Hasta que me duela el coño, por favor

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Con el cuerpo completamente desnudo, bailé delante suyo con el fin de deleitarle, con el fin de hacerle saber que, si se portaba bien, yo sería suya.
Di por concluido el baile cuando noté que mi clítoris también pedía un poco de satisfacción, así que, dispuesta a autocomplacerme, me senté de nuevo sobre él.
Metí mi dedo índice en su boca y rocé con este su lengua, haciéndole saber que antes de probarme, debía sufrir.
Rodeé su cabeza con los brazos y, en un movimiento brusco, la acerqué a mis pechos. Los sacudí mientras su boca se paseaba por mis pezones, duros.
-Me vas a comer las tetas hasta que te quedes sin saliva -le dije.
Me miró, sonriendo.
-¿Y tú qué me vas a comer a mí, María?
Le pegué otra hostia en la mejilla con la mano. Él se rió.
Le gustaba aquello.
A mí también.
Deslicé la mano por debajo de su pantalón y agarré su polla sin delicadeza alguna.
-No te he dado permiso para hablar -informé a la vez que le obligaba a hundir de nuevo su boca en mis pechos.
Con movimientos lentos acaricié su pene, muerto de ganas por entrar en mi vagina y dejar allí su esencia.
Un líquido viscoso empezaba ya a desprenderse de mi mojado coño, y entonces supe que debía concentrarme en aguantar, y él también.
Ahí estaba la gracia del juego.
Quien mas aguantase sin correrse, ganaba.
Y yo le iba a hacer sufrir.
Le quité los pantalones, que comenzaban a resultar molestos, y jugué.
Mi lengua se moría de ganas por hacerlo.
Me metí la punta en la boca, catándola con prudencia.
Mi vecino sacudió su cuerpo, pidiéndome en silencio que siguiera.
-Te voy a follar hasta que el edificio entero se canse de oir nuestros gemidos.-dije antes de metérmela por completo en la garganta.
Me la metí y me la saqué infinitas veces, siendo consciente del placer que todo aquello le producía. Estaba jadeando, respirando entrecortadamente en su silla, con las manos atadas y apenas sin poder moverse.
El orgasmo estaba acercándose.
Y por eso me detuve en seco.
-¡SIG...
Le pegué otra hostia en la cara.
-Te he dicho que no hables, gilipollas de mierda.
Su pene iba a explotar.
A mi clítoris también le faltaba poco para hacerlo.
Los ojos de mi vecino desbordaban de ira, desbordaban de rabia. Deseaba que siguiese chupando su pene, deseaba llegar al orgasmo de una puta vez.
-Contigo tengo que trabajar la paciencia, ¿eh, campeón?
Resopló.
Su mejilla estaba roja, la marca de mi mano quedaría tatuada por un largo tiempo en su piel.
Me puse de pie y comencé a besar su cuello por detrás a la vez que mis fugitivas manos dibujaban figuras anónimas en su espalda.
Él cada vez respiraba más rápido.
Iba a correrse.
Y yo quería que lo hiciese dentro de mí.
Así que volví a sentarme encima suyo, esta vez con su polla metida en mi mojado coño, ya encharcado.
-Penétrame hasta que me duela el coño. -grité.-¡Fóllame! ¡FÓLLAME!
Cabalgué encima suyo, como una loca corriendo detrás de un tren que finalmente alcanzaría.
Como una puta que chilla y chilla y chilla hasta que su cliente explota y se corre como nunca antes lo había hecho.
-¡ahh! ¡AAAHH! ¡AAHHHHH! ¡MÁS RÁPIDO! ¡MÁS! -le pedía pegándole en la cara y arañándole la espalda.
Brutales gemidos salían de su ruda boca. Su manos, aún atadas tras su espalda, anhelaban romper mi cintura.
-¡SIGUE! ¡SIGUE! ¡MÁS DURO!
Le mordí el hombro.
Y entonces sí, su polla explotó.
Se corrió, me corrí.
Y le pegué una hostia, haciéndole saber que ahora, le tocaba a él jugar conmigo.

Un orgasmo, por favor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora