Desafortunada reunión familiar

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Me habían llamado con urgencia mis padres. Era un viernes por la tarde noche y salía de mi turno de camarero en el bar "Los siete mares", situado prácticamente en el centro de la capital española. Me dijeron que fuera a la casa de los abuelos, y por la insistencia que tuvieron para que llegase pronto a pesar del agotamiento me hizo pensar que al algunos les había dado un chungo y habían estirado la pata allí mismo. No tenía ya suficiente con mis malos días y tenía que rematarlos así.

Cogí el coche a toda pastilla y fui hasta la casa de mis abuelos, en la periferia de la gran ciudad de Madrid, donde además vivían mis padres con ellos dos. Cerca de media hora entre el tráfico y la lejanía tardé en llegar, negrísimo por la acumulación de malas vibraciones que me rodeaban. Mientras esperaba en el interminable tráfico podía ver las ojeras que se asomaban por debajo de mis ojos azules, y si no me estaba volviendo loco mi piel parecía haberse palidecido con tantas malas rachas. Me eché mi pelo moreno hacia atrás y me rasqué por detrás de la oreja cuando vi el semáforo cambiar de color.

Al fin llegué y con prisa llamé a la puerta de mi casa, esperándome lo peor con un nudo en la garganta. A paso lento oí a alguien abrirme la puerta, era mi madre, que me recibió con una gran sonrisa y un abrazo después de una semana y media sin verme.


—¡Miguel! ¡Hola cariño! ¿Has comido bien?— repetía una y otra vez desde que me había independizado hace un año y pico.

—Sí, sí... ¿Qué ha pasado?— pregunté más aliviado, mi madre no estaría de buen humor si a mis abuelos le hubiera pasado algo.

—¡Eso, pasa, pasa!— insistió mi progenitora, llevándome por los pasillos hacia el salón donde me llevé la vida creciendo.


Llevamos a la sala de estar y ya al lejos escuchaba escandalosas carcajadas. Qué raro, nunca nos reímos tan alto. No tardé mucho en darme cuenta de por qué esa inusual forma de reírse.

Estaban mis abuelos, mi padre y una singular persona que me daba la espalda mientras se partían el pecho. Todos se dieron cuenta de mi presencia y comprobé quién era dicho sujeto.

Uh, tú otra vez no.


—¡Quillo, qué pasa!— exclamó entusiasmado mi primo Héctor, que venía de aquel pueblo costero de Cádiz. Se levantó y me dio un fuerte abrazo con añoranza después de tantos años sin vernos.

—Uh, hola...— dije algo desganado mientras notaba las palmadas de su abrazo.


Cuando se separó de mí pude comprobar su blanquísima dentadura contrastada con su piel morena. Se echó su pelo moreno hacia atrás y me miró con sus ojos marrones claros. Le analicé de arriba a abajo y comprobé algo muy curioso, siendo el Héctor que conocía: su vestimenta y su peinado tan singular.

Si bien tenía un corte de pelo que simulaba a un estilo "manga/anime" (o como digo yo, de dibujos chinos), sus ropajes que anteriormente eran totalmente desaliñados ahora iba revestido con ropa que incluso parecía ser de marca. Aparte, ahora me sacaba una cabeza, y eso me hacía sentir enano, ya que yo era mayor que él.


—Siéntate, Miguel...— me invitaron mis familiares en el único hueco libre que quedaba, al lado de mi primo sureño.

Nunca enamores a un Artista [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora