Capítulo uno

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Abro los ojos lentamente, no distingo aún los colores del espacio que me rodea. Me noto ligera, como si no pesase nada, aunque puedo sentir cómo mi cuerpo se está desplazando. No recuerdo nada; no sé dónde estoy. Ni siquiera sé qué soy. Solamente sé que me estoy moviendo.

Intento tocarme partes de mi cuerpo, pero cuando lo hago parezco hundirme. Me da miedo. Aunque tampoco recuerdo qué es eso. Noto una brisa que sacude mi cara, y los escalofríos me invaden.

Cierro los ojos. Me dejo llevar.

***

Consigo volver a despertarme me siento perdida de nuevo, sin embargo, esta vez mis ojos sí se adaptan rápido a la luz. Miro hacia arriba y veo azul, ¿el cielo? Poco a poco, según voy recuperando la consciencia intento ir moviéndome. Estoy en algo líquido: agua. A pesar de que tengo mucha sed, prefiero no beber nada. Estoy en el mar.

Todo resulta confuso, ¿por qué puedo pensar y dialogar conmigo misma pero no sé nada de mí? Solo sé que soy una persona. Decido moverme en alguna dirección, concretamente en la de las pequeñas olas que se forman. Quizá me lleven a algún sitio. Estoy muy cansada, los músculos de mi cuerpo no pueden más, quiero llegar ya.

Tras horas nadando como se puede y dejándome desplazar por la corriente, consigo ver una pequeña montaña. ¡Aleluya! No quiero ni imaginar lo que me depara. Motivada por salir de este horrible sitio, hago un esfuerzo y me empujo con más fuerzas.

No sé cuánto tiempo llevo así, pero aunque al principio tenía la sensación de que no estaba avanzando, ahora sí que me veo más cerca de la meta.

***

Ya estoy prácticamente en la orilla, pero no veo casi nada. Ya hago pie y consigo ir arrastrándome con más facilidad; estoy muy cansada, no puedo más. A lo lejos veo dos siluetas, ¿son humanos? No lo tengo muy claro. Vienen andando, cada vez están más cerca. Espera, no son humanos... son monos. Me siento confusa, ¿qué hacen monos aquí? Detrás suyo veo dos siluetas más, estas sí son personas: una mujer y un hombre, concretamente.

Ya estoy tocando la fina arena, mis pies a pesar de ir con zapatos la notan claramente. La ropa mojada me pesa mucho y pequeños escalofríos recorren mi cuerpo.

Los humanos se sitúan a la altura de los monos, no parece que vayan a darme una gran bienvenida. Los monos hablan entre sí, con sonidos peculiares que obviamente no entiendo, y le dan dos palmadas a las personas en señal de avanzar. Estas vienen y me cogen de los brazos. No entiendo nada, qué hacen, a dónde me llevan. Intento escapar, zafarme de sus brazos, pero mis intentos son en vano. Me arrastran como si fuera un saco de patatas. Intento hablar, que me escuchen, pero ni siquiera me miran. De repente se me viene a la cabeza una imagen en movimiento: una carretera y yo corriendo en ella.

El tiempo transcurre lento. Salimos de la playa y nos acercamos a una furgoneta gris. Los humanos me meten en la parte trasera, sin ningún tipo de escrúpulo. Me impacta lo que veo: siete personas más. ¿Qué hacen ellas aquí? Hay dos mujeres, una niña y tres hombres, de diferentes edades. Todos parecen estar en la misma situación que yo: tienen miedo y no entienden qué está pasando. Intento comunicarme con ellos, pero es en vano:

—¿Hola?—comienzo con algo sencillo, para ver si me entienden. Un señor alto y rubio se me queda mirando fijamente; no dice nada. Sin embargo, la niña pequeña—que tendrá siete años—mira a una mujer que está sentada a su izquierda.

—Hola—responde esta—. ¿Quién eres?

—Me gustaría poder responderte, pero apenas lo recuerdo. ¿Tú?

—Lo mismo. Sea lo que sea que nos ha pasado, ha hecho que perdamos la memoria. He aparecido en el mar con esta niña, creo que es mi hija. Habla el mismo idioma que yo y que tú, aunque es un poco tímida.

—¿Sabes algo acerca de los monos?—pregunto curiosa, ya que parece estar más informada que yo.

—No, no sé gran cosa. Son ellos los que nos han traído hasta aquí y obviamente no entendía lo que murmullaban. Parece que tienen poder, ya que son los humanos los que realizan las órdenes que ellos mandan. Por lo que he podido ver al entrar aquí, hay una persona conduciendo y un mono de copiloto.

—¿A dónde crees que nos llevan?

—No lo sé, pero no pinta bien—responde sincera.

—Tengo demasiadas preguntas... ¿Por qué sí podemos recordar nuestro idioma pero no quiénes somos?

—Debe haber muchas cosas que desconozcamos...¿cómo te puedo llamar?

Esta pregunta me pilla de improviso, así que me quedo unos segundos pensando.

—Llámame Mar.

—Bien, Mar, yo soy Rosa. Estemos juntas en esto.

Reloj de arenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora