Cuando abrió los ojos, no reconocía nada. Lo último que recordaba, era estar durmiendo en su cama. El último recuerdo que guardaba era el de una extraña estrella fugaz que pudo ver desde la ventana de su habitación. Siempre le había gustado la astronomía, pero tenía tanto sueño que no pudo llegar a ver si realmente era una estrella fugaz. Era lo suficientemente inteligente como para saber que despertar en un sitio desconocido y sin tener mucha información era algo realmente grave. Abrió los ojos muy despacio, pálido por el miedo a no saber qué se iba a encontrar. La primera vez que los abrió, y tras darse cuenta de la situación, volvió a cerrarlos por miedo. Ahora con los ojos abiertos empezó a vislumbrar una realidad un poco incómoda. Se encontraba de pie, y aunque el sitio no era limitado, algo le impedía moverse. Era como si no se hubiera despertado de uno de esos sueños ansiosos donde luchas por moverte. Era como si una fuerza física extraña y desconocida no te dejase. Pero aquello no era un sueño, aquello era real.
Lisandro, Lisandro. No recordaba cuándo se volvió a quedar dormido, cuando volvieron a susurrar su nombre al oído. Lisandro... La voz parecía mecánica, no humana, como el trasfondo del ronroneo monótono de algo tan común como una nevera, un ventilador o un ordenador. Había algo familiar en el ronroneo de aquella voz que le llamaba.
Lisandro, Lisandro, Lisandro. Sintió una especie de aire fresco en su cara. No recordaba nuevamente cuando había vuelto a dormir. Recordaba la voz, recordaba el arrullo de fondo, y sentía que respirar era un reto nuevo. Algo volvió a despertarle. No fue una voz, no fue el aire. Fue la sensación de algo frío tras la cabeza. Le costó mucho abrir los ojos. No se sentía las piernas, no se sentía las manos. Abrió finalmente los ojos, y ante él, una ventana. Él siempre había sabido de astronomía. Necesitó despertarse un par de veces más para saber que aquella pequeña bolita azul del fondo, era su casa. Allí, perdido en una pesadilla que no tenía sentido, volvió a dormirse.
Lisandro, Lisandro. La voz era un eco, algo le decía en su interior que la voz no era real, solo un atisbo de algo que recordaba. Abrió los ojos y se fascinó al ver los anillos de Saturno. Seguía sin sentir los brazos, sin sentir las piernas. No tenía hambre y seguía sintiendo el frío justo detrás de la cabeza. Abrió los ojos intentado ver a su alrededor. Lisandro despertó y vio. Se vio como si no fuera más que los despojos de una cabeza de pescado.
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Azrael y otros escalofríos
TerrorLa sangre nos recorre por nuestras venas, un día una de esas gotas acabó en la boca de Carlos. Nació Azrael. Es Halloween, noche de terror, disfruta con este regalo de narraciones con dosis de escalofrío.