Bajamos a oscuras por las chirriantes y viejas escaleras de madera que conducen al polvoriento sótano. Está todo oscuro y hay una extraña sensación de incomodidad gélida.
-Lía, ¿donde estaba el interruptor de la luz?- me preguntó Mía en la oscuridad de la habitación.
Estuvimos palpando las paredes durante 2 minutos hasta que lo encontré.
-¡Aquí!
La luz iluminó hasta el último rincón de la habitación. Hay muchísimas cosas que no veíamos desde hace muchísimo tiempo.
-Vaya...Parece que no han estado aquí en años- Mía estaba pensando en voz alta.
-Los últimos pies que pisaron este viejo suelo fueron los nuestros hace cinco años, el día anterior a nuestro décimo cumpleaños. Mamá no quería que bajáramos porque las cosas de las abuelas Elisabeth y Mereians están aquí abajo. Ya sabes que Mamá no quiere que veamos sus cosas- le recordé a mi hermana.
Paseamos la vista por las distintas estanterías; viejas muñecas de trapo, ositos roídos y desgastados, libros y diccionarios con las páginas amarillas por el nulo uso que se les daba. Fuimos mirando las cosas una por una hasta que nuestras miradas se detuvieron en un cuadro cubierto con una sábana. Miré a Mía y vi que estaba mirando el cuadro con una sonrisa curiosa. Pude leer sus intenciones.
-Se lo que estas pensando. Te recuerdo que somos gemelas completas; hemos nacido el mismo día a la misma hora y sin minutos de separación por lo que nos podemos leer la mente y yo se que quieres quitar esa lona- se que acerté de lleno. Lo leí en su mente.
-Lía, yo también puedo leerte la mente y se que quieres quitar esa sábana tanto como yo. No te va a servir de nada negarlo porque ya lo he leído- mierda, me había pillado de lleno.
No necesitamos decir nada más porque no hacía falta. Nos cogimos de la mano y juntas quitamos la sábana que cubría el cuadro. La sorpresa por ambas partes fue clara.
Un cuadro de lo que nosotras suponíamos que eran nuestras abuelas Elisabeth y Mereians con unos collares idénticos a los que nosotras llevábamos. La foto fue tomada en un pequeño jardín, privado parecía, con un gran Olivo de fondo. Estaban cogidas de la mano, sonriendo con sus collares de luna y sol. La fotografía era preciosa, pero por alguna razón mi mente no era capaz de pensar que todo eso era algo bueno. Leí en la mente de mi hermana que a ella también le producía inquietud la imagen. ¿Por qué las abuelas tenían los mismos collares que tenemos nosotras? ¿Por qué en la foto tenían al rededor de diez años, justo la edad con la que recibimos los collares? Mía se acercó al cuadro soltando así mi mano. Leyó la fecha en voz alta y mi inquietud no hizo mas que crecer;
-3 de Junio de 1940.
Miré a mi hermana y ella asintió.
-Mía, el día de nuestro cumpleaños, el día del accidente que acabó con la vida de las abuelas.
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No tan iguales.
FantasiEn un vistazo rápido no sabrías decir quién es Elisa y quién es Mireia. Menos mal que los collares las diferencian, aunque más de lo que imaginan.