Capítulo 3

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Mientras corro mis pies hacen fricción contra el suelo provocando un rechinido desagradable que se mezcla con el constante bote de la pelota. A medida que me acerco a la canasta me preparo mentalmente para tirar, flexiono las rodillas y me impulso en un salto, doblo el codo, suelto la muñeca. Mi cuerpo lo hace de forma natural, hago lo de siempre y sin embargo...

<<Mierda>>

La pelota rebota justo antes de entrar en el arillo y cae sobre el piso encerado del gimnasio; mientras mi pecho sube y baja por la agitación veo cómo la bola se aleja rodando hacia alguna esquina. Limpio el sudor de mi cara con la parte inferior de mi camisa, he perdido la cuenta ya de las veces que he errado tiros libres hoy, esto no es normal y sé qué significa, estoy enfermo, muy enfermo.

¿El nombre de mi enfermedad?

Gwendal Payne.

¿Desde cuándo enfermé?

Ni idea.

A veces creo que fue desde la primera vez en que ella me dejó lloriquear en su hombro porque mis padres siempre estaban trabajando en el hospital, o tal vez esa ocasión en la que me defendió de aquellos niños que me molestaban, o cuando dejó que me metiera en su cama porque tenía pesadillas por la noche. Pero ¿A quién le importa? Da igual cuándo comenzó, el resultado es el mismo.

Paso una mano por mi cabello húmedo y le sonrío a la nada al darme cuenta de lo estúpido que fui por creer que lo tenía todo controlado, que ya estaba curado; no pude estar más equivocado.

Aunque mis piernas tiemblan aún no quiero parar, jugar básquet me relaja, ayuda a poner mis ideas en orden y ahora mismo mi cabeza es lo más parecido a una ciudad después del ataque de una bomba nuclear. Así que no me detengo, voy por la pelota y reanudo el juego como si mi vida dependiera de ello, corro y esquivo jugadores imaginarios, siento la adrenalina volver a la sangre. Me preparo para tirar otra vez, si encesto esta debe significar algo: las cosas van a mejorar. Calculo la distancia, salto.

Y justo en el trayecto, en esa distancia que separa mi cuerpo del suelo, el momento en el que todavía la fuerza de gravedad no me hace caer, pienso en sus labios sonriendo y su voz diciendo mi nombre.

<<Jódete Gwen>>

Estaba tan cerca... pero he errado. La pelota golpea el borde ante mi mirada impotente.

Antes de que caiga al suelo tomo el balón y lo arrojo con todas mis fuerzas hacia la pared tal como me gustaría hacer con todo esto que estoy sintiendo, sólo quisiera lanzarlo lejos.

-¿Levi?

Su voz no me sorprende pues hace unos momentos había experimentado la sensación de ser observado.

-Sabía que estabas aquí

-¿Qué sucede? – respondo sabiendo que no puedo esconderme

-Tenemos física

-Qué bien, me alegra – digo con cierto sarcasmo pero sin moverme

-Levi, sabes que el señor García no lo dejará pasar – me rasco la nuca con molestia – Tendrás más problemas si no vienes – advierte con tono autoritario, suena como mi madre

-Ya oí – gruño molesto

-¿Estás bien?

La pregunta me electrifica la piel.

-Lo estoy

-Sabes que puedes contarme lo que sea, yo...

-Dame un minuto ¿Quieres? Ahora te alcanzo – le interrumpo de mala gana.

A escondidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora