La Ceremonia

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Al cabo de un tiempo que parece eterno y a la vez efímero, somos conscientes de que ya es el momento de levantarse, lavarse la cara surcada de lágrimas e ir a casa.

Miro a Susan. Tiene los ojos hinchados, y su bonito vestido esta mojado por nuestras lágrimas. Ella parece pensar lo mismo, porque me mira el hombro derecho, donde ha estado apoyando la cabeza todo este tiempo, y que ahora está empapado con sus lágrimas.

No decimos nada, de nuestros labios no escapa ni un solo sonido, ni una sola palabra. Con pasos vacilantes, nos encaminamos hacia nuestros respectivos hogares. Al cruzar el umbral de la casa de tía Julianne, noto el nudo en la garganta formándose de nuevo, pero ya no siento el peso de mis lágrimas en los parpados.

Al verme, Tom se levanta de un salto de nuestro pequeño sillón y viene corriendo hacia mí, a abrazarme.

-¿Cómo está Susie? –pregunta, con la cara aplastada contra mi pecho.

-Estupendamente – miento con desenvoltura.

Tom me mira con escepticismo, pero no dice nada. A veces creo que es capaz de leerme la mente. O tal vez son las manchas del hombro derecho

Julianne carraspea la garganta, observa su reloj de pulsera y con la voz distorsionada por el miedo y la pena, susurra:

-Es la hora.

Son las doce del mediodía cuando nos adentramos en la gran sala de actos de nuestra pequeña ciudad. El salón basta para albergar a las poco más de dos mil personas a las que se les permite estar presentes durante la ceremonia, solo los adolescentes de diecisiete años y sus familiares más cercanos. Por suerte, tanto Tom como tía Julianne tienen autorizada la entrada.

Al llegar a la puerta, unos enormes nervios anidan en mi estómago, aumentando mí ya de por si precario estado. El sol baña la entrada del recinto, y noto el sudor resvalandome por la coronilla y las palmas sudorosas de las manos. Me las seco con disimulo en la falda del vestido.

Hay dispuestas dos filas delante de las dos puertas de entrada que tiene la sala de actos. Me giro hacia mi familia, mi única familia, con las pupilas dilatadas a causa del pánico. Queda menos de un día para que parta, pero sé que es hora de empezar con las despedidas. Doy varias respiraciones rápidas, intentando conseguir serenarme sin demasiado éxito, me seco las manos sudadas en la falda del vestido y cuadro los hombros. Giro los talones, y me quedo mirando directamente a Tom. Me pierdo en sus pupilas, ahora de un color azul clarísimo, e intento retener las lágrimas. Hay tantas cosas que quiero decirle… sin embargo, aún no es el momento. Doy un paso hacia él, lo abrazo y lo mantengo apretado contra mi pecho durante un tiempo que me parece demasiado corto. Sin embargo, lo suelto cuando su respiración se vuelve irregular. Lo sostengo por los hombros y lo aparto de mí. Es increíble lo alto que es, lo mucho que ha crecido.

-Eh, vamos… no llores, Tom. Esto no es una despedida, ¿de acuerdo? Tan solo es una Ceremonia. Dirán mi nombre y un lugar, y nada más-. La mentira me quema al pasar por la garganta

 Me grio hacia tía Julianne, que vuelve a tener los ojos vidriosos. Clavo toda mi atención en sus pupilas, obligándola a no apartar la mirada. La cojo por el codo y nos alejo a ambas un poco de Tom.

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