"Solo en la noche, bajo la relativa seguridad de su habitación, vomita hasta que ya no tiene nada más que botar. Pero la tortura, el dolor, los gritos, no desaparecen de su memoria.
A pesar de haberse prometido mantener las fuerzas, llora en silenc...
Liverpool, 1954. Los hermanos McCartney corrían como nunca lo habían hecho en toda su corta (muy corta) vida por las desoladas calles de Liverpool, ambos con una mísera manzana amarilla en las manos y un hombre mayor de muy mal carácter persiguiéndolos con un cinturón en mano. Paul no tenia nada en contra de las personas mayores, pero uno los perseguía con intenciones de matarlos; los gritos de aquel viejo no mejoraban la situación y de alguna manera a Paul le hacía perder la esperanza de salir de aquello. ¿De verdad valía la pena perseguirlos hasta el fin del mundo por un par de manzanas?
—¡Verán cuando los atrape par de mocosos! —gritó el hombre por sexta vez.
—¡Mamá va a matarnos, mamá va a matarnos, mamá va a matarnos! —Mike, el menor de los McCartney le recordó a Paul tratando de acelerar el paso.
—¡No va a matarnos! ¡Cállate de una vez! —si no estuvieran huyendo, Paul se hubiera detenido a darle un golpe para tranquilizar a su hermano.
—¡No podemos pasarnos toda la vida corriendo! —Mike tenía la sensación de que sus pulmones explotarían pronto.
—No, pero podemos perderlo de vista. —su hermano le respondió.
Paul tomó la mano de su hermano menor y los adentro en una calle muy estrecha. Cuando la atravesaron salieron a una parte de Liverpool la cual Mike no conocía. Los ojos del hermano mayor relucieron ante la vista de un edificio en construcción abandonado, tenía una grieta vertical por donde ambos podían pasar; por primera vez los chicos agradecieron ser tan delgados. Mike retuvo el aire y fue el primero en entrar, Paul imito aquella misma acción. Ambos estaban dentro, espiando a través de aquella grieta cada poco en espera del perseguidor. Al no escuchar o ver alguna señal de aquel hombre comenzaron el arduo trabajo de recuperar el aire. Había un silencio absoluto. Lo único que lo rompía eran las respiraciones agitadas de los jóvenes hermanos.
Muchas veces el primogénito de los McCartney creía que sus padres habían tenido un hijo de más y los primeros años de vida (de aquel que amenazaba quitarle el lugar del hijo favorito) Paul le hacía creer a su hermano menor que odiaba el hecho de que Mike hubiera nacido y quería que el sintiera lo mismo. La mayoría de sus conversaciones terminaban en peleas y en varios días de castigo sin poder salir, a menos que fuera para la escuela. Pero en esta ocasión Paul sintió por primera vez una verdadera conexión de hermandad, dándose cuenta que a pesar de todo su hermano estaba siempre ahí para enfrentar las consecuencias y aquellos castigos juntos. Paul sonrío para sí mismo y sin saber cómo Mike comenzó a reírse, su hermano mayor tenía las mejillas encendidas de un brillante color rojo y el cabello alborotado. Paul le lanzó unas pequeñas piedras que había en el piso a su hermano, río con el y le dio un mordisco a la manzana, sabía terrible.
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