La bajada

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A la semana de ya cumplida la mayoría de edad mi papá tenía bajada.

Nadie lamentó su ausencia en la celebración. Estábamos completamente acostumbrados.

Como siempre, mi mamá lo fue a buscar, llegó, se instaló y recién me encontré con él en la once de aquel día.

Luego de las típicas conversaciones de rutina, del trabajo, de los estudios y de la casa, vino la sorpresa.

Mi regalo atrasado de cumpleaños sería una salida padre/hijo a Termas de Chillan. Un paseo de completo relajo al que ni mi mamá ni hermano estaban invitados.

Obviamente me pareció raro pero más allá de eso, el regalo me encantó. No conocía el lugar y sabía que definitivamente tendría la posibilidad de relajarme con algún masaje o sauna o tinajas o baños de barro o quien sabe qué.

Mi padre llegó un miércoles y nuestro paseo sería desde el viernes hasta el domingo.

El día llegó.

Partimos a las Termas en su vehículo y para mi sorpresa charlamos más agradadamente de lo que me imaginaba. De lo que se nos ocurriera. Todo amenizado por música de fondo, pues si hay algo que tenemos en común, es la música. De repente la conversación se interrumpía por un coro irresistible de cantar y luego de eso retomábamos desde donde habíamos quedado.

Llegamos. Nos registramos. Recorrimos. Y básicamente disfrutamos.

La habitación era cómoda, acogedora y con una vista hermosa. Y había una gran cama.

Si. Una sola.

Sinceramente no reparé en ello más allá de sentir algo de pudor por el hecho de tener que compartir espacio con alguien que a pesar de que era mi padre, no sentía muy cercano. Y por muy king que sea la cama, era un espacio que me parecía muy pequeño.

Luego de instalarnos en la habitación, salí a recorrer un poco, ubicando los servicios, reservando para el día siguiente si era necesario y mirar de reojo a uno que otro chico guapo para volver a la habitación.

Luego cenamos y luego dormimos.

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