Capítulo 2-Primer día de trabajo, bienvenido a Racoon City.

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29 de Septiembre de 1998

Había oscurecido ya cuando Leon comenzó a ver a lo lejos la ciudad donde iba a trabajar durante seguramente un largo período de su vida. No tenía un tiempo determinado para quedarse allí pero ciertamente había pensado en volver en algún momento a Nueva York, aunque claro está todo dependía de lo a gusto que se encontrara en Racoon City. 

El joven puso la radio en su viejo todo terreno, pero la verdad es que ninguna sintonizaba algo que le apeteciera escuchar por lo que la apagó y recorrió los últimos metros que le quedaban para llegar a la ciudad, justo después de pasar el cartel que le daba la bienvenida a ésta.

La ciudad era un sitio bastante oscuro y la verdad es que todo estaba muy tranquilo, algo que en parte no sorprendía al neoyorquino puesto que había escogido ese destino porque su abuelo le había comentado que era una lugar apacible y muy tranquilo. De repente vio en mitad de la calle a una chica tirada. 

-¿Pero qué coño es esto?-dijo Leon frenando en seco para no atropellar a la joven. El muchacho que iba vestido con el uniforme de policía puesto que había quedado en unos veinte minutos en la comisaria, bajó del coche y se identificó.

-Policía de Racoon City, ¿Está usted bien?-dijo acercándose a la joven. El muchacho observó como ésta tenía una terrible herida en el estómago y que se encontraba en un gran charco de sangre. Estaba muerta, eso estaba más que claro, pero lo que le extrañaba es que estuviera allí sin que nadie se hubiese percatado de ello. Observó la herida, parecía hecha por algún animal salvaje, tal vez un lobo o un oso. Recordó que aquella ciudad estaba cerca de una zona boscosa y montañosa, probablemente algún tipo de alimaña había llegado a la ciudad con ganas de comer y había atacado a alguien. ¿Mapaches? Bromeó mentalmente, para después rápidamente sentirse mal por haber hecho aquella broma de mal gusto, aunque fuese para sus adentros. 

De repente escuchó ruidos tras él, como gemidos o gruñidos extraños. Se giró y vio a un grupo de cuatro personas que se tambaleaban casi sin saber que hacían, tenían los ojos en blanco y iban totalmente ensangrentados, parecían enfermos, como si tuvieran la rabia. ¿Podía aquella alimaña haberlos contagiado de esa enfermedad?

-¡Quietos!¡No os mováis!-amenazó Leon desenfundando su arma para apuntar a aquellos extraños. Ellos no parecían tener intenciones de hacerle caso y continuaban andando torpemente hacia él. De repente sintió como le agarraban el pie derecho. La joven que estaba tirada en el suelo se había levantado de entre los muertos y le agarraba con fuerza mientras ferozmente le enseñaba su dentadura en un ademán de querer morderle la pantorrilla.

-¿Pero que coño...?-dijo Leon antes de disparar en la cabeza a aquel ser extraño. -¡Estaba muerta!-gritó para acto seguido girarse atento hacia el grupo que aún se acercaba a él.-¿Qué le pasa a esa gente?-dijo el joven comenzando a dispararles mientras poco a poco andaba hacia atrás alejándose de ellos. -¿Qué os pasa?-gritó nuevamente Leon girando por un callejón hasta llegar a la puerta de un pequeño establecimiento donde se servían desayunos.

-Mierda, me estoy quedando sin munición.-dijo el joven entrando en el lugar y atrancando la puerta con una silla. -Esto los mantendrá entretenidos unos instantes.-dijo el joven. La puerta era de cristal, y aquel restaurante tenía un una enorme cristalera parecía que podía aguantar hasta que el joven se hiciera con alguna arma contundente para defenderse antes de marchar hacia la comisaría. 

Aquel lugar estaba lleno de cadáveres. Seguramente aquellos extraños infectados de lo que Leon pensaba que era rabia contagiada por algún animal salvaje, les había pillado cenando o tomando algo en aquel lugar, había platos servidos en la mesa e incluso pudo comprobar que la cocina estaba encendida. -Tal vez no sea una buena idea quedarse aquí por mucho tiempo.-pensó el joven al ver los fogones encendidos. Se acercó a la barra donde encontró a una señora de unos cuarenta años aproximadamente tirada en el suelo semidevorada, por suerte ésta llevaba en su mano derecha un revólver. -¡Bingo!-dijo Leon esperando que estuviera cargada. 

Princesa ZWhere stories live. Discover now