¿Por qué no la maté?

Capítulo 1: El comienzo de todo

¿Por qué no la maté?

El sonido de sus pisadas producían un inusual eco en la sala, sus tacones negros anunciaban mi final. Tirado boca abajo en el suelo yacía mí tembloroso cuerpo, el cual no sabía si temblaba de miedo o de dolor, o ambas cosas. Cada paso que daba era uno más cerca de mí muerte.

Sus pasos se detuvieron y un silencio sepulcral inundó el lugar. De repente, siento una patada en el costado de mi abdomen la cual me deja sin aliento y jadeo intentando respirar.

—Arrodíllate.— me ordenó con rudeza. La voz cálida y dulce con la que antes me hablaba ha desaparecido.— Y mírame a la cara.

Obedezco y con bastante esfuerzo logro arrodillarme, el dolor causado por las golpizas anteriores ya me han pasado factura, además creo tener algunas costillas con fracturas. Mis cansados ojos, hinchados ya de tanto llorar buscaron los suyos. El brillo que antes había en ellos se ha apagado, el azul en ellos se veía diferente, como el azul de un mar enojado en medio de un huracán.

Ella sabía la desesperación que yo sentía, lo podía ver. Sonrío. Lo disfrutaba, venía disfrutando mi sufrimiento todo este tiempo. Sin dejar de mirarme saca de su bolso negro un arma y me apunta a la cabeza. 

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Me llamo James Burton, tengo veinte años y te contaré  la historia de mí vida. Más bien, de cómo ella acabó con mí vida.

Sonrió con sus labios ahora chuecos, los mechones de su pelo se habían oscurecido un poco, pero aún se conservaba su melena rubia, levantó su brazo y puso su arma en mi frente. Su índice derecho sujetaba el gatillo de su Beretta de nueve milímetros.

Su dedo se movió y...

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Yo me encontraba a la mitad de mí carrera universitaria cuando ella volvió, en mí último año de secundaria había intentado asesinarla, ella quería venganza, una muy cruel y dulce venganza.

Antes de eso, solía vivir con mis padres y hermanos en la zona residencial del barrio Crudge, ubicada en Orlando, Florida, era una casa de dos pisos; mi madre Martha Stuard tenía 46 cuando morí, y mí padre Justin Burton había llegado a mitad de siglo. Mis dos hermanos; Lindsey, la mayor de todos con 24, y el pequeño Jhon hacía poco cumplía 16.

Durante el fatídico día del 14 de enero de 1994, fue cuando la conocí, quién diría que ella sería el karma más grande que tendría. Todo comenzó cuando me enamoré de una dulce chica rubia y ojos azules, ella fue y es mí más grande amor.

  Se preguntarán ¿qué tan mala puede ser la chica que es el amor de mi vida para llegar al punto de querer matarme? Ella no era mala, por mi culpa todo esto ocurrió.

Mís decisiones, no, mas bien mis errores fueron lo que me llevaron hasta aquí. Esa dulce chica rubia fue tan sólo una víctima de algo que yo pude evitar, le fallé al amor de mí vida, todo por no fallarle a mí mejor amigo Alex. 

Dicen por ahí que el amor muere cuando el deber tiene que ser.

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El miedo se apoderaba de mi cuerpo, su mirada era tan fría como la nieve, el brillo que alguna vez había tenido en sus ojos ha desaparecido, un vacío calaba cada vez más dentro de mí. Los quejidos agonizantes de mi mejor amigo que se había convertido en un adicto y que ahora estaba detrás de mí, muriéndose.

Dicen que los amigos te construyen o te destruyen. Yo abandoné a los amigos que me construían y por querer salvar al que me destruía terminé aquí. La lealtad tiene un precio muy caro, tú decides a quién vendérsela.

Ella se veía incluso más hermosa que el día que la intenté asesinar, ahora ella me lo iba a hacer.

Su dedo movió una vez más y la bala se disparó.

¿Por qué no la maté?