le habían dicho que con un buen y mejor entrenamiento podría llegar a ser un buen elemento. Le vieron potencial que Ivar no sabía que tenía. Y también le dieron su amistad. No todos los hombres van por ahí amigándose con niños. Ellos lo hicieron. Ivar los recordaría.
Ivar retrocedió, tomó la daga que llevaba escondida en la espalda, y blandió la hoja contra la espada de Greta. Le tomó tres segundo darse cuenta de que Ivar había arremetido contra ella. Salió de su estupor, tomó el mandoble con ambas manos, furiosa, y comenzó a dar estocadas a diestra y siniestra. Ivar esquivaba cada uno de sus ataques, arremetía cuando Greta levantaba la espada para volver a atacar pero la mujer no era ninguna estúpida, cada vez que Ivar quería acercarse trataba de golpearlo con sus piernas, dando rodillazos y patadas. Greta levantó la espada para asestar un golpe final y terminar con él, Ivar se agachó y arremetió contra sus piernas, tratando de cortar pero ella lo estaba esperando. Le pateó de lleno en el pecho, Ivar cayó sobre su espalda, tratando de recobrar el aire. Greta golpeaba con fuerza.
‒Vamos, niño bonito. Esto se está poniendo divertido. ‒él la miró, Greta respiraba pesadamente, una gota de sudor corría por su rostro, lo miraba con malicia. Oh, definitivamente no era divertido para ella. La estaba haciendo trabajar. Tenía la impresión de que aquello no le sucedía seguido. No era divertido para él tampoco. Lo último que necesitaba era una pelea de matones.
Del otro lado, su hermano seguía golpeando al tipejo, y los demás se limitaban a observar ambas luchas, vitoreando.
‒¡Acabalo, Greta!
‒¡Deja algo de él para que pueda jugar! ‒gritó una de las mujeres.
Greta le dió una media sonrisa, luego miró a Ivar con furia.
‒Terminemos con esto, muchacho.
Ivar miró detrás de ella, Blackrose estaba tranquila, esperando. Como si supiera que él la necesitaba. Ivar no había terminado de acomodar los morrales en la montura, aquel con las presas estaba tirado a un lado de Rose. Aún así, de nada le servía ahora, solo tenía que tratar de llegar a Blackrose, si pudiera alcanzarla podría salir de allí, no había otros caballos a la vista, lo que significaba que ellos iban a pie. Podría dejarlos atrás
Ivar se levantó, estaba cansado, no había dormido bien, y Greta no le daba un respiro. A pesar de eso, Ivar miró a Greta sonriendo con burla. Eso la puso aún más furiosa. Greta comenzó a lanzar golpes por pura rabia, Ivar estaba decidido a llegar hasta Blackrose, por lo que se limitó a esquivar los golpes y retroceder, siempre con la guardia en alto, tratando de hacer que Greta se moviera de lugar sin embargo ella se mantenía firme en el territorio, impidiéndole llegar a Rose. Entonces Ivar dijo:
‒No sé tú, pero me estoy cansando de jugar. Tal vez debería ir a divertirme con la rubia. ‒señaló con la cabeza hacia donde estaban los demás.
Greta miró hacia su amiga, justo como él pensó que haría. Acto seguido arremetió contra él de frente con toda su furia, Ivar se mantuvo en su lugar, esperando, y justo cuando su espada estuvo lo suficientemente cerca para atravesarlo, esquivo hacia la izquierda, Greta pasó por su lado, Ivar le dio una patada en las piernas haciéndola tropezar. Oh, Ivar estaba poniendo a prueba la ira de Greta. Pero el tropiezo de ella le dio el tiempo que necesitaba para alcanzar a Rose.
Vio como sus amigos se rieron de ella por dejarse burlar así. Greta tomó un cuchillo de su bota lo lanzó hacia sus amigos, estos lo esquivaron y se rieron aun más.
Ella se giró, vio a Ivar a centímetros del caballo y sonrió con malicia. Eso lo puso nervioso. Si tenía que morir a manos de una mujer furiosa, no dejaría que Rose lo siguiera. Tal vez era una exageración, hasta ahora solo ella lo estaba enfrentando, pero si los demás decidían que habían tenido suficiente de ser espectadores y unirse a ella, estaría acabado. No era estúpido, estaría rodeado y no habría mucho que él solo pudiera hacer. Debía confiar en Blackrose.
Estaba apunto de girarse para subirse al caballo cuando algo el resplandor de algo brillante rozó su mejilla, cortando y pasando de largo, directo hacia Rose. Se había distraído. Había dejado que Greta atacara sin darse cuenta. Sabía que el cuchillo difícilmente la mataría, pero la ahuyentaría y no tendría como salir de allí, además de la herida que le provocaría.
Metal choco contra metal. El cuchillo de Greta fue desviado por un plato. Miró el objeto estupefacto al igual que los demás.
‒¡Desgraciado! ‒gritó Greta.
Sobre el techo del establo, había un tipo, cargaba una enorme bolsa a su espalda, traía una botella con un líquido oscuro dentro y una antorcha en la otra mano.
‒¡Cuidado! ‒le gritó a Ivar.
Se giró justo a tiempo para evitar la espada de Greta. Ivar la empujó con fuerza, ella volvió a tropezar y cayó dentro del bebedero de los caballos. Los demás se pusieron en movimiento, incluso el hermano de ella dejó de golpear al otro tipo para enfrentar a Ivar y el extraño.
‒¡Estás muerto!
Si lograba salir de allí, rogaba no encontrarse con Greta en el futuro. El chico en el techo comenzó a lanzar objetos de todo tipo contra los demás, evitando que se acercaran, Greg desenvainó su espada, un mandoble gemelo al de Greta. Ésta seguía dentro del bebedero, parecía tener problemas para salir de allí. Ivar tomó el cuchillo que ella le había tirado a Rose y se lo lanzó al hermano. Fue un movimiento muy pobre, Greg lo desvió con la espada como si se tratara de una fruta. Tenía que largarse ya.
El tipo del techo lanzó la botella contra el piso, el líquido se derramó por el suelo. Ivar entendió entonces. Tomó el plato y se lo lanzó también a Greg. A diferencia de su hermana, él no parecía estar apurado por atacar, caminaba como si tuviera todo el tiempo del mundo para despedazar a Ivar. Esta vez no pudo desviarlo ni esquivarlo, le dio de lleno en el rostro, Ivar aprovechó aquellos segundo y montó rápidamente en Blackrose. Justo cuando Greta comenzaba a incorporarse, el chico bajó de un salto del techo, le lanzó algo a Greta, y tiró la antorcha a donde había caído la botella de vidrio. Las llamas se alzaron frente a ellos creando una barrera que los separaba de los demás.
Ivar esperó a que el chico montara, salieron de Erasmo cabalgando sobre Blackrose quien lucía mas que satisfecha de correr a sus anchas.
‒¡Mejor suerte para la próxima, tarados! ‒gritó el muchacho mientras reía. Ivar lo secundó.
Aquella resultó ser una larga mañana, y de no ser por el extraño, tal vez los gemelos hubieran acabado con él.
******
El muchacho lo guió a través del bosque, hacia su guarida. Lo había ayudado a salir de Erasmo, sin embargo, Ivar se mantenía en alerta. La bolsa que traía el chico no dejaba de hacer ruido, no le gustaba eso, podría atraer la atención sobre ellos.
Llegaron a una especie de madriguera, Ivar no quería saber que clase de criatura había hecho eso. El muchacho la ocultaba bajó un montón de ramas y hojas que colocaba sobre una manta de un color verde musgo.
‒Ella tendrá que esperarte aquí. ‒dijo él, mirando hacia Rose. Ivar no tenía intenciones de entrar, el muchacho pareció notar su reticencia. Era un poco mas bajo que Ivar, sus ojos ámbar resaltaban en contraste con su piel dorada. Era atractivo sin esfuerzo, de la clase de chicos que no necesitan esforzarse por conquistar a una mujer. De sonrisa fácil también. Ivar solía reconocer la belleza cuando la veía, ya sea hombre o mujer. Las personas bonitas tendían a resaltar entre las demás. Sabía que ese muchacho seguramente atraía las miradas sobre él. Ivar no se consideraba feo, las chicas de la taberna solían decirle que era buen mozo, sin embargo estaba seguro de que no era atractivo a desbordar. Como él o Valeska. Trataba de no pensar en ella, su belleza lo había atrapado desde el primer momento en que la vio. Sentía por ella lo que jamás había sentido por ninguna mujer. Había salido con chicas antes, pero nadie lo había hecho perder la cabeza como Leska. No quería pensar en lo que ella sentía respecto a él. No se atrevía a preguntarle, y ella no parecia estar interesada, hasta donde él sabía.
El muchacho le extendió la mano. ‒Soy Eros. Tranquilo, no muerdo. Puedes quedarte aquí fuera si lo deseas.
‒Ivaestrechó su mano y lo siguió dentro de la madriguera.
El lugar estaba repleto de objetos desperdigados por todo el suelo, no parecía tener un orden en específico por clase, simplemente se encontraban tirados allí. En efecto, Eros dejó caer las cosas que traía en su bolsa en una montaña a rebosar de objetos. Había de todo allí, libros, platería, cálices de todos los tamaños, garras en frascos que no tenía ganas de averiguar de qué eran y joyas de toda clase. Era como la guarida de un dragón. Ivar pateó sin querer una bola de cristal.
–¿Qué es este lugar? –preguntó.
–Bueno, solía ser la madriguera de un basilisco cuando lo encontré. Intercambié la piel a cambio de polvo de fresno. Tengo muchos lugares como este alrededor del país.
Lo miró sorprendido, el muchacho había convertido la madriguera de un basilisco en un completo montón de chatarra.
Ivar se aclaró la garganta. –Me refería a qué es todo esto.
–Ah, es una de mis casas. O guaridas, como prefieras llamarles. Recolecto cosas, las vendo o las intercambio por algo útil. Todas las guaridas están protegidas así que tu caballo está a salvo allí afuera.
–¿Eso hacías? En Erasmo. No te agradecí por ayudarme, creo que no hubiera contado este día de no ser por ti. –lo decía en serio. No tenía entrenamiento de ninguna clase, más que lo que aprendió de niño cuando aquellos guardias llegaron a Vargos. Esa mañana había comenzado con las probabilidades en su contra.
–Sí. No parecías mal tipo, como aquella mujer y sus amigos. Tuve un buen botín hoy, estaba a punto de irme cuando escuché los gritos de aquellos animales. Esa mujer si que te hizo sudar, amigo. –Eros rió. Lo guío a través de la madriguera, entre montañas y montañas de cosas. La madriguera era muy espaciosa, aquel basilisco debió ser descomunal. –¿Sabes? Estuve a punto de robarte esa yegua. Es realmente preciosa. No te mentiré, aún lo sigo pensando. Es mestiza, ¿cierto? Debe tener cruza de tango, estoy seguro. Es una belleza.
Ivar no dijo nada. Lo cierto era que Blackrose era tango de sangre pura. La única razón por la que no habían intentado robársela era porque todos en Vargos conocían y respetaban a Saphrina. Le pertenecía a ella, aunque Ivar la quería como suya. Los caballos Tango eran una raza exquisita y codiciaba, excesivamente cara. Negros como la noche y rápidos como el viento. Eran conocidos por ser caballos reales. No estaba muy seguro de Rose siendo un caballo de la realza, era algo temperamental, jamás había visto a otro caballo como ella, no tenía idea si aquello era un rasgo de los tango o si simplemente se trataba del comportamiento de ella. Pero Eros tenía razón, Blackrose era en verdad una belleza.
Eros le ofreció agua, no se había dado cuenta de lo sediento que estaba, las últimas horas habían sido una locura. Ivar aceptó la copa y preguntó despacio.
–¿Sabes hace cuánto que Erasmo fue...? –no pudo terminar la pregunta. ¿qué se suponía dijera? ¿borrada? ¿atacada? El lugar estaba muerto.
Eros, quien había mantenido una sonrisa en su rostro todo el tiempo, miró con pesar a Ivar.
–Hace dos semanas. –dijo con vos queda. –Llegaron durante la noche, mientras todos dormían. Al principio llovía con calma, como la llovizna de estos últimos días. Pero luego, la tormenta se incrementó, los truenos eran demasiado fuertes, ensordecedores. Y el frío. No hacía frío aquella noche. No hasta que la tormenta se incrementó. Conocí un viejo una vez, era sperantio, me dijo que esa era la señal, el cambio de la tormenta, cuando dejaba ser natural, cuando los truenos eran tan fuertes que parecían a punto de reventar tus oídos. No lo entendía entonces, jamás lo había presenciado. –Eros rió ante eso. Ivar lo entendió, de haberlo presenciado no estaría presente ahora. –Primero llegaron los sabuesos. Pude escucharlos, sentirlos. Mi lugar está protegido así que ignoraron mi presencia, era como si no supieran que estaba debajo de ellos, a tan solo unos metros de distancia. Luego llegaron ellos. Los Jinetes. No hablaron mientras estuvieron en el bosque pero podía oír los cascos. Pude escuchar a los perros corriendo, seguido de la Caza. Se lanzaron sobre Erasmo como si se tratara de su comida favorita. Creerías que con una tormenta tan estruendosa no podrías escuchar a las personas gritando. Jamás he sido un tipo miedoso, pero esa noche, el miedo me congeló. No podía moverme. Estaba allí parado en la entrada sin atreverme a hacer un solo sonido aún cuando sabía que no vendrían por mí –sus ojos ámbar brillaban a la luz de las joyas en la guarida. –Los gritos se escucharon durante horas, incluso sobre el rugido de los sabuesos y el retumbar de los truenos. Fue la noche más larga de mi vida. No me había atrevido a pisar Erasmo hasta esta mañana. La muerte rodea ese lugar.
Era cierto. Ivar lo sintió durante la noche. No era solo que el pueblo estuviera vacío y silencioso, la energía que moraba sobre Erasmo era densa, como si la Caza Salvaje, además de despojar el pueblo, hubiera dejado una huella permanente. Un velo de muerte que cubría cada centímetro de la tierra. Cada centímetro de Erasmo.
****
Resultó que tenía un arco entre tantos tesoros. Eros ofreció dárselo a cambio de que cazara para él. Le comentó que tenía algunas trampas por el bosque que no les estaban dando resultados. También le dijo que si cazaba alguna naga, drider o cualquier otra criatura, que se encargaría de darle la mitad del botín. Ivar se abstuvo de decirle que no pensaba enfrentarse a ninguna de esas cosas, por mucho que lo hubiera ayudado en Erasmo, no se sentía con la energía como intentar matar un drider.
Para el mediodía, Ivar había arreglado las trampas de Eros, cazado cinco ardillas, algunas aves, y un cervatillo. Le pareció que era demasiado para una sola persona, estuvo a punto de deshacerse de algunas de ellas cuando pensó en un intercambio mejor que el arco. Por muy buen elemento que fuera, había otras cosas que necesitaba. Si lo que decía Eros era cierto, que tenía más lugares como la madriguera del basilisco alrededor del país, entonces probablemente no se quedaría mucho tiempo, no con Erasmo despojado, volvería al camino al igual que Ivar. Así que decidió aprovechar la oportunidad. No quería hacerlo, le parecía invasivo y bajo pero al final era la única opción con la que contaba en ese momento.
Regresó a la madriguera, en el camino trató de ver qué clase de protección había colocado Eros sobre la tierra de la guarida aunque sin éxito. No tenía conocimientos sobre hechicería, sin duda, lo que fuese que lo protegía debía ser muy poderoso. Lo suficiente para ser ignorado por la Caza Salvaje.
Blackrose pastaba tranquila, la había sujetado a un árbol, temeroso de qué algo la espantara y huyera aunque estaba seguro que eso no pasaría, Rose siempre se mantenía firme. La soga le daba suficiente movilidad como para que pudiera andar sin problemas.
Saltó dentro de la madriguera, Eros revisaba su chatarra. Ivar no entendía porque conservaba tantas cosas, eran montañas y montañas de objetos que un día terminarían enterrándolo. Se preguntó que tanto valor tendrían aquellas cosas. Algunas parecían ser reliquias de la clase en la que perderías las manos por tratar de obtenerlas. No era un lugar que pudieras enseñarle a un extraño, Eros era un tonto por mostrarle su guarida. A Ivar poco le importaban sus reliquias, pero cualquier otra persona no habría dudado en cortarle el cuello en el momento en que vieran aquel lugar.
—Traje tu comida. —le dijo a modo de saludo.
Eros dio un largo silbido. —¿No crees que se te fue un poco la mano? Debiste dejarle algo a los kelpies.
Eros le indico dónde dejarlas, pensó en decirle lo que tenía que hacer con ellas pero supuso que de no saberlo ya se lo habría preguntado.
—O quizás quieras de verdad ese arco.
Ivar sonrió. El arco era bueno, flexible,tenía buen peso, sí le gustaba, pero no tenía intenciones de conservarlo.
—En realidad, me preguntaba si podíamos cambiar el trato.
Eros se detuvo, lo miró con los ojos entrecerrados y dijo muy seriamente:
—Mi botín no está disponible.
Ivar contuvo su risa. Ese chico realmente amaba todo eso. Recolector de la cabeza a los pies. Tuvo la tentativa de quitarle algo para ver su reacción, sin embargo ya tenía otros planes.
—Quiero volver a Erasmo.
—¿Para qué tus amigos terminen el trabajo?
—Muy gracioso. Sabes cómo conseguir cosas, necesito una lista de materiales. Nada raro, solo cosas esenciales.
—Muy bien. Tal vez encuentre algo de valor que se me haya pasado por alto.
Decidieron ir a pie, Ivar necesitaba a Blackrose con toda su energía para poder regresar a casa, además no estaban muy lejos de Erasmo. Con suerte no les tomaría más un par de horas, y luego podría emprender el viaje de regreso.
Esperaron unos minutos fuera del pueblo, Eros se acercó a la entrada, manteniéndose fuera de la vista, en caso de que los bravucones aun siguieran rondando por el pueblo. Sin embargo, al cabo de unos minutos, notaron que no había sonido alguno proviniendo del lugar.
Le pasó la lista de lo que necesitaba, no era mucho en realidad, Saphrina daba a cambio más de lo que pedía, una vez cuando era más joven le consultado al respecto, ella le contestó que sencillamente no necesitaba más de lo que ofrecía, y que las personas solían ser más amables gracias a su generosidad. En efecto, nunca había tenido problemas con nadie en el pueblo, excepto con el hijo de la tabernera cuando eran críos, el infeliz se empeñaba en molestar a Ivar cada vez que le veía.
Eros frunció el ceño ante la lista y luego se tomó la libertad de recitarla en voz alta.
–Un costal de harina, especias, frascos de distintos tamaños, dos morteros de piedra no de madera, un espejo, velas, aceite. Esta lista es rara. Y extrañamente específica.
–Mi madre lo es cuando se trata de cosas que necesita. Cree que aun soy un niño que olvida las cosas.
–¿Lo eres? –preguntó Eros con cierto tono de burla. Ivar lo dejó pasar, quería apurarse, encontrar lo que necesitaba y largarse de allí. No tenía pensado conseguir todo lo de la lista, con el costal de harina y las especias sería suficiente. Quizá el espejo también, ya que él rompió el de Saphrina por accidente.
Estaba por entrar en la panadería cuando notó a Eros observando el lugar.
–¿No vienes? –le preguntó.
Eros no se movió, estaba de espaldas a Ivar, aún contemplando Erasmo. El silencio, el vacío, la falta de vida se apoderaban del lugar cubriéndolo por completo. Como un manto de nubes cubriendo el cielo. No lucía como un lugar que hubiera estado cargado de vida, vibrando con música y los típicos sonidos de una rutina diaria. Despojado de calidez, Erasmo parecía querer atraparlos con la esperanza de obtener una gota de felicidad.
–¿Qué crees que estén buscando?
–¿A qué te refieres?
Eros se giró para mirarlo, no sonreía, su expresión era tan sombría como el clima en Erasmo.
–Son cazadores, Ivar. Igual que tú. No es azar que solo se muevan por Kgaios. Están cazando algo.
No supo que responder. Permanecieron en silencio durante un tiempo. Sus pensamientos se tropezaban unos con otros. ¿Cazando qué? La pregunta de Eros se grabó a fuego en su mente, buscando respuestas que no estaban allí. Implicaba más de lo que a simple vista se veía. Kgaios no era un piedra en el camino, era un objetivo premeditado. Eros tenía razón. Los Jinetes de la Muerte eran cazadores. Cazadores yendo detrás de una presa. Ivar no lo entendía, no conocía la historia de los Jinetes, tampoco quería tener que averiguarlo. Lo único de lo que estaba seguro era que tenía que volver a casa, poner en alerta a Vargos. La Caza Salvaje se acercaba.
Eros respiró hondo y dijo. –¿Sabes? Estoy feliz de estar vivo. –la sonrisa volvió a su rostro, opacando el fúnebre pueblo. –Hay que celebrar, Ivar. Es una gran día, ¿no crees? Sobrevivimos a unos matones, en especial tú, y tuve un gran botín. Busquemos esas cosas de tu lista y tomemos un buen vino de la taberna.
Ivar lo siguió, ignorando sus pensamientos sobre el mal que acechaba sobre ellos. Esperando, rogando, por poder pasar desapercibidos ante los ojos de las bestias.
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«Vientos de Tormenta»
Fantasia«Corre, cierra las puertas, traba las ventanas, mantén los ojos cerrados cuando lleguen las grandes tormentas, cuando escuches los tambores en el viento gélido. Solo entonces sabrás que ellos están aquí. Cuando Los Jinetes de la Muerte bajen de los...