Hoy me arriesgo a hablar de vivir del arte. Me niego a andar con tapujos. No hablo de ganar trozos de papel con supuesto valor, ni tampoco hablo de ser el tema de conversación entre dos mecenas que intentan camelarme. Simplemente hablo de respirar de ello, quizás quiero pensar que el aire que corre por mis pulmones está contaminado por pequeñas partículas de pintura que me hacen seguir viva. Hablo de que mis vecinos no se quejen si me oyen cantar a las cuatro de la mañana porque una parte de mí sólo quería una excusa para gritar en ritmos lo que siento. Sólo hablo de inundarme de inspiración cuando veo a una persona disfrutar de este hecho mágico que, incluso yo, a pesar de cada momento que he vivido volando entre pinturas de Van Gogh y a pesar de cada caricia llena de calma que me han brindado los bailes de cuerdas vocales, denomino arte.
