7. Algo mucho peor que el Tártaro.

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— ¿Qué tienes, Nico?

— Nada.

— ¿En serio?

— Sí, en serio.

— Vamos, sé que te pasa algo.

— Ya te dije que no es nada, Hazel.

Ella resopló, frustrada. Luego lo abrazó con fuerza. Cuando se separaron, le sonrió con compasión.

— Sabes que puedes decirme lo que sea, Nico. Soy tu hermana y te apoyo. Puedes confiar en mí.

— Gracias, Hazel — respondió él con impotencia —. Pero en serio no es nada.

— Está bien — se resignó ella, apretándole los hombros —. Pero recuerda lo que te he dicho: puedes confiar en mí. Si necesitas ayuda, yo te la daré.

— Sí, claro. No te preocupes.

La hija de Plutón le sonrió por última vez antes de dar la vuelta y reunirse con Frank, que la esperaba en las lindes del campamento que habían armado los romanos junto al campo de fresas. Habían llegado hacía dos días para la fiesta del 5 de mayo.

Los mismos dos días en los que no había hablado con Will.

Había sido un tonto, lo reconocía. ¿Pero llegar al punto de tener que exigirle una respuesta contundente, una que, obviamente, iba más allá de una invitación para ir a una fiesta? Solace se había pasado. Nico ni siquiera tenía sus sentimientos tan claros; solo sabía que le gustaba Will, y mucho. Y él... bueno, Nico lo entendía: después de todo, el hijo de Hades tenía el mismo sentimiento de impotencia ardiéndole en la garganta, impidiendo que sus verdaderas emociones salieran y poder así demostrarle a Will que sentía algo por él.

Pero no, claro que no. Era un maldito y rastrero cobarde, y se merecía lo que le había pasado por imbécil.

Recordó a Will el día en el que llegaron los del Campamento Júpiter. Había sonreído a sus hermanos romanos y a los legados por igual, pero en cuanto Hazel apareció y supo que Nico no tardaría en hacer igual, se apresuró en llevar a su grupo al anfiteatro para que comenzara la fogata de bienvenida. Lo evitaba, de eso estaba seguro. No quería ni verlo de lejos.

Y, aunque sabía que estaba en todo su derecho, la furia y la tristeza de Nico no menguaban.

Ese día estaba sentado en el porche de la Casa Grande después de una ardua sesión de entrenamiento con Jason y Percy. Como Hazel tenía que organizar a la Quinta Cohorte y los otros dos ayudar a sus novias con la decoración de sus cabañas (porque ellos, al parecer, ya habían terminado con las suyas), no le quedaba más remedio que descansar un poco antes de ir a la enfermería, pues si se desmayaba al levantarse no habría nadie para cogerlo, ya que todos estaban ocupados.

Maldito y egocéntrico Will Solace.

Cuando se sintió con la suficiente fuerza, entró a la Casa Grande, dobló por unos cuantos pasillos y entró en la enfermería. No paró hasta llegar al sector privado, cuya puerta abrió, deseoso de echarse una buena siesta mientras Kayla u Austin se encargaban de curarle, y entonces, para su pasmo y el del inframundo entero, vio una escena que lo dejó incapaz de hablar: Solace, echado en una de las tres camas, con vendas alrededor de su torso y sus brazos y tres bolsas de hielo rodeándole la frente como una extraña corona deforme y azul. Respiraba muy débilmente y apenas mantenía los ojos abiertos mientras uno de sus hermanos romanos lo miraba con impotencia, como si ya no pudiera hacer nada más por él.

Nico se concentró. Percibió las sombras a su alrededor y la rapidez con la que se movían, pero ninguna era de muerte. Will no iba a morir. Solo estaba muy débil. Ufff.

Y ahí, mirándolo con dolor, se olvidó de su timidez y de su enfado, de todo lo que había pasado y lo que podría pasar. Solo fue consciente de cómo se quitaba la chaqueta de aviador y la espada e iba corriendo al encuentro de Will, que, al percatarse de su presencia, cerró los ojos con fuerza y apretó los puños, como deseando volverse invisible. A Nico no le importó. Tenía grabada con fuego en la cabeza la idea de ver si Will estaba bien.

Antes de lanzarse a los brazos del hijo de Apolo, miró al chico romano con una intención: «Desaparece».

El muchacho no era tonto, porque salió volando de la habitación.

Nico no esperó ni un segundo. Se inclinó para besarlo, con las manos rodeando la cara de Will con devoción pura e intensa, y cuando este le correspondió, perdiéndose en el momento, se permitió pensar que no todo estaba perdido, que Solace podría perdonarlo y empezar a avanzar en su relación. Por primera vez en su vida, se permitió tener esperanza.

Luego Will cerró la boca de golpe, mordiéndolo sin querer. Nico se apartó, sorprendido y adolorido, y sus ojos se llenaron de lágrimas que no iba a derramar ni en el fin del mundo.

La esperanza desapareció y, como era habitual en él, una furia ciega e inmortal lo invadió.

Escogió sus siguientes palabras con cuidado:

— Ahora eres tú el que me ha rechazado.

«No eres mejor que yo — quería decirle, pero se contuvo —. No eres mejor que yo porque tu rencor es igual de grande y porque no me permitiste explicarte lo que sentía. No eres mejor que yo, así que no te atrevas a juzgarme».

Cuando salió de la habitación, escuchó a Solace llorar.

¡Feliz 5 de mayo! »SolangeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora