IV

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-No hagas nada. -me ordenó el hombre de grandes músculos. Yo me quedé helada del miedo, no sabía si querían robarme o hacerme algo mucho peor.

-Tranquila esto te va a gustar. -alardeo el pelón tocándose su entre piernas. Me provocó pequeñas arcadas al entender lo que realmente querían. El más pequeño de los tres que la verdad se veía un tanto indefenso, solo se dedicaba a observar la situación y sonreírle a sus amigos.

Sentí que alguien se acercaba, porque lograba escuchar el eco de sus pasos sobre la vereda. Algo en mi cerebro se encendió, vi todo en cámara lenta pero a la vez todo pasó muy rápido, fue como si mi cerebro hubiese cobrado vida propia y mi cuerpo le obedecía.

Con las tablas de maderas le pegué en la cara al más musculoso, que es quién tenía la navaja en mi cuello, y empuje lo más fuerte que pude al pelón, la verdad que no tenía la suficiente fuerza como para moverlo mucho de su lugar, pero de la pura sorpresa él perdió el equilibrio y cayó al piso igual que su amigo, solté todo lo que tenía en mis manos y salí corriendo lo más rápido que pude.

Cuando llegué a la esquina me dirigí por dónde había oído los pasos hace un momento atrás. Aunque no veía casi nada por la oscuridad de la noche, no me importó en lo absoluto, solo necesitaba que alguna persona me ayudara en esta situación, solo espero que aquella persona pueda hacerlo o más bien, quiera ayudarme.

-¡Hey! ¡Ayuda! -levanté ambos brazos intentando llamarle la atención. Pero no sabía si podía hacerlo, porque con la poca visibilidad me era imposible, además antes de poder reaccionar alguien me empujó del cabello hacia atrás, cayendo contra el pavimento, perdí el sentido de la orientación por la caída brusca, pero de igual modo, no me iba a rendir.

Como pude desde mi posición le di una patada en el tobillo izquierdo al pelón, quién fue que me tiró del pelo. Nunca creí tener tanta fuerza, tal vez fue por la adrenalina, pero fue tal el impulso que escuché como se quebró su tobillo, fue el mismo sonido de cuando rompo el cascarón de una nuez. El hombre gritó como un desquiciado, gritando de dolor y rabia.

-¡Atrapa sus pies! -le ordenó el hombre musculoso al más pequeño, que sin replicarle le obedeció. Ambos me tenían sujeta de pies y manos, mientras que el tercer hombre se retorcia en el piso.

-¡Estúpida! ¡Hagan que pague imbéciles! -gritaba el más viejo, furioso y enrabiado de no poder ser el mismo de cobrar su venganza. El pequeño me agarró del cabello y me lo tiró, como dejó mis piernas libres de su agarre, tomé esa pequeña oportunidad para levantar mi rodilla y golpearlo en sus partes nobles. A pesar que sentía mucho dolor en mi cuero cabelludo igual sentí la alegría de saber que sufrían esos mal nacidos.

El musculoso omitiendo los alaridos de sus dos estúpidos acompañantes, se posicionó frente de mí, cuando estuvo a punto de golpearme con su puño una mano lo frenó. Lo arrojaron de espalda al piso, él se quejó por la fuerza del impacto. Pero eso no lo detuvo, se paró como una cobra en busca de su presa, asechando con la mirada, y cuando estaba por atacar a mi salvador, el desconocido fue mucho más rápido y le golpeó en el rostro reiteradas veces.

Con ayuda de la luz de la farola pude reconocer a mi salvador. Bruno parecía no cansarse de la fuerza que implicaban sus golpes, que como se estaba haciendo una costumbre, otra vez me socorrio del peligro en el momento preciso, aunque poniendo su propia vida en peligro.

Entre el hombre musculoso y Bruno se comenzaron a golpear mutuamente, o más bien, el musculoso intentaba golpearlo porque Bruno con bastante agilidad le esquivaba todos sus golpes, luego lo golpeaba dejándolo desorientado. Aunque tengo que admitir que el hombre tenía mucha resistencia, porque Bruno le daba golpes muy fuertes y precisos, se notaba que sabía los lugares precisos para golpear, pero igual su contrincante se podía aún mantener en pie.

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⏰ Última actualización: Sep 28, 2020 ⏰

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