28.

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Habían pasado dos meses completos, tu madre aún no te había visitado, Rosie había enfermado y ella no podía dejarla. Esa semana, esa maldita semana abriste los ojos, me encontraba en tu habitación, te habían trasladado a cuidados intensivos y yo estaba cuidando de ti, era un día jueves.

Tenía la cabeza entre las manos cuando te oí:

—Lu —tu voz había salido ronca—. Tengo sed, Lu.

No tengo idea de por qué no me sorprendí en ese instante, era la primera vez que despertabas en meses. Tenías máquinas y tubos conectados a tus brazos , te ayudaban a respirar y comer.

Recuerdo todo muy confuso, solo a veces, en momentos de lucidez recuerdo todo claramente. Este es uno de esos momentos.

—Toma —te pasé la botella de agua que tu padre me había llevado esa mañana, tú tomaste un pequeño trago y me la devolviste— ¿Te sientes bien?

—No. Necesito decirte algo, Lu—tus ojos se habían llenado de lágrimas— ¿Cómo está mi hermana? ¿Cuánto tiempo he dormido?

Dormido. Lo pintaste de una manera tan distinta a la realidad. Estabas en coma, no durmiendo.

—Llevas tres meses en el hospital, ésta es la primera vez que despiertas.

—Lukas, necesito que cuides de mi hermana. Necesito que seas yo por un tiempo, sé que me iré pronto y no quiero dejarla sola. —las lágrimas corrían por las mejillas de ambos, me acerqué a ti y sequé tus lágrimas.

—Te prometo, pequeña, estar siempre para ella. Pero necesito que tú también me prometas que te quedarás, que saldrás de esta, Cielo.

—No puedo prometerte eso, Lu. —a ese punto te costaba respirar, estabas agotada.

—Lo sé. Te quiero, peque.

—Y yo a ti, Lu, pero no puedes tenerme aquí. Déjame ir.

—¡No puedes hacerme pasar todo esto y luego querer que te deje ir, Riley! —te grité, y me arrepiento tanto, Cielo.

—Quiero hablar con papá —dijiste, te habías enojado—. Necesito resolver todo antes de dejarlos.

Estabas tan segura que te odié, te odié por querer irte y dejarme solo.

Hablaste con tu padre, y con tu madre que no sé en qué momento logró llegar. Cinco horas más tarde, cerraste definitivamente tus ojos.

No podía creerlo, mi Cielo se había esfumado.

Te habías rendido y yo no pude hacer nada.

Recuerdo, entre todo lo ocurrido en esas horas, escuchar un «Te quiero, Lu» tan débil como tu aliento y luego esas máquinas, esas malditas máquinas.

SOL.

Ojos color CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora