Hay una niña mirándome.
Me encuentro en el Bus. Ella está sentada al lado de su madre, en frente de mí. Me doy cuenta que me está mirando por el débil reflejo de nuestros rostros en el cristal de la ventana. No me molesto en devolverle la mirada. Debería irritarme que alguien me mire fijamente, pero después de tantos años ya estoy acostumbrada.
Como si fuera un bicho raro, a donde quiera que voy, las personas fijan la mirada en mis ojos. Unos, disimulan y quitan la mirada cuando me doy cuenta. Otros, como lo hizo mi compañera de trabajo Alba, son más indiscretos y me miran con curiosidad, asombro y muy pocas veces admiración. Incluso algunos desconocidos curiosos se han atrevido a preguntarme el porqué del color de mis ojos.
Mi ojo izquierdo es azul y mi derecho es verde.
Mi doctor le llama heterocromia. Y según él, es debido a una característica genética asociado a un depósito excesivo de melanina en los ojos. Lo único que yo sé, es que pocas personas en el mundo tienen esta condición. Algunos nacen así, el cual es mi caso, pero otros se asocian a enfermedades con nombres raros que me cuesta recordar.
Mi madre me llevaba cada seis meses al doctor para chequear mis ojos, pero cuando cumplí los dieciocho tomé la decisión de no ir más. No había ningún problema en mis ojos como para perder dinero y tiempo visitando al médico. Además, desde la muerte de papá, he tenido repulsión por los hospitales.
Me giro de la ventana y dirijo mis ojos directamente a los de la niña. Muchos niños e incluso adultos, se han sentido asustados con mi mirada fija, pero ella no parece tener ningún problema. Sigue mirándome con curiosidad y al mismo tiempo asombro. Para desafiarla aún más, pongo una cara de enojo y frunzo el ceño, pero ella sigue mirándome sin titubear y no puedo evitar reírme.
Esta niña me cae bien. Hay algo en ella—su edad, su piel oscura y su pelo alborotado—que me trae un recuerdo de mi niñez.
Cuando era niña, yo no tenía amigas. Yo pertenecía al Club de los Rechazados de la escuela junto con los típicos niños: uno que otro niño nerd, una niña regordeta y otra niña llamada Mara.
Sabía que los niños nerds siempre habían sido rechazados; la gente regordeta también; yo, por el color de mis ojos; pero la verdad es que no entendía porque Mara pertenecía al club. Supongo porque era la única niña de color en el salón. Algunos la llamaban negra asquerosa, pero a mí me parecía bellísima. Me gustaba la combinación de su pelo rizado y el color de su piel oscura.
A Mara no parecía afectarle ser parte del Club de los Rechazados. Los insultos no la irritaban. Ella se veía tan serena y feliz, al contrario de mí que siempre estaba a la defensiva. Yo había llegado a la conclusión de ella que se había dado por vencida, e iba a dejar que todo el mundo la fastidiara.
Por otra parte, yo parecía ser la líder del club, ya que era la que más recibía burlas e insultos. Unos pocos me tenían miedo, otros me fastidiaban y otros simplemente me ignoraban. Mi nombre, Estela, era reemplazado por la palabra fenómeno. Trataba de hacer amigos dentro del mismo club, pero hasta ellos me evitaban. Aunque yo me hacia la dura y me defendía, en el fondo me sentía triste.Algunas veces me iba a mi escondite que estaba en el tejado de la escuela y me ponía a llorar.
Uno de esos días, no me di cuenta que alguien me había seguido.
Era Mara.
Traté de disimular mis lágrimas, pero ya era muy tarde. Ella se sentó a mi lado y tomó mi mano. Su mano oscura resaltaba sobre la mía tan blanca y pálida. Yo quería decirle que era hermosa, que quería ser su amiga, pero las palabras simplemente no salían de mi boca. Solos nos quedamos ahí. Una al lado de la otra, con las manos entrelazadas, mirando hacia al frente y sin decir una palabra. Ahora me doy cuenta de que ella no se había dado por vencida.
Ella se había aceptado así misma y yo debía hacer lo mismo.
Recordar a Mara, también es recordar a mi padre, ya que si nombro a las personas que han impactado mi niñez, la lista es muy corta: Mara, mamá y papá.
Pero papá era muy especial.
Mi papá tenía un telescopio. Él era un aficionado por el estudio del universo. Al parecer era una fascinación hereditaria, ya que el telescopio pertenecía al papá de su papá.
Aquellos días en los que me sentía triste; esos días en los que llegaba a la casa y él se daba cuenta que mis ojos estaba rojos de tanto llorar, me llevaba a su estudio, abría una pequeña ventana que reflejaba el cielo, me sentaba en una silla alta y ajustaba el telescopio. Recuerdo que el miraba primero y decía que solo veía el cielo y nada más. Pero cuando era yo la que miraba, podía contemplar el infinito y negro espacio, con sus estrellas.
“Tus ojos pueden ver cosas que otros no pueden, hija mía. En tus ojos está el universo. Por esa razón, tu madre y yo decidimos que tu nombre fuera Estela, que significa estrella,” me decía.
A través del tiempo me he dado cuenta de que papá lo hacía como una forma de alentarme. A la edad de siete años yo no entendía muy bien lo que él quería decir, pero de alguna manera sus palabras me daban fuerza y ánimo.
La voz del conductor me regresa de mis pensamientos.
Esta es mi parada. Me levanto y miro hacia la niña por última vez. Ella todavía me está mirando. No me queda nada más que darle una sonrisa. Ella me la devuelve. Quiero decirle algo, cualquier cosa, pero la gente me empuja hacia la puerta de salida.
Bajándome del bus, solo me queda imaginar que, si yo volviera a ser niña, seguramente como Mara, ella sería mi única amiga.
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AMOR ETEREO
Science Fiction"Hay algunos que nacen con estrella y otros estrellados, y aunque tú no lo quieras creer, yo soy de las estrelladísimas..."