Algo, aún mejor.

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Fuimos. Encontré la carta. Firmé nuestro amor. Volví a enterrar nuestra carta. Dejé que las raíces del árbol encarcelaran nuestros corazones.

Nos gustó Inglaterra, nos gustó mucho.
Decidimos comenzar de nuevo y vivir en Londres. Fuimos una familia. Mi hermano y yo, viviendo en Londres, en un piso muy mono. Decorado en su mayoría con las pertenencias de Amanda. Hice lo que me pidió, la guardé en mi corazón y la dejé ahí, cuando la necesitaba salía a consolarme, el resto del tiempo estaba ahí, a la espera, con los ojos cerrados, y la respiración en pausa, no muerta, nunca muerta.

Empecé la escuela de medicina en Londres, apenas iba a la universidad, comenzaba a acostumbrarme, era todo diferente.

Una mañana desperté tarde, salí corriendo hacia la uni, las clases habían empezado hacía quince minutos, nunca había llegado tarde, un chico una vez llegó tarde y no lo dejaron pasar, no me podía ocurrir, necesitaba entrar.

Me choqué con alguien. Caí al suelo. Al levantar la vista la vi. Vi sus ojos. Esos ojos amarillos, casi verdes, casi miel, amarillos, tristes como los míos. Me sonrió. Esa mirada, esa sonrisa me devolvieron la vida. Nos levantamos, ninguna había dicho una sola palabra, me tendió la mano
-Sabrina, mucho gusto.-Dijo con una voz dulce, al mismo tiempo que yo me presenté.

Supe que este era el final de algo bueno, y el inicio de algo, aún mejor.

Fin.

Amanda. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora