Parte 3

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Al día siguiente volvió a casa del hombre y siguió observándole. Cada día se enamoraba más y más de él. Ya ni se acordaba del poema que tanto ansiaba escribir. Pasó así una semana. Y entonces, el poeta decidió hablar con él y confesarle su amor. Lo hizo después de que el sol se pusiera, sin embargo aquello no fue, ni mucho menos, como se lo esperaba.

El poeta llamó a la puerta. El hombre abrió y le invitó a que pasara, como buen caballero que era.

Estuvieron hablando de cosas de hombres y de poesía hasta que el poeta no pudo más y se arrodilló ante el hombre.

-¡Oh, las penas que yo he sufrido por vos, mi hombre y aún más que las sufriría si de nuestro amor tratase! El mismísimo Amor se me apareció en la puerta de mi casa e hizo que me enamorase de vos, mi hombre, y por eso, le entrego mi corazón.

El hombre, creyó que se trataba de una poesía y se río.

-Un poco exagerado, ¿no cree? Pero es bonita su poesía.

-No me ha entendido, señor- dijo rápidamente el poeta-. No es una poesía, es de verdad mi declaración de amor por vos.

El hombre torció su bonita cara en una horrible mueca.

-¿Cómo se atreve a decir semejante cosa?- le gritó, horrorizado-. ¡Largo! ¡Fuera de mi casa!

-Pero, ¿es que no lo entiende? ¡Yo lo amo con locura!- insistió el poeta.

-Lárguese de mi casa o... - el hombre cogió una espada que colgaba de la pared-. ¡O le haré daño!

Blandió la espada para alejarse del poeta, sin embargo, este, no se dejó intimidar, sino que se acercó aún más.

-Pero...

No le dio tiempo a acabar la frase. El hombre volvió blandir la espada y esta vez, le hizo un tajo en el brazo al poeta. Un dolor agudo se extendió por su brazo y, confuso, el poeta salió de allí.

Continuará...

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