2. Un poco dramática

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– ¿Qué demonios pretendías Adara? –Su rostro estaba rojo de la ira, daba vueltas por todo el salón mientras la chica le miraba sentada en el suelo con las piernas cruzadas.

El elfo se mantuvo todo el camino en silencio, encabezando la caminata con pasos fuertes.  A pesar de que trató de bromear o hacer algún tonto comentario, él la ignoró y el camino se le hizo extrañamente largo. Nunca antes le había visto tan enojado y asustado. Pasaba sus manos por su rostro y presionaba el puente de su nariz deteniéndose unos segundos para mirar a la chica en el suelo con ojos abiertos y asustados como un cervatillo negro de esos que rondaban en los claros del bosque. A pesar de que con los años esas miradas furiosas habían dejado de intimidarla.

– Solo quería ir a la costa, no es como si supiera que ellos estarían ahí, no sé por qué te pones así. – En el fondo sabía por qué estaba tan furioso, y le causaba gracia ¿Por qué? Ni ella misma lo sabía, probablemente por los nervios o porque su corazón aún martillaba en su  pecho consecuencia del susto que se había llevado. El elfo solía decir que su único deber era velar por ella. Empezó a reír, no pudo evitarlo.

– Agradecería que dejaras de ser tan malditamente inmadura, Adaralessa ¿Sabes qué eran esos malditos elfos? Guardias de élite, si te hubiera pasado algo, yo... – Se detuvo y la miró fijamente, sus ojos barriendo cada uno de sus rasgos. El estómago de la chica se encogió y apartó la mirada, de repente los arcos tallados y las espadas en la pared resultaban extremadamente interesantes.

– Lo siento – Musitó mirando la almohadilla bordada con hilos dorados que yacía en sus manos, una que habían comprado a unos forasteros en Vennia. No había notado que estaba asustada y nerviosa, sus ojos se llenaron de lágrimas–, No se cómo debería reaccionar a esto Leonard, lamento ser una persona que ha vivido en un maldito bosque oscuro toda su vida y jamás se ha relacionado con nadie a excepción de, de su –El elfo le miró expectante ante su silencio deteniendo su caminata en círculos, iba a quemar las suelas de sus botas. Pensó mirando sus pies y luego la expresión severa del elfo–. Lo que sea que seas –Puntualizó.

–Tu maestro – Contestó impertérrito retirándose a su habitación sin dedicarle una última mirada. Parpadeó varias veces para disipar el lloro y se levantó de un salto corriendo hacia la habitación de Leonard.

La cabaña era simple, una pequeña cocina y un salón. Había puertas por doquier: una de entrada a la cabaña, y otra trasera que estaba oculta detrás de un rosal que ella misma había hecho crecer en el salón haciendo un agujero en el suelo. Había un extenso pasillo hacia un baño, un salón que usaban para entrenar y almacenar armas;  y por último la habitación de Leonard.

– Leonard. –Normalmente solía tocar tres veces a la puerta y esperar su beneplácito para entrar, pero esta vez ni se molestó y cual intrusa penetró en su alcoba. Lo encontró sentado en la cama con los hombros encorvados y mirando hacia el bosque. El elfo solo reaccionó cuando la cama rechinó bajo el peso de la pelinegra. – Si tan solo confiaras en mí, si tan solo me explicaras por qué tanto... o simplemente me contaras más sobre mí. – Su voz sonaba rasposa, y un nudo de lágrimas presionaba su garganta dolorosamente amenazando con estallar en cualquier momento y eso la hacía sentir débil.

Siempre había tratado de ignorar esa necesidad de conocer el mundo, de saber más sobre sus padres, ni siquiera conocía sus nombres. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la gruesa voz de Leonard.

– No desesperes Nix alba, prometo que lo sabrás todo, pero mientras menos sepas, mejor para nosotros. – Pasó su brazo por encima de sus hombros y sus labios cálidos se presionaron en su sien. Ella no respondió y se mantuvo impasible reflexionando en sus palabras.

–Piensas que si me cuentas todo, me iré. –Se apartó bruscamente mirándole con enojo, sus ojos entrecerrados acribillando al elfo.

Empezó a sentirse encerrada en contra de su voluntad, sus pulmones pedían a gritos aire fresco y su cabeza palpitaba. No le pasó desapercibido el como la había llamado, en otra ocasión le hubiera causado nostalgia pero esta vez le importaba un carajo. Salió de su habitación rápidamente ignorando sus llamados y su mirada que se hundía en la culpabilidad y la desesperación.

Tomó un arco y una aljaba del salón y salió corriendo hacia el bosque. Todo era musgo, frío y humedad. Muchas leyendas siniestras rodeaban el bosque, Leonard era el principal causante de ello, dándole al bosque Nigrum una fama irrevocable.

Se detuvo y se sentó en un tronco cubierto de musgo para quitarse las botas y arrojarlas en cualquier dirección gritando de rabia. Sabía que estaba siendo dramática, pero se sentía sofocada por su flagrante encierro.  Caminó descalza por tiempo indefinido sintiendo la hierba mojada y las hojas secas picar en sus talones. Se sentía como un animal en su hábitat natural, esos momentos de soledad valían totalmente la pena. Allí podía escapar de sus pensamientos, pensar en todo y en nada.

Levantó sus manos rozando el musgo viscoso de los grandes troncos con las yemas de sus dedos y todo empezó a congelarse. El musgo se cubría de escarcha blanca al igual que el suelo a su paso, creando un hermoso contraste con el verde oscuro del entorno como si un ventarrón de invierno hubiera pasado por el bosque dejando un pequeño vestigio blanco.

Finalmente satisfecha con su obra, la energía dejó de fluir de su cuerpo, al igual que el estrés le abandonaba.

Ya más relajada decidió trepar un árbol hasta el tope. Sus ramas medían casi un metro de ancho permitiéndole sentarse apoyando su espalda en el tronco y dejar el arco a un lado. Leonard solía llevarle allí para observar la noche y de paso enseñarle a trepar y como moverse entre las sombras. Al principio le parecía divertido pero ahora era parte de ella, cada lección, cada enseñanza la realizaba inconscientemente. La ofuscación de sus pensamientos no duró mucho y empezaron a fluir en su mente.

Lo poco que conocía de su historia es que sus padres habían muerto en la conspiración donde también habían muerto la Reina Rowena y el Rey, no recordaba su nombre. El reino cayó en manos de la sobrina de Rowena, Sophíre. Las herederas al trono también murieron a manos de los elfos, las gemelas Adaire y Lorelia. Según había escuchado, los Kourtvennianos no aprobaban a su princesa quién solo tenía cinco años cuando se desató la guerra, quedando la regencia a manos de otro miembro de la realeza y las casas de la nobleza; si mal no recordaba eran tres.

En Kourtvennia cada persona tenía una habilidad, ya sea elemental o climátogo, o habilidades en otras ramas de la lucha. La Realeza y la Nobleza eran conocidas por su gran poder no solo económico sino con sus habilidades, siendo cada casa de la Nobleza representada por un elemento.

Leonard siempre le había hecho pasar por una elemental tierra, argumentando a quién alguna vez llegara a ver su cabello negro que lo único de especial en ella era el gran manejo que tenía sobre su elemento.

Algo se movió detrás de ella sacándola de su ensoñación, últimamente se perdía demasiado en sus pensamientos. No le escuchó llegar pero se mantuvo impasible mirando un punto fijo, sabía perfectamente de quién se trataba.

Adaralessa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora