Prefacio

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Era un bosque sombrío y oscuro, le llamaban el bosque negro, no solo por su extraña tierra negra y la espesa niebla que se deslizaba entre cada uno de los árboles, las terroríficas historias y leyendas en torno al bosque no paraban de expandirse por toda Kourtvennia. Pero ella había crecido en él y había aprendido a convivir con el musgo, la niebla y los grandes árboles con ramas de más de un metro de ancho y no temía absolutamente a nada. El viento golpeaba su rostro con fiereza llenándola de vitalidad, fundiéndose con su energía y sus pies saltaban de un lado a otro evitando las raíces gruesas de los árboles y las piedras. La grama verde hacía cosquillas en las plantas de sus pies y su cabello negro como la noche danzaba en el aire. Finalmente la chica se detuvo detrás de unos arbustos observando el panorama frente a ella a orillas del río Pacem.

La escena frente a ella era totalmente fuera de lo común. Habían dos hombres y una chica. Observó a sus posibles contrincantes estudiándolos minuciosamente, la chica se recostaba en un árbol con pose altanera cruzando los brazos, era de tez blanca y su cabello dorado y brillante estaba recogido en una coleta, no iba armada a excepción de una espada en su espalda que sobresalía por su costado. El que parecía regentar la situación, era alto y robusto, una incipiente barba cubría su rostro, su cabello enmarcaba su rostro y se ondulaba en su nuca, empuñaba una especie de hacha dorada que desprendía una luz blanquecina casi imperceptible, y estaba el otro que empuñaba una extraña lanza de punta ovalada y afilada, era delgado y musculoso, de cabello corto y dorado, igual que el de sus compañeros. Y lo que más resaltaba en cada uno de ellos eran sus ojos azules y brillantes como el mar.

No tardó en reconocerlos como la casa Real de Kourtvennia. Algo más llamó su atención, justo lo que buscaba. De la rama de un árbol se encontraba maniatado un hombre en estado lamentable.  Sus ropas estaban mugrosas y llenas de sangre al igual que su largo cabello blanquecino. Era de orejas alargadas que terminaban en punta y de rasgos hermosos que resaltaban a pesar de su rostro magullado.

Le hubiera gustado espiar un poco más y saber que tan grave era el asunto como para que se tomaran la molestia de buscar al elfo personalmente. Pero debía actuar lo antes posible o habría mucho que lamentar.

De un salto se sostuvo de la rama de un árbol para impulsarse y subir a la rama quedando en cuclillas. No podría lanzarse a la pelea así nada más, sería insensato y el elfo sacaría fuerzas de sabrá Kourtnnia donde para librarse de sus atacantes y darle una buena regañina acompañada de una lección de estrategias y sensatez en el combate.

Sacó rápidamente una flecha de su Aljaba, tensó la cuerda apuntando a su diana y disparó originando una llama roja en la punta de la flecha que cortando el aire dió justo en la rama donde estaba el elfo atado haciendo que inmediatamente las cuerdas empezaran a quemarse y ceder dejando su cuerpo débil caer al suelo.

– ¡¿Pero qué?!...–El Hombre de cabellos dorados gritó con rabia y confusión en su voz mirando hacia todas partes. Mientras que la chica que se había mantenido al margen de la situación levantó la vista mirando directamente hacia la causante de la liberación de su víctima, sus ojos destellaban furia y confusión, sobre todo furia. Sin pensarlo se irguió levantando su brazo y en la palma de su mano se originó una llamarada de fuego que salió disparada en su dirección. ¿Qué clase de princesa es ella? Se preguntó Adara sonriendo con sorna, la princesita quería jugar.

De un salto bajó al suelo amortiguando su caída con el viento. No fue nada difícil para Adara controlar la energía de la llamarada convirtiéndola en un rojo y vivo fuego y revertir su dirección en un ataque más potente.

Los ojos de la chica se abrieron con sorpresa y miedo, sintió la energía de la chica tratando de controlar la llamarada, pero no lo lograba. Antes de que el fuego colisionara en el rostro de la rubia, el tipo del hacha se lanzó hacia ella haciendo que los dos cayeran al suelo y la bola de fuego se estrellara contra un árbol en la otra orilla del río que inmediatamente las llamas consumieron lamiendo todas sus ramas e iluminando el lugar.

Sonrió triunfante y se dirigió hacia el árbol donde yacía el elfo completamente herido y magullado.

– Hora de irnos, Elfo. –Murmuró a sabiendas de que no le gustaba ese mote y pasó su brazo lánguido por encima de sus hombros. No estaba totalmente inconsciente, trataba de no hacer mucho peso en ella. Estaba avergonzado, avergonzado de que su aprendiz le haya socorrido y no poder hacer nada.

–Ustedes no irán a ningún lado– Gruñó la rubia poniéndose de pie y evitándoles el paso al igual que los otros dos, su rostro estaba rojo de la cólera.

–Bueno, lamento que nos hayamos conocidos en estas condiciones, majestades, pero mi Maestro necesita atenciones, si me disculpan. – La voz de Adara sonaba tranquila pero filosa, rodó los ojos ante la confusión en sus rostros, ¿Qué nunca habían visto una Kourtvenniana ser criada y enseñada por un Elfo? Era obvio que no se lo iban a poner fácil. Antes de que reaccionaran unas gruesas y verdes raíces salieron de la tierra húmeda rodeando sus piernas inmovilizándolos al igual que el agua del río se levantó rodeándolos como brazos larguiruchos y transparentes para luego transformarse en un hielo duro y blanquecino.

La energía abandonaba su cuerpo en torrentes, no estaba acostumbrada a usar varios elementos a la vez y ese esfuerzo lo iba a pagar caro.

La rubia gritaba furiosa moviendo la cabeza como una desquiciada y trataba de derretir el hielo sin éxito alguno.

El hombre de la lanza se había mantenido en silencio, al parecer era el más sensato o arrogante. La miraba fijamente tratando de eludir su energía y controlar las raíces que se enroscaban como reptiles en sus piernas, la energía del hombre era fuerte y de color verde. Adara se concentró en mantener el control, curiosamente su energía era de un color verde más oscuro que la del rubio. Si el hombre  estaba furioso o simplemente acalorado por el esfuerzo, no lo sabría.

– ¿Quién demonios eres?– Preguntó el líder, pero esta vez no había amenaza ni enojo en su voz, pura confusión y aturdimiento se reflejaban en sus ojos azules y su ceño fruncido.

No respondió, solo sonrió mirando sus ojos y se echó a correr adentrándose en el bosque e hizo uso de sus últimas fuerzas utilizando el viento para cargar con el peso del Elfo hasta su hogar en el corazón del bosque.

Adaralessa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora