Llora.
Llora porque él la ignora.
Esa dulce sonrisa, esa mirada ingenua y ese físico arrebatador, la tienen fascinada.
Su perfume, ideal para la primavera, incrustado en la piel de ella.
Sus emotivas palabras, almacenadas en su cabeza.
Cada risa, cada risueña risa que él hace, para ella es el sonido más bonito que han podido escuchar sus oídos.
Para ella, su carcajada es la mejor melodía.
Pero él la ignora.
Pasa por su lado, una y otra vez, y ella se ilusiona pensando que la saludará, pero él sigue esquivandola. Ella se conforma en saber que él está bien, que sigue manteniendo esa expresión de felicidad, aún que por dentro ella se sienta como una idiota, incapaz de afrontar situaciones como éstas y inservible.
Cada noche, envuelta en su edredón con la cabeza apollada en su almohada, pide un deseo. Ser alguien especial, querida y admirada. Poder encontrar a alguien que la respete, que no le importe cuántos defectos tenga, que sólo la quiera por como es. Y, al acabar, cierra los ojos. No porque tenga sueño o miedo a la oscuridad, sinó porque anhela poder escapar de esa realidad.