—¡Haibara!
El pelo movía violentamente las greñas de su flequillo oscuro, acaparando todo su campo visual. Si soltaba una mano para recolocárselo, tendría el mismo peligro de caer que ella. Las riendad de su vida eran en ese momento los bordes de la puerta de la caravana que había alquilado Agase.
Normalmente era Ayumi la rehén, pero, quizás por casualidades de la vida o porque parecía más débil, ese desgraciado había optado por Ai.
El cuerpo delgado de la niña de pequeña estatura colgaba varios centímetros del suelo por el agarre que el hombre ejercía con el brazo en su cuello, y muy cerca de este sujetaba un cuchillo, cuya punta estaba peligrosamente cerca de la piel de Haibara.
Ella no tenía miedo de ese arma. Sólo si le provocaba una muerte lenta y dolorosa, pero si acababa rápido con ella, le daba igual. Tampoco tenía miedo de esa furgoneta en la que se encontraba que circulaba por la ausencia de conductor en zig-zag por la carretera.
Chocaron con un gran camión de mercancía que empujó el coche hacia atrás. Luego rebotó hacia delante colocado en diagonal y se paró justo en el filo de un acantilado, con la mitad del vehículo flotando en el vacío y la otra mitad aplastando con los neumáticos una pequeña extensión de hierba.
—¡Dadme ese maldito maletín! —exigió el criminal, probando a cambiar su punto de apoyo a su pie derecho. Al hacerlo, el coche se balanceó bruscamente, por lo que volvió a su posición inicial. Al profesor Agase casi se le salió el corazón por la boca.
Genta, que era el que custodiaba el objeto mencionado, lo abrazó con fuerza.
—¡Nunca! —exclamó el voluminoso niño en respuesta.
Conan cerró fuertemente la mandíbula. Sus dientes casi explotaron. ¿Por qué estaba provocando al hombre?
—¡O me lo dais o la niña pasa a mejor vida! —vociferó, clavando suavemente y sin prozundizar el cuchillo en el cuello de su rehén, haciéndole una herida poco importante pero que sangró considerablemente. Ai gimió de dolor.
No se detuvo a pensar. No podía pensar. No podía darse cuenta de que iba a cometer un gran error.
Los gritos del profesor rogándole que se detuviera sonaron en su cabeza inteligiblemente, de fondo y con eco, como si este estuviera en una cueva a bastantes metros de él. Apretó el botón de su cinturón y velozmente se inchó en este un balón de fútbol.
En menos de un abrir y cerrar de ojos él ya había chutado, alcanzado el rostro del criminal y este había caído hacia atrás, haciendo que la furgoneta, con la niña gritando dentro, se precipitara por el acantilado.
Le costó unos segundos asimilar su error.
—¡¿Qué has hecho, Conan?! —rompió a llorar la otra niña, haciendo el amago de golpearle la espalda.
Pero él fue más rápido y salió corriendo, lanzándose también al mar.
Cuando su cuerpo rozó la superficie, el vehículo del criminal ya había tocado fondo, encayándose entre dos grandes y protuberantes rocas.
Haibara estaba aún dentro, quedándose ya sin aire. Las rocas bloqueaban todas las salidas posibles: ventanas y puertas. Estaba condenada.
El pequeño de las gafas nadó lo más rápido que pudo hasta el fondo. Sus oídos empezaron a pitar y sintió un mareo. Aún así el continuó su labor.
No podía abandonarla. Si se ahogaba, quería no hacerlo en vano. Aunque sólo al llegar encontrara el cadáver de esa criatura dueña de sus sentimientos más íntimos y secretos, quería llegar a ella.
Halló la furgoneta atrapada y se agarró al techo para no salir disparado por la corriente. Sus pulmones comenzaban a aburrirse de no tener aire nuevo.
Trató de golpear el techo lo más fuerte que podía con sus puños, pero el agua contrarrestaba su fuerza. Haibara notó sus inútiles intentos de salvarla. No estaba perdida, entonces. Porque con él, nunca nada salía mal. Con él nunca se perdía la esperanza.
Conan cambió de extremidades. Puso en marcha sus zapatos, con la potencia máxima, y aporreó con ellos el techo otra vez. Pero de nuevo el agua le impedía dañar el vehículo. Ni siquiera sintió una estimulación en sus pies. Los zapatos se habrían ido a la porra.
Era incontrolables las ganas de abrir la boca y buscar en vano aunque fuera un sólo átomo de aire, pero luchó contra ello como pudo.
Bajó más y busco una piedra, una concha... ¡Lo que fuera! En su búsqueda se percató de que las piedras que encerraban el coche no estaban clavadas en la arena. Entonces se colocó en frente de una de ellas, apoyó en su superficie irregular y puntiaguda las manos y comenzó a empujar con todas sus fuerzas. Milagrosamente, eso sí causaba efecto. Lentamente, pero lo hizo.
Por la fuerza, la piedra contraria volcó horizontalmente en el suelo, liberando la parte derecha del coche. Él sonrió mientras nadaba hacia la furgoneta de nuevo. Se horrorizó al ver el cuerpo de la niña flotando boca arriba junto al del criminal que seguía inconsciente y estaba seguramente ya muerto.
Se apresuró a romper el cristal con sus manos, las cuales tenía destrozadas y sangrando por la condenada piedra. Se adentró en la furgoneta, ignorando por completo el cadáver del hombre, y sacó a Haibara. Ella no se movía por sí misma, sino por la corriente.
La zarandeó con desesperación. Nada.
Le quedaba muy poco aire. Casi nada.
Pero le quedaba mucha esperanza. Como cualquiera que estuviera a su lado.
Le habría gustado haber hecho eso en otra situación. Le habría gustado que el juntar sus labios con los de ella fuera por puro cariño y placer, no para salvarle la vida. Le habría gustado saborearlos, en vez de tener que pasar esa mínima cantidad de aire que quedaba en su organismo a Ai. Las burbujas que salieron de la comisura de sus labios ascendió levantando también el cabello claro y corto de la niña, creando un escenario visualmente hermoso.
Abrió repentinamente los ojos cuando hacía ya rato que él los había cerrado. Se sintió con la fuerza suficiente para arrastrar a ambos a la superficie. Y eso hizo, sacando fuerza de donde creía que en ella no existía.
No lo hizo por ella, ni siquiera por los dos, sino por él.
Una vez en la superficie, abrió la boca, hinchando sus pulmones de oxígeno a gusto. Tomó el cuerpo del niño, colocó una mano en su nuca e hizo lo mismo que él hizo para salvarla a ella. Ai sí pudo saborear sus labios, aunque no era su prioridad.
Al poco tiempo el pequeño de las gafas abrió los ojos y escupió tosiendo todo el agua que había tragado. Se limpió la boca con la manga de su camiseta y buscó los ojos de aquel que lo sujetaba. Al ver los ojos verdosos de esa niña que tanto quería, su corazón se saltó un latido y sonrió.
—¡Ai shi teru! —exclamó ella, envolviendo con sus brazos su cuello, abrazándolo.
Habría sido genial si él hubiera aprovechado para corresponderle ese gesto con un beso de verdad.
Pero no lo hizo.
-eurus♡
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ii. aishiteru, coai。
Fanfiction[ 名探偵コナン] A | ❛parece que Conan no es más que un conejillo de indias para Ai, pero en verdad es el aire que ella necesita para vivir.❜ -eurus♡ 040521 #291 en detective conan 220521 #57 en coai