Segunda Parte

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Año dos

–Increíble que no me dijeras que era tu cumpleaños, Oliver.

Él elevó sus ojos verdes rebosantes de diversión al escuchar su nombre. Miró largamente antes de encogerse de hombros y siguió tomando notas a la orilla de un documento. Frunció el ceño por un instante.

–¿Estás ocupado? Puedo volver más tarde –ofreció Lucianna poniéndose en pie. Con rapidez, Oliver la tomó de la muñeca y negó con firmeza–. ¿No?

–No estoy ocupado. Al menos, no lo estoy para ti –contestó halándola hacia él–. Ven aquí amor y dame un beso, ¿de acuerdo?

–Pensé que me habías invitado a comer –se quejó Lucianna enfurruñada. Él le brindó otra cálida sonrisa, a la que Lu no podía dejar de corresponder a pesar del tiempo pasado–. ¿Está todo bien?

–Creo que sí –Oliver se incorporó, ofreciéndole su brazo–. ¿Debí decirte que el día que nos conocimos era también mi cumpleaños?

–¡Por supuesto que sí! Y como si no fuera suficiente, debías reunirte con tus amigos en el bar.

–Sí, pero podían esperar, ¿no?

–Y yo no.

–Por supuesto que no. ¿Cómo iba a dejar escapar mi regalo de cumpleaños?

–¡Yo no soy tu regalo de ningún tipo, Oliver Torrenti! –reprendió azorada.

–Bueno, mi deseo de cumpleaños.

–¡Oliver!

–Eres lo que jamás me habría atrevido a desear, pero lo único que necesito en mi vida. Siempre.

–Ay, Oliver –musitó Lucianna abrazándose a él–. ¿De verdad?

–Sí –contestó en su oído, con voz baja. Oliver deslizó lentamente su mano por la espalda de Lucianna, hasta pegarla totalmente a él. Dejó que sus dedos vagaran por el costado del cuerpo de ella hasta llegar a su cuello. Lo acarició con suavidad, dibujando su mejilla con el pulgar. Lucianna respiraba entrecortadamente, ansiosa por cerrar el poco espacio que aún existía entre sus cuerpos. Pero Oliver no se lo permitía. A él le gustaba tomarse su tiempo, acariciarla lánguidamente hasta que ella temía que en cualquier momento tendría que suplicarle para que la besara. Era especialmente frustrante cuando estaban en un lugar público y podían ser interrumpidos en cualquier momento–. Calma.

–Detesto que digas eso –bufó Lucianna por lo bajo. Oliver rió contra su cuello– Oliver...

–Lucianna, te amo –soltó Oliver y depositó un beso en su cuello–. Tanto. Tanto... –murmuró recorriendo con sus labios el rastro de caricias que había trazado sus manos segundos atrás.

–También te amo, Oliver –respondió antes de verse subyugada ante el contacto de los labios de él con los suyos. No había nada más real en su vida que lo que había dicho. Lo amaba y era increíble que una sola palabra pudiera llevar tanto significado. ¡Oh, sí que lo amaba!

***


–Y en nombre del amor, mi hermano gemelo me abandonó en nuestro festejo de cumpleaños –exclamó Stella indignada. Oliver apretó los dedos de Lucianna entre los suyos con una traviesa sonrisa–. ¿Lo confiesas, Oliver?


–Lo admito. Y no me arrepiento –aseguró con orgullo.


–Mala, mala réplica –murmuró Isabella, la hermana mayor de Oliver–. Aunque debo admitir que es un gesto muy romántico.


–¿Verdad que sí? –giró Oliver hacia Isabella con una gran sonrisa–. Es lo que le dije a Stella.


–Lo comprenderá cuando se enamore –reflexionó Isabella y Stella arqueó una ceja–. ¿No estás de acuerdo?


–¿Qué te hace pensar que no he estado enamorada? –chasqueó la lengua Stella y suspiró–. De cualquier manera –enmendó– sé que no debo esperar demasiado. Y este tipo de cosas que hace Oliver son demasiado.


–¿Demasiado? ¿Demasiado qué? –inquirió Lucianna con curiosidad. Stella sonrió divertida y replicó.


–Demasiado románticas, locas, imaginativas... solo demasiado todo.


–Como él –apuntó Isabella con precisión.


–Como él –concordó Stella rápidamente.


–Sin duda eres muy diferente y eso me encanta. Así te siento aún más mío –susurró Lucianna al oído de Oliver con una gran sonrisa.


–¿No son lindos? –exclamó Stella con un ligero deje burlón. Lucianna y Oliver la miraron con una gran sonrisa de alegría y cariño. Stella suspiró una vez más–. Sí, lo sé. Lo entenderé si me enamoro.


–Cuando te enamores... así será –confirmó Isabella antes de que llegaran los duques de Torrenti, Ian y Rose, que eran los padres de Oliver. Lucianna los saludó con una reverencia.


–¿No le dijimos que deje de hacer eso? –musitó Rose a su esposo Ian. Luego miró a Lucianna–. Lu, cariño, no es necesaria tanta formalidad, te lo aseguro.


–Se lo he dicho –aseguró Oliver saludando a sus padres– pero no me escucha.


–Oliver... –Lucianna cruzó sus brazos y frunció el ceño brevemente hacia él. Oliver sonrió en respuesta–. No puedo enfadarme contigo.


–Nadie puede –dijo Ian mirando a su hijo con una leve sonrisa de reproche– especialmente si ese alguien pertenece al género femenino.


Varios bufidos de protesta se elevaron, sin embargo Ian arqueó una ceja en dirección a su esposa y sus dos hijas para que negaran su afirmación. Lo que por supuesto no ocurrió ya que era totalmente cierto. Ninguna mujer podía enfadarse con Oliver, no si él estaba decidido a hablar y sonreír de esa manera tan suya.


–Tienes el don de tu tío Marcos para entender a las mujeres –afirmó Rose negando lentamente– aunque tú lo empleas mejor.


–¡Madre! –protestó Oliver mortificado.


–Es cierto. Antes de Lu... –dijo Stella.

–¡Basta, Stella! –siseó Oliver cortante.

–Sí, ¿recuerdan a la chica rubia? –expuso Isabella, para molestar más a su hermano. Stella asintió.

–Sí, ¿la del concierto, verdad? –Stella rió–. ¿Cómo olvidar su minifalda roja? ¡Cielos!

–Por todos los demonios... –juró Oliver por lo bajo.


–¡Oliver Torrenti! ¿Qué manera de expresarte es esa? –Rose miró a su hijo con severidad–. No puedo creer que hables así.


–Me pregunto a quién se lo deberá –murmuró intencionadamente Ian. Rose puso en blanco los ojos.


–No me mires a mí –protestó Rose, con escasa convicción.


Oliver se hundió en su asiento mientras Lucianna apenas contenía la risa. Adoraba a la familia de su novio y ellos tenían razón. Nada de formalidades en ese ambiente, parecían tan fuera de lugar ante el trato y confianza que le brindaban.


–Siempre es un gusto estar en compañía de tu familia –apuntó abrazando a Oliver–. Son increíbles.

–Sí, lo son, ¿verdad? –contestó Oliver con una enorme sonrisa y se dejó estrechar aún más por Lucianna.

A tu lado (Sforza #2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora