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YoungJae tuvo un pasado extraño.

No recuerda exactamente mucho de eso, pero sabe que no la tuvo sencilla desde una vez que su madre le llevó a un psiquiatra y le diagnosticaron un grave caso de Trastorno Obsesivo Compulsivo al que llamaban misofobia. 

Recuerda muchas veces a su madre mirándolo con lástima o desaprobación cada vez que YoungJae insistía en lavar sus manos una y otra vez, o en que la limpieza de su habitación la haría él mismo, porque aparentemente la mujer de la limpieza no sólo desordenaba sus pertenencias, sino que también utilizaba los mismos guantes con los que limpiaba la desordenada habitación de su hermano mayor. El pequeño estaba completamente seguro que aquella vez que se enfermó de gravedad fue por culpa de algún germen que esos guantes contaminados habían pescado en ese asqueroso lugar.

Y era extraño, con once años se esperaba que el niño corriera, se raspara las rodillas, se revolcara en el lodo o algo así; pero no era su caso. Las carreras fueron reemplazadas con libros dentro de bolsas de plástico perfectamente ordenados por tamaños en la estantería, las rodillas raspadas por figuras de acción cuidadosamente desinfectados por el mismo YoungJae; y los días soleados se la pasaba encerrado en su habitación. 

¿Quieres dejar de llorar, YoungJae? ¡Me tienes harta! —Era una de las típicas frases que su madre le gritaba, cada vez que castigaba al niño obligándolo a mantenerse sentado cerca de a puerta de la habitación de su hermano, impidiéndole ir a lavarse las manos como tanto deseaba en ese momento.

El castaño aún tenía pequeñas cicatrices en sus brazos. Cicatrices causadas por sus mismas uñas cuando, en medio de sus castigos diarios, lo atrapaban los ataques de ansiedad y su respuesta era enterrar firmemente las mismas en su piel sensible.

Su enfermedad llegó a tal grado de gravedad, que su madre prefirió dejar de enviarlo a la escuela como los niños normales de su edad, y empezar a educarlo en casa.

Podría recetarle algún ansiolítico, para reducir los cuadros de YoungJae —Recomendó el psiquiatra, tratando de calmar a la alterada mujer por el teléfono, una noche después de un día en que el niño estuvo especialmente molesto—. No es lo mejor, puesto que aún es muy pequeño, pero si usted lo permite...

¡Haga lo que sea necesario! —Sollozó, demasiado superada por la situación—. ¡Lo que sea, doctor! 

Así fue como YoungJae comenzó a ser medicado a la corta edad de trece años.

Recuerda vagamente como, cada vez que intentaba algo relacionado con la limpieza, su madre lo convencía, de alguna manera, a que se tomara su medicamento. Las pastillas lo hacían entrar en un estado de relajación total; tanto así que quizá rara vez se levantaba de su cama, y si lo hacía, no se daba cuenta realmente. Vivía, pero demasiado ido para siquiera darse cuenta que lo hacía. 

En una ocasión, las dosis fueron tan altas para su no tan desarrollado organismo que YoungJae no paró de vomitar en toda la noche. 

Fue esa horrible experiencia lo que lo hizo odiar aún más los gérmenes y bacterias.  El sabor asqueroso de su paladar, el dolor en su estómago y el olor que sólo provocaba más arcadas jamás va a abandonar la mente de YoungJae. 

Has sido negligente —La regañó el padre de YoungJae, que siempre se mantuvo al margen de todo lo que ocurría con su hijo menor—. Te prohíbo volver a medicar a YoungJae, mujer. 

¡Tú no sabes cómo son las cosas dentro de la casa! —Le replicó, enojada por la decisión de su esposo—. Jamás estás presente, y cuando lo estás, sólo ignoras la existencia de tus hijos y de tu esposa. No sabes cómo es manejar a ese niño.

Sucio [DaeJae]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora