Primer día

156 6 1
                                    

Narra Annie:

—¡Annie, ya es hora! —oí la voz de mi mamá.

—Nooo —me quejé soñolienta mientras me daba la vuelta— ¡Cinco minutitos!

—¡Qué cinco minutitos ni qué ocho cuartos! Ya pasaron diez... Apúrate que se te va a enfriar el desayuno, y además hoy es el primer día en la academia.

Me levanté a regañadientes, pues a pesar de que estaba ansiosa por mi primer día en la escuela de música, sentía cómo un imán enorme me impedía abrir del todo los ojos.

—Acuérdate de que en la academia hay reglas, ¿no? —afirmó mi mamá— A ver si dejas ese Facebook y ese celular por un rato y te acuestas más temprano.

—Sí, ya sé, ma, pero de todas maneras así anoche hubiera dejado el internet a las nueve, me hubiera levantado de madrugada... —alegué recordándole que sufro de insomnio.

Después de arreglarme sonó el timbre.

—¡Es Naydelin! —adiviné corriendo hacia la puerta mientras el corazón me latía con fuerza. La abracé al abrir —¡Amiga!

—Hola Annie —me sonrió— ¡Milagro que no te veo con cara de sueño! ¿Te levantaron de la cama con un baño de agua helada o qué?

—Jajaja, —respondí— sí, un baño, pero de ansiedad, el que no me dejó dormir anoche... pero ¿sabes? Pues sí, me di mi buena ducha de agua fría para estar renovada a tiempo.

Ya en el paradero de buses, tras las recomendaciones de nuestros padres, nos despedimos de ellos con lágrimas en los ojos.

—Chao mis amores, ¡Qué vayan con Dios! No se les olvide...

—No se preocupen, vamos a estar bien, —aseguró Naydelin con optimismo— de todas maneras, nos estaremos comunicando.

—Sí, —asentí entre sollozos, la voz se me cortaba— cuando lleguemos les avisamos...

Durante los primeros minutos del recorrido, las lágrimas seguían rodando por nuestras mejillas. Naydelin fue la primera en calmarse.

—¡Bueno, ya dejemos de llorar, que a lo que vinimos fue a pasarla rico! —me animó.

—Tienes razón, —dije— es una nueva experiencia.

—¡Por eso! —asintió ella— Nada de andar llorando como si estuviéramos perdidas como el puercoespín que confundió al cactus con su mamá.

Nos reímos.

Naydelin siempre sabe cómo sacarle una sonrisa a la gente hasta en los peores momentos. Es alegre, optimista, extrovertida y más que todo mi mejor amiga desde el kinder... Siempre estamos juntas en las buenas y en las malas.

En cuanto a mí, soy bastante tímida e introvertida, trato de ser tan alegre como puedo, no tengo muchos amigos y la mayoría de los que he tenido no han sido muy duraderos... Pero ojalá en la academia cambien pronto las cosas...

Me agarré la barriga con ambas manos mientras me inclinaba y apretaba los ojos por el dolor de un repentino retorcijón.

—¿Qué te pasa, Annie? ­—indagó mi amiga con curiosidad al percatarse de mi cara.

—Nada— mentí restándole importancia.

—¡Cómo que nada, Ana María! —insistió ella con seriedad— ¡Tú a mí no me engañas! Acuérdate de que yo te conozco como la palma de mi mano... Así que de una vez me va diciendo que tiene, señorita y sin peros.

—Bueno, está bien, —me resigné— es que me dio un retorcijón, pero no es nada... Creo que son puros nervios.

—Ay, yo también estoy nerviosa —dijo Naydelin— pero bueno, tratemos de estar tranquilas que después de todo, hay que pensar en que nos va a ir bien.

—Sí, ¿verdad? —respondí— y vamos a conocer gente nueva y todo, ¡qué chévere! Ojalá que haya chicos guapos, no como en el colegio que están bastante regulares jajaja...

—Pues sí, —asintió ella— ¿quién quita que conozcamos unos muchachos que valgan la pena? ¡Uno nunca sabe!

Llegamos a la academia. Era un edificio blanco, enorme, de por lo menos 20 pisos. A la entrada había una lista, indicando salones y habitaciones, en la que aparecían nuestros nombres.

Ya cuando todos estábamos en el salón, un señor más o menos alto, delgado y moreno, de unos 30 años, pasó al frente de la clase:

—Buenos días, muchachos, mi nombre es Francisco Hernández, soy su profesor de canto, espero nos la llevemos bien y... Bueno, me encantaría que nos conociéramos, entonces les propongo que hagamos un círculo.

Pasé la mirada por toda el aula. Éramos alrededor de 15 alumnos. Me intimidaba saber que tendría que presentarme ante tanta gente... Ni siquiera había llegado mi turno y ya me temblaban las piernas mientras sentía que me ardía la cara de vergüenza y ansiedad, sin embargo, cuando llegó mi hora, me obligué a presentarme delante de todos después de dar un respiro profundo:

—Soy Ana María, pero me dicen Annie, tengo dieciséis años, canto, pero me gustaría educar mi voz y también aprender a tocar guitarra.

Cuando le tocó el turno a Naydelin, ella con una sonrisa de seguridad se presentó:

—Soy Naydelin, pero me pueden decir Nay, tengo quince años, estoy acá porque aunque canto, me fascinaría mejorar mi voz y aprender a tocar el violonchelo.

Alrededor de las 10:30 a la hora del descanso, Naydelin y yo empezamos a hablar de cómo nos habíamos sentido hasta ahora en las clases.

—Yo casi me muero, —le expresé— no sabía ni que decir... Pero bueno, para que vean que sí estoy interesada en superar mi timidez, ahí me lancé a presentarme a pesar de mi fobia a las multitudes.

—Sí me doy cuenta, —afirmó Naydelin— tú sabes que yo me presento sin mayor problema y además como ya habíamos dicho antes, esta es una nueva experiencia en muchos sentidos, no solo para aprender música sino también para volvernos más independientes, conocer cosas y gente nueva y sobre todo superar nuestros miedos.

—¿Miedo? —escuchamos una voz femenina, volteamos a ver a Jennifer, una compañera de clase que nos sonreía burlonamente— Miedo es el que les debería dar de haber venido acá, se nota a leguas que nada más vinieron a hacer el oso... ¡Dizque cantar! ¡Por favor! Ustedes, ni caras de artistas tienen, par de ilusas, pobrecitas...

—Bueno, —reaccionó Naydelin —¿a ti qué te pasa? ¡Tan ridícula! La ilusa y la pobrecita será otra que se cree la última Cocacola del desierto...

—Claro, —intervine apoyando a mi amiga— como si ella fuera perfecta y no hubiera venido acá a aprender.

—Pues no, —alegó la niña con arrogancia— no todos vinimos a aprender, por ejemplo, yo vine aquí a demostrarles a todos lo perfecta que soy, en cambio ustedes vinieron nada más a hacer el ridículo, ¿acaso no les da pena? Mírense en un espejo...

—¡Un espejo! —dijo Naydelin— ¡Mira quién habla! Tú no te puedes mirar en un espejo porque lo rompes.

—O tal vez en su casa por eso no tienen espejos, por miedo a que se rompan por culpa de ella —dije yo.

—Jaja —se rio Jennifer con ironía antes de llamar a su amiga que pasaba por ahí—. Sara, ¿si oyes lo que me están diciendo estas dos?

—¡Óyeme! Estas tienen nombre. ¡Jalándole al respetico! —protesté.

—¡Ay, Annie! —dijo Naydelin con sarcasmo— Creo que Jennifer es como sorda porque no oyó cuando nos presentamos.

—¡Vamos, Jenny! —dijo Sara— No les hagas caso.

—Las que nos vamos somos nosotras, —afirmé jalando a mi amiga del brazo— no vale la pena perder el tiempo con alguien así.

Ya de noche en nuestra habitación hablamos de lo sucedido durante el día. Expresamos cómo nos habíamos sentido ante la gente, nuestros compañeros, y que, aunque desde el primer día nos hubiéramos ganado una enemiga, de todos modos, no nos íbamos a dejar de ella, estábamos dispuestas a seguir adelante como fuera.

Amores musicalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora