Los marineros le resultaban criaturas curiosas. Se movían sin descanso por el barco, trabajando, anudando cuerdas y cantando melodías casi tan antiguas como el propio deseo del hombre de echarse a la mar. Había identificado a la máxima autoridad del barco, al capitán. Junto a él, su segundo al mando, el teniente. De ahí le seguía el contramaestre, encargado de transmitir los deseos del capitán al resto de los hombres de la tripulación. Seguido por el condestable, cuyo labor era supervisar las reservas de alimento y de armas. Por debajo de este estaba el oficial, quien era encargado de guiar e instruir a los novatos. Al final se encontraban los piratas, que solo actuaban como los peones de ellos.
Algunos eran grandes y fuertes, otros estaban incompletos, sin embargo había algo que los convertía en una especie casi tan única como la suya: todos amaban el océano de manera tan bravía que ni siquiera temían enfrentarse a él, y morir en tal inmensidad. Parecía ser lo único que ansiaban casi con tanta fuerza como vivir envueltos en su abrazo.
Se sentaron a su alrededor y con voces que raspaban como la piel de un tiburón, cantaban, esperando oír su respuesta. Seguía siendo el primer día, él ni siquiera se atrevía a sacar la cabeza del agua en lo que lo transportaban: los marineros le tocaban las escamas, le tiraban de la cola, le manoseaban los cabellos rubios alborotados y le agarraban la cara, como si solo con zarandearlo pudieran entender lo que era.
Sin embargo, lo único que conocían de él era su precio, y no pensaban dejarlo en libertad por nada del mundo.
A pesar de sus primeras reticencias, empezaba a asomar la cabeza a la tercera noche, pues la curiosidad pesaba más en él que el miedo. Escuchaba con atención a los marineros cantar, y a las olas responder con un murmullo furioso.
Él no podía apartar la mirada.
Hubo un marinero que llamó su atención más que ningún otro. Era joven, totalmente inexperto. Sus manos no eran tan rudas como las del resto, al igual que su piel no era tan morena y curtida, era todo lo contrario, piel blanca con marcas en la cara, sus cabellos negros con un mechón que medio le tapaba el ojo. Sus pasos no eran tan ágiles sobre el bauprés y no sonreía mientras trabajaba. Lo único que notó fueron sus manos lastimadas, él se preguntaba cómo sería sentir las manos encallecidas de ese marinero bailar sobre sus escamas.
La voz del joven, no era tosca ni raposa, era más tenue que la de ningún otro. Cuando lo escuchaba, él sentía que había vuelto al mar de una noche de tormenta. Si cerraba los ojos, imaginaba que su voz era el fondo del océano, que lo envolvía en una sedosa oscuridad, separándola de la tempestad que aguardaba en la superficie.
La tripulación, cansada tras un duro día de trabajo, se establecieron en cubierta a su alrededor, bebiendo de frascos que sacaban de sus bolsillos y de botellas que iban de aquí para allá ágiles como algas en una corriente.
Las lámparas iluminaban de manera suave la cubierta del barco. Lo único que hacía era observarlo en silencio, el otro se encontraba apartado de los demás, con una pequeña libreta escribiendo.
Esa noche las estrellas caían sobre el mar. Mientras todos dormían, aquel marinero se sentó junto a él. Se estudiaron como dos animales que se sorprendían el uno al otro, quedando paralizados, sin saber qué hacer.

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One Shots AU - Petweek | Pike
FanfictionLos one-shot y drabbles no tendrán que ver entre ellos y la mayoría se sitúa en universos alternos. Cada historia será algo espontanea, con temas fantásticos y uno que otro tema paranormal, idk.