Voy a hacer todo un hombre de ti

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-¡Robert Lightwood! - Sujeto a mi padre por la muñeca, mirándolo decidido. No. Es el único sustento de nuestra familia, y yo todavía no se hacer su trabajo igual de bien que él. No, si alguien tiene que sacrificarse no será él, con su reciente herida en la muñeca.

Doy un paso al frente, manteniéndome firme en mi recién tomada decisión, ignorando el llanto de mi madre en la puerta de nuestro hogar. -Yo serviré al emperador en lugar de mi padre.

Recibo de las manos de ese hombre altanero la orden de reclutamiento, retirándome mientras sigo oyendo esa voz nombrando a la mayoría de hombres del pueblo. Mis vecinos, conocidos, amigos... todos destinados al mismo lugar. A una muy probable muerte.

Los puños de mi hermana golpean mi pecho cuando se entera de lo que he hecho, sus golpes volviéndose cada vez mas débiles hasta que cae rendida entre mis brazos, el llanto haciéndose presente. -Tranquila Izzy, solo es entrenamiento. Nada asegura que tengamos que entrar en combate. El ejército se encargará de ellos. 

Esa misma noche, la noche antes de que me marche, Izzy se cuela en mi cama, despertándome. -Promete que no morirás. Promete que no me dejarás sola, Alec. -Le aparto el pelo de la cara, observándola. Es realmente guapa, pero tan terca que mi madre cree una misión imposible encontrarle marido. Que tontería, ella no lo necesita. - Prometido.

Salgo temprano a lomos de Iglesia, nuestro único caballo. Él también ha sido reclutado para servir al país. Lamento tener que llevarlo conmigo. Realmente costó mucho tiempo y esfuerzo conseguirlo, en casa echarán en falta su ayuda. Cruzo la puerta antes de que salga el sol, queriendo evitar una despedida. La vieja armadura de mi padre me ajusta demasiado en los hombros y me queda suelta en el estómago, pero no podemos permitirnos otra. Es pesada, pero sé de sobras que puede salvarme de la muerte. Con mi padre lo hizo.

¡Alec! -cierro los ojos, reconociendo la voz- ¡Alec, espera! - Detengo el avance de Iglesia, pero no volteo. -Max, vuelve a la cama. Aún es temprano. 

-¡No!¡Alec! - Lo veo a mi izquierda, tan pequeño que todavía le cuesta vocalizar bien algunas palabras. Suspiro rindiéndome y desciendo del caballo, agachándome frente a él. -Tengo que irme, ya lo sabes. -Asiente, esa decisión característica de nuestra familia brillando en sus pequeños ojos. -Toma... llévate esto. -Miro su mano, el pequeño amuleto de la suerte que la abuela nos regaló a todos de niños brillando en su mano. No tengo corazón para decirle que suerte y protección no son el mismo amuleto, así que lo cojo, colgándolo de mi muñeca. -Muchas gracias, Max. Seguro que me ayudará. Ahora vuelve a la cama. Mamá se va a preocupar.

Encontrar el campamento de los reclutas no resulta difícil. Una vez allí me asignan una tienda y me quito la armadura, asegurándome de que Iglesia tiene comida y agua. Hay miles de hombres aquí, muchos mas de lo que esperaba. Si el respaldo del ejército tiene este tamaño, ¿cómo de grande es el ejército? 

Sigo a la multitud mas allá de la zona de acampada. Una tienda al final es mucho mas grande que el resto y a partir de ahí un gran claro se abre hasta donde alcanza la vista. 

Los hombres a mi alrededor están animados, como si esto solo fuese una fiesta, un campamento o alguna clase de aventura. ¿Es que no ven que vamos a la guerra? Nuestra nación está siendo invadida, esos Hunos no tienen piedad, están matando civiles en cada pueblo que alcanzan, y ellos aquí riendo como si no ocurriese nada. Me hierve la sangre.

La entrada de la tienda grande se abre y un hombre moreno y ridículamente atractivo sale de dentro, las risas cesando de golpe, todo el mundo armando una desordenada formación en apenas segundos. El silencio se hace presente mientras otro hombre, aún mas alto e imponente que el anterior sale también del interior, vestido con el uniforme militar, todas las condecoraciones posibles brillando en su armadura. El general. 

Malec on Disney -OneShots-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora