El orgasmo de mi puta vida

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Le desaté las manos y se levantó de la silla, con la sonrisa a punto de salírsele del rostro.
-Me has hecho sufrir -dijo acariciandose con sutileza la polla, ya visiblemente relajada.
-Pero te ha gustado -le sonreí, haciendo un gesto con la mano para que me siguiese hasta el dormitorio.
Aún habia cajas de la mudanza adornando el pasillo, entorpeciendo nuestro paso, obligándonos a parar y besarnos descargando sentimientos que pesaban demasiado.
-Ahora me va a tocar romperte a ti -me susurró al oído a la vez que deslizaba su mano por mi vientre desnudo.
Me empujó con fuerza y me apoyó con un brusco movimiento en la pared.
Su lengua se paseó por mi cuello, ansiosa de ganas por probar cada centímetro de mi piel. Al rozar nuestros labios, una oleada de nervios comenzó a invadir mi cuerpo, sediento de placer.
-O me follas ya o te mato -murmuré mordiéndole suavemente la oreja.
Él sonrió y volvió a hundir su boca en mi cuello.
Supe que iba a jugar conmigo.
Capullo.
Su pene se endureció dandome leves golpes en el culo, suscitandome débiles gemidos de puro nerviosismo. Palpé su entrepierna, suplicándole en una mirada muda que me penetrase de una puta vez.
No lo hizo.
Mi cuerpo, casi arqueado por completo, anhelaba caricias que besasen mi ansioso clitoris, el cual había empezado a pedir satisfacción bajo sollozos acallados.
Me agarró del pelo dándome un par de tirones con una fuerza bruta, con una fuerza similar a la de una bestia.
Solo Dios sabe lo cachonda que me pone eso.
Me pegó una hostia en la mejilla, frunciendo el ceño y mostrando una sonrisa ladeada que asustaría a cualquiera.
Pero no a mí.
Cogí de nuevo su endurecida polla, esta vez con las dos manos, y comencé a realizar movimientos rápidos con la intención de inculcarle placer.
-Eres una zorra -dijo mordiéndome el labio, respirando entrecortadamente.
-Soy tu zorra. -respondí sin parar de masturbarle.
-Y a las zorras las gusta que las follen fuerte, ¿no es así?
Me subió a su cintura y agarró mi culo, colocando su polla dentro de mi coño con una increíble facilidad.
Nos empujó contra la pared, consiguiendo que su pene se adentrase mas en mí.
Consiguiendo que, aquella especie de dominación que él estaba llevando a cabo, me pusiese todavía más cachonda.
En un tropiezo caímos abrazados en la cama.
Gemía. Me temblaban las piernas.
Me temblaba el corazón.
Abrió con brusquedad mis piernas, como si estas fueran de papel y no tuviese miedo a romperlas.
Se relamió.
Atrapó mis erizados muslos con sus brazos y comenzó a pasear su kilométrica lengua por mi húmedo coño.
Me removí sobre el colchón.
Con rapidez posó sus labios sobre los míos, acarició mi clitoris y comenzó a succionar con la boca.
Joder.
Grité.
Grité del puto placer.
Sus dedos bailaban dentro de mí. Mis gemidos hacían música con las caricias de sus manos. Empezó a dibujar círculos con los dedos en mi sexo, buscando hueco entre mi desnudez y mi respiración entrecortada. Mis músculos, prietos, empujaron su cabeza obligándole a succionar de nuevo mi monte de Venus.
Ambos sabíamos que mi climax se acercaba.
Ambos sabíamos que él debía hacerme sufrir un poquito más.
Paró de golpe, mostrando la misma sonrisa perversa de siempre.
No pude evitar pegarle una hostia en la mejilla. Me gustaba demasiado hacerlo.
-¡Pero sigue!
Se mordió el labio inferior.
-¿Estás segura?
Me levanté de la cama y aproximé mi boca a la suya, diciendo en un suave susurro a la vez que agarraba con fuerza su erección:
-O sigues o te corto la polla, te la envuelvo en papel de regalo y te la dejo en la alfombrilla de tu casa mañana por la mañana.
Supe que aquel tono de agresividad que estaba utilizando le ponía cachondo.
Su erección crecía por momentos.

No puedo explicar con palabras lo que ocurrió a continuación.
No puedo deciros la satisfacción que inundó mi pecho al sentirme humillada de aquel modo.
Supongo que solo queda comentar que aquel fue el mejor orgasmo de mi puta vida.
Creedme.
Mi vecino estaba encharcado de magia.

Se desprendió de su cinturón negro y me obligó a ponerme a cuatro patas sobre la desordenada cama.
No supliqué.
-Solo quiero que estés tranquila, zorra. Todo será más fácil así. Te va a gustar.
Le miré de reojo.
-Ya me está gustando.
Me dio un latigazo con el cinturón.
Mi culo ardía. Mi clitoris, contento, aplaudía en mi vagina.
Su mano se moldeaba a la perfección a mi trasero, rojo, marcado, grabado a fuego.
Yo sudaba.
Tras varios latigazos, procedió a meter dos dedos en mi coño, abierto, ansioso, encharcado.
Respiró hondo, se agarró la polla y me la metió dentro sin delicadeza alguna.
Me penetró con continuas y firmes estocadas.
Rápido. Rápido. Rápido.
Fuerte. Fuerte. Fuerte.
Duro. Duro. Duro.
Más.
Mi voz se fue.
Mi cuerpo, en tensión, lloraba de placer.
Las estocadas continuaron, con fuerza. Con mucha fuerza. El colchón se quejaba.
Seguramente los otros vecinos también.
Notaba mis pezones duros, mis músculos contraídos, mi sexo palpitando.
Él lanzaba gemidos que cortaban el aire, haciéndome saber que el orgasmo se acercaba.
Entró y salió de mi coño infinitas veces.
Regando mi cueva, exhalando placer.
No había torpeza en sus movimientos.
Mi corazón golpeaba con ímpetu en mi pecho.
Me clavó con bestialidad las uñas en las nalgas, pegando un grito que hubiese escuchado hasta el puto rincón más escondido del mundo.
Ah.
Mi coño mojó su polla. Su semen inundó mi cueva.
Salió de mí.
Mordió mis duros pezones. Me besó los labios.
Y nos abrochamos el corazón.

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⏰ Última actualización: May 31, 2017 ⏰

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