Entramos en una de las chabolas que vi antes. No son especialmente grandes, la pared está mugrienta y el techo parece que se va a desprender en cualquier momento. En una de las paredes hay una ventana—obviamente su estado también es pésimo—, pero estoy deseando comprobar si al menos las vistas merecen la pena. Es curioso cómo en esta situación tan rara yo me planteo qué será lo que pueda ver a través de ese cristal roto.
En la sala hay un par de literas y lo que supongo que será un armario, aunque no tengo nada que guardar en él, al igual que mis tres compañeras.
Por suerte Natalia y yo hemos terminado juntas, así que me siento más reconfortada. Hay otras dos chicas: una chica con el pelo muy corto y rubio. Sus orejas están llenas de pendientes, los cuales me gustan mucho. La otra es más baja y más gorda. Su pelo castaño le hace juego con ojos. Parece tener mucho miedo, y me inspira ternura y ganas de abrazarla. Sinceramente, no aparenta nuestra edad, al igual que la chica de los pendientes parece mayor.
Una vez nos han dejado solas ahí, nos quedamos en medio de la sala sin saber muy bien qué hacer.
—¿Deberíamos presentarnos?—pregunta Natalia con su voz dulce.
—Está bien—asiente la chica de los pendientes de una forma seca pero tranquila—. Soy Diana.
—Mar.
Falta una cuarta voz por oírse, pero esta parece demasiado tímida. Natalia le frota el brazo cariñosamente y la anima a hablar.
—Soy...soy Belén—sus ojos se empañan, y antes de que las lágrimas recorran sus mejillas, estamos todas abrazándola, incluida Diana.
—Sea lo que sea que esté ocurriendo, todo va a ir bien. Te lo prometo—musito, dándole un beso en las mejillas Natalia me mira. Me agradece que sea un apoyo para la más joven del nuevo grupo.
Me separo de ellas y me acerco a la ventana. Tras varios movimientos consigo abrirla y lo que veo me llena el cuerpo de emociones. En el horizonte están las montañas, delante del color naranjado del cielo. El Sol se está escondiendo, lo que quiere decir que ya es por la tarde. Sin embargo, lo que veo después no me conmueve: la fábrica no está a muchos metros de aquí, por lo que puedo ver lo que ocurre. Personas están siendo arrastradas hacia el interior, muchas de ellas se caen al suelo, pero son golpeadas y levantadas de nuevo. A la derecha de la fábrica veo cómo unos monos más grandes y desarrollados llevan carretillas con cuerpos inertes. Un escalofrío recorre mi cuerpo y ahora soy yo la que tiene ganas de llorar. Levanto la vista y veo de nuevo ese color naranja que tan bonito me parece. Es entonces cuando otro recuerdo se me viene a la cabeza.
"Mira mamá, el Sol está desapareciendo". Ella me mira con ternura y suelta una carcajada.
—Sí, Cristina. El Sol se está escondiendo.
—Pero, ¿qué hora es?—tras hacer la pregunta, ella gira su muñeca y la mira.
—Son las ocho.
Las ocho...espera, se me ha venido una idea a la cabeza.
—Diana, ¿qué hora es?—la rubia se queda asombrada ante la pregunta, pero mira su reloj.
—Las tres.
—¿Las tres y ya está atardeciendo?—les explico mi recuerdo a las chicas, por lo que ya entienden por dónde van los tiros, así que ellas también se dedican a pensar.
—Quizá el tiempo no transcurra aquí de la misma manera—dice dudosa Natalia.
—A lo mejor el tiempo es relativo...—añade tímidamente Belén.
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Reloj de arena
Novela JuvenilDespiertas en el mar y no recuerdas nada. ¿Quién eres? Tu mundo ya no es como lo conocías, ni las normas, ni los poderes. Estás bajo el mando de aquellos que no son humanos.