#3 they (I)

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Ellos tienen una descomunal sed de venganza y nada de piedad.

Ellos huelen a sangre, dinero y pólvora.

Yo los huelo. Los veo. Los iogo. Los siento. En el colegio, en el estadio, en el parque, en mi propia casa.

Aquella vez fue en el autobús. Los sentí, y él estaba a mi lado; el miedo era doble.

Que me maten a mí, a él no. Que me maten a mí, a él no.

Sin previo aviso tomé su gorra y me la coloqué de forma de que apenas se podía apreciar mi mentón. Cuandó él giró la cabeza para mirarme, ya sentía cómo un sudor frío comenzaba a caer por mi frente, cómo mi corazón multiplicaba sus latidos y mi pulsp se descontrolaba.

Lo entendió sin tener que darle explicaciones.

Se movió, pegándose más a mí. Me aferré a él, ocultándome en su pecho, temblando.

En el silencio del transporte público distinguí unos pasos pesados. Sin duda, los había oído antes. Siempre temí esa forma de caminar, y supongo que siempre la temeré, poeque aun sintiéndome considerablemente protegida junto a él, seguía temblando.

Se estaba acercando.

Demasiado.

Estaba delante de mí.

Me habló.

Grité.

Sentí agua helada colarse dentro de mi ropa. Entonces abrí los ojos, descubriendo que no había sido más que otra pesadilla diurna en el autobús junto a los niños. Genta me había despertado vertiendo el contenido de su botella de agua sobre mí. Antes de que yo comenzara a gritarle, todos me preguntaron qué había pasado.

Sólo se lo conté a Kudo.

¿Sabes que te digo? Deberías volver a casa y descansar.

Sonreí.

Sí. Descansaría.

Para siempre.

No podía con tanto peso sobre mis hombros. Tantas muertes personas inocentes, tantas violaciones de las leyes, tantos derechos arrebatados, tantos seres queridos...
Imposible seguir así.

Agase no estaba en casa, pero entré con las llaves que en su día me dejó.

Subí a la habitación con un balcón que daba a la calle.
Era un día muy ventoso y nublado; las nubes pasaban por encima de mí velozmente y mi pelo cubría cada os por tres mi campo de visión. Me agarré a las cortinas y me subí al balcón. Una pena que las riendas de mi vida tuvieran que ser tan ásperas, siempre amé lo suave, como la piel de mi única hermana.

Reí.

Pronto estaría con ella.

Nadie detuvo mi salto.

ii. aishiteru, coai。Donde viven las historias. Descúbrelo ahora