Capítulo V

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Afortunadamente, hoy salimos temprano de la escuela por la ausencia de uno de los profesores. Son las 12. Dallas propuso almorzar en el café que queda a la vuelta, que es donde estamos ahora mismo. Es grande y bastante bonito; la mayor parte del inmueble es de madera, inclusive las paredes y el piso, lo que le da aspecto antiguo pero confortable. Nos sentamos en una mesa del primer piso ya que la planta baja estaba totalmente ocupada, junto a un ventanal con un paisaje muy bonito. Me encuentro junto a Olive, y en frente nuestro están David y Aaron, y en la punta, Dallas.

—¿Qué van a pedir?—pregunta Dallas a todos.

—Yo quiero una hamburguesa.

—Sí, yo igual.

—También yo.

—Genial, creo que también pediré una;—responde, y luego me mira— ¿Y tú, Lizzie?

—Am… yo no tengo hambre aún. En realidad vine para contarles algo, no para consumir.

—Vale, puedes empezar—dice Aaron.

Inspiro profundamente y exhalo por la nariz. No sé por dónde empezar y siquiera sé si debo contarlo. Ojeo a todos con rapidez y vuelvo a bajar la vista a mis manos, que están apoyadas sobre mis piernas.

—Sabes que puedes confiar en cualquiera de nosotros—me consuela Olivia mirando a los demás, y pasa su brazo sobre mi espalda, llegando al hombro más lejano a ella.

Le agradezco con un intento de sonrisa y me decido a contárselos. Son mis amigos, deben saber qué es lo que me pasa. 

«Nadie quiere sus problemas, ¿qué te hace pensar que van a querer los tuyos? Lo dice por educación, idiota.» pienso. Reprimo las ganas de llorar y por fortuna llega la mesera a pedir la orden, por ende nadie me está mirando. No sé si irme, evitar el tema o simplemente contarles. No me parece muy buena idea la primer opción, ya que en algún momento voy a volver a verlos. La segunda va a ser difícil con la insistencia de Olivia. Así que sólo me queda una última opción, y es contárselos.

—Anda Lizz—insiste David una vez que hicieron los pedidos.

—Verán… luego del accidente que tuve en la fiesta creí que lo más indicado era faltar unos días al Instituto; imagínense lo que iban a ser las burlas de todos, las risas y las miradas de arriba a abajo. Le dije a mi madre que andaba mal de la panza, y lo creyó.

—¿Eso es malo?—interrumpe Aaron.

—¡Aaron! ¡déjala terminar!—lo reta Olivia, y logra apaciguarlo un poco.

—Gracias. Y no, no es lo malo. El dilema se originó cuando me llevó al médico. La mentira pasó a ser verdad en cuanto los nervios me atraparon en la sala de espera. Hacía semanas que venía comiendo nada y la verdad es que sabía que el resultado medicinal no sería tan bueno como el físico.

Sus rostros pálidos y boquiabiertos no me quitan la mirada de encima. Es como si hubieran visto algo sobre natural detrás mío o algo semejante. Oigo sus respiraciones entrecortadas y pienso qué tan mala va a ser su reacción si ya se ponen así desde el comienzo. Estoy convencida de que se imaginan qué es lo que ha sucedido luego, en especial David. Respiro profundamente y presiono la los labios, esperando que moderar mis ganas de largar el llanto.

—Al quitarme la ropa para verificar que todo esté en orden, la doctora me mira con cara de desapruebo, pero me es indiferente. Luego paso a la balanza y ahí viene el problema…

Me cuesta recordar qué es lo que sucedió, como si tuviera la mente casi tan en blanco como en el hospital. Se siente como haber estado ebria por un instante. Intento revivir los momentos poco a poco, pero mientras más intento recapitular, menos recuerdo. Aprieto los ojos y arrugo el entrecejo. No quiero llorar, debido a que si una de las lágrimas cae, no podré detener el resto. Me siento furiosa; furiosa conmigo misma, tanto por haber abierto la boca como por no lograr recordar algo que cualquier otra persona no podría siquiera quitarse de la cabeza. Una lágrima cae y marca su paso por mi mejilla ardiente. Me la seco tan rápido como puedo, acto seguido de coger mi abrigo y ponerme de pie para irme del lugar.

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⏰ Última actualización: Mar 06, 2014 ⏰

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