Era un día como cualquiera, las personas iban de un lado para otro siguiendo sus rutinas. Algunos reían, otros estaban más serios que nunca, y otros hacían de sus ojos las cataratas del Niágara. Se podría decir que todos tenían las emociones a flor de piel, era el típico escenario de un aeropuerto.
El tiempo pareció detenerse cuando cierta persona dio un paso fuera de la sala de los vuelos internacionales, su presencia era algo casi imposible de ignorar. Con ese andar, una pinta impecable, un rostro bien estructurado como si lo hubiese tallado el propio Miguel Ángel. Pero sobretodo nadie podía hacer caso omiso a su hermosa sonrisa, traviesa y sincera.
Era increíble lo atractivo que era, muchas lo comparaban con una botella de vino fino: entre más pasa el tiempo, más bueno se pone.
— ¿Te importaría quitarte del medio?
El hombre dio un respingo ante la demandante voz a su espalda, al voltearse sintió como le era robado el aliento, nunca había encontrado atractivo un ceño fruncido, labios apretados y una notoria molestia en el rostro de alguna mujer, hasta ahora.
— Disculpe, hermosa dama. No era mi intención incomodarla.
La hermosa castaña frente a él arqueo una ceja, "¿este está bien o, qué pasa con la gente?" se preguntó a sí misma mentalmente.
— Mira, no sé si te caíste de la cuna al nacer o si el retraso viene de familia pero sigues en mi camino. Muévete, no tengo todo el día.
— Me parece que fue a ti a la que criaron mal, tal vez por ser tan descortés las personas no hacen lo que tú quieres. —ahora era su turno de estar más que molesto—.
"¿Quién se cree ella?" pensó.
"¡¿Pero quién se cree este que es?!" pensó ella.
Eran más parecidos de lo que podían percibir.
Y justo cuando la joven abrió la boca para soltar una de sus no tan agradables respuestas fue interrumpida:
— ¡Candance! —la recién nombrada se estremeció, amaba a su mejor amiga pero tenía una voz demasiado chillona para su gusto.
— Abbie... —dijo lo mejor que pudo cuando ya yacía en el suelo siendo aplastada.
— Oh Dios, estoy tan feliz de verte.
Nuestro joven estrella veía la escena netamente confundido, y deseoso por salir de allí y de no volver a ver a aquella fastidiosa castaña agarró el poco equipaje que llevaba pero un grito ensordecedor lo hizo detenerse.
— ¡No puedo creerlo! Candance, ¿Cuándo pensabas decirme? —una hermosa rubia de ojos verdes lo miraba con los ojos de un niño en una tienda de dulces—. Soy Abigail por cierto, aunque seguro ya lo sabes.
— Oh no... —volteó a mirar a la castaña, la expresión en su rostro no era alentadora—. Abbie, creo que...
— ¡Creo que nos vamos ya! —Abigail tomó la mano de Candance entre las suyas y la arrastro junto a ella—.
Solo pudo observar como ambas chicas se alejaban de allí, suspiro aliviado por haberse librado de la castaña. Estaría eternamente agradecido con la rubia; o al menos eso creía hasta que tropezó con algo.
— Mierda.
Corrió lo más rápido que podía, esquivando a la gente, tratando de no meterse en problemas con algún posible pasajero amargado.
— ¡Señoritas! —gritó son el poco aliento que le quedaba soltando el equipaje ajeno—. Qué bueno que siguen aquí.
— Pues claro, tonto. No nos íbamos a ir sin ti. —dijo Abbie—.
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Para: Escorpio.©
Короткий рассказCáncer sabe que no le queda mucho tiempo en la tierra, para ella cada segundo cuenta. Por ello decide escribirle cartas a su adorado hijo, Escorpio, quien no tendrá la fortuna de crecer junto a su madre. Palabras llenas de amor, plasmadas en un pap...