la idea.

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―¡Hola, su majestad!― saludó Marshall a lo lejos, con una sonrisa pícara.
―Hola, molestia― dijo para sí mismo. Odiaba al sujeto tanto como éste lo odiaba a él... Incluso, más.
―¿No vas a verme, cariño?― exclamó para después sentarse en la silla que estaba al lado del pelirrosa.

El chico de lentes bufó como muestra de desagrado. Acomodó sus anteojos y prosiguió con su lectura, ignorando al pelinegro.

―Hey, princesa― sacudió su mano de arriba hacia abajo frente al rostro del aludido― estoy aquí ¿por qué me ignoras?

Gumball mantuvo la vista sobre su obra. Pensaba que si ignoraba al chico, éste se iría.

―¿Qué lees ahora, pequeño príncipe rosa?― preguntó con inquietud― ¿Qué es más importante que yo?

Rápidamente le arrebató el libro de las manos, dejando al menor enfadado.

―¿Podrías devolverme mi libro?
―No

Comenzó a revisar las hojas con velocidad para terminar cerrando el libro y leer el título en voz alta.

―Demian

Habló.

―Ahora que sabes qué leo ¿podrías devolverme mi libro de una vez, bueno para nada?
―¿Por qué esto te importa más que yo? ¿Qué tiene esto que no tenga tu novio?
¿Ya vas a empezar de nuevo, Lee?― dijo con enfado.
―¿Ya vas a empezar de nuevo, princesa? Siempre te molesta el que toque nuestra relación ¿Tanta pena te doy, su majestad?
―No somos novios, ¿Cuánto más vas a seguir con eso?
―No lo sé― dejó el libro en la mesa― tal vez el día en que tú lo aceptes, será cuando yo dejaré de decirlo
―Está bien, lo acepto
―Así no funcionan las cosas, Gumball― sacudió su cabello y se levantó― si me disculpas, tengo que ir a clases, ¡Adiós, novio mío!― dijo mientras se iba para después desaparecer por la puerta.

Imbécil― musitó.

Dio un largo y profundo suspiro y comenzó a guardar sus cosas en su mochila. Tomo ésta, y comenzó a caminar.

Odiaba ser el chico raro de la escuela.

Odiaba que la gente lo excluyera sólo porque él era un príncipe.

Siempre se sentaba en la última mesa de la cafetería, solo, donde pasaba las horas libres leyendo y tomando café.

No tenía amigos. No hablaba con nadie. Ninguno de sus compañeros de clase se atrevía a hablarle. Eso le molestaba pero en parte le agradaba el no tener que lidiar con personas... Bueno, con más personas de las que ahora lidia.

La única persona con la que había mantenido una especie de conversación había sido con aquél vampiro pelinegro llamado Marshall Lee.

Se le acercó una vez que lo encontró solo estando en la cafetería completamente vacía. Trató de hablar con él, pero Gumball simplemente lo ignoraba o era cortante con él.

Por alguna extraña y loca razón, a Lee le había gustado eso, por lo que siempre que podía iba a verlo. Lo molestaba despeinándolo. Lo molestaba quitándole sus libros y sus ocasionales anteojos. Pero sin duda, lo que más le molestaba al pelirrosa, era cuando Marshall lo molestaba diciéndole a todos que ellos dos eran una pareja homosexual.

Había gente que no lo creía, pues conocían perfectamente al extraño individuo de cabellera negra, pero los que sí, se encargaban de molestar al pequeño príncipe solitario haciéndole burla sólo porque era "homosexual".

Estaba harto de que Marshall arruinara más su vida social en la escuela, así que mientras caminaba de camino a casa, se le ocurrió una brillante idea.

Si al vampiro le gustaba mucho decir que ellos dos eran una pareja ¿Por qué no cumplirle el sueño? ¿Por qué no hacerle ese pequeño favor?

Así que de ahora en adelante lo trataría como si él realmente fuera su novio, para que el mayor se cansase y lo dejara de molestar.

Era sin duda alguna, una idea perfecta.

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